Espiral de Saraswati

martes, 14 de septiembre de 2010

Irma Verolín: Elementos de la cultura popular en narradoras argentinas

 Libertad Demitrópulos

     
   En la Argentina, durante mucho tiempo, los espacios entre lo clásico y popular no encontraron  demasiados puntos de unión. En  la década del sesenta aparece un cambio en la narrativa, surge una “búsqueda de nuevas formas, distintos proyectos y tendencias...” [1]  Su influencia es fuerte y decisiva, sin embargo no todas las obras que aparecen perduran por su calidad , en cambio algunas se convierten en emblemáticas. Este es el caso de Alicia Steimberg que publica “Músicos y relojeros”, título que hace mención a la colectividad judía que tradicionalmente ha ejercido estos oficios. En esta novela se ponen en escena costumbres y tradiciones judías de un modo irónico, a veces desopilante. El perfil del judío se acerca al cocoliche, ese personaje clásico del teatro del sainete y del grotesco criollo que hablaba mal el castellano, porque aún no podía desprenderse de sus estructuras lingüísticas vernáculas, fueran éstas italianas o cualquier otra. Lo ocurrente o divertido es que en varias ocasiones estos personajes canturrean tangos y   parte de las letras están transcriptas en la novela. La visión del mundo subyacente en las letras de tango es la de la decepción, el deslucido resultado de lo que alguna vez brilló, el proceso de malogramiento de la vida expresado en la metáfora de la mujer bella que envejeció, del hombre próspero que se empobreció o, entre otras, la del hombre engañado por la mala mujer. El tono de gran parte de las letras de tango es agrio, sombrío, cargado de resentimiento.  Las situaciones que se desarrollan en la novela de Steimberg en el marco de esa familia judía  son un correlato de ese clima tangueril. “Cuando la abuela migró de Kiev a Buenos Aires –dice la autora en la novela- tenía once años. La mandaron a la escuela y aprendió muy bien el castellano. Cantaba tangos como un pájaro enfermo.”[2]
    Pero las voces del tango no ilustran las situaciones sino que las iluminan desde atrás. Una de las interpretaciones  del porqué el porteño, es decir el habitante de ciudad de Buenos Aires, es nostálgico, melancólico y también un poco sombrío, ha sido explicada precisamente como resultado del hecho inmigratorio que definió la conformación social de  la Argentina. Estos hijos de los barcos, como fueron dados en llamar a los españoles e italianos que respondiendo al proyecto “civilizatorio” de Domingo Faustino Sarmiento, vinieron a hacerse la América, pertenecían a estratos sociales marginales y borraron de su memoria todo lo  concerniente a su país de origen, cortaron lazos, quemaron las naves, negaron el idioma. Ser argentino en aquel tiempo era índice de ascenso social y tomaron todo lo que el país les dio, desde la instrucción hasta la carta de ciudadanía y  no hubo correspondencia epistolar con su Italia ni su España, así abolieron una parte de su auténtica raíz. El precio de esa amputación cultural se manifiesta en el tango, que es la nostalgia de un país perdido del que nunca se podía hablar como de la verdadera patria. El tango expresa en su tono y en sus letras la pérdida de una cultura, el tironeo entre dos mundos,  la escisión de una conciencia que buscó adaptarse a las nuevas condiciones a cualquier precio. El pueblo judío, que es por antonomasia un pueblo exiliado, al ser  vinculado ficcionalmente con estas letras dramáticas del tango adquiere un matiz tragicómico. La tragicomedia es la unión de los opuestos, risa y llanto,  el correlato de esas dos orillas de países diversos, de culturas diferentes. Gracias a este cruce el tono de la novela alcanza un alto valor estético.  Si la definición popular tradicional en la Argentina para el tango, dada por Enrique Santos Discépolo es “El tango es un sentimiento triste que se baila”, en esta novela podría considerarse al tango como a la voz que sostiene la trama con su ritmo, su cadencia dramática y su visión del mundo austral. El sentido de ser austral, es decir vivir en el fin del mundo, es un sentimiento típicamente argentino y es esa la sensación que tienen los personajes de “Músicos y relojeros”, orillean un estrato social y se lamentan. El hallazgo desde el punto de vista literario es el tono alcanzado por el contraste entre el grotesco y el dramatismo. El grotesco aparece en el tratamiento de los personajes y el dramatismo en el clima predominante del tango, esa conjunción o ese cruce producen en la novela un efecto desconcertante. Por otra parte las escenas parodiadas de la vida familiar judía lo refuerzan. Aquí la mirada sobre el mundo típica del clásico humor judío se torna un tanto más agria, pero la soledad del tango no pierde en este entrecruzamiento su majestuosidad trágica; de modo que no se trata de una simple parodia sino de un tono que no siempre es fácil de lograr, un tono que da cuenta  al mismo tiempo de la pequeñez y grandeza de la condición humana.

      Los personajes de Hebe Uhart se mueven generalmente en un mundo suburbano con características semiarcaicas,  que se encuentra en el borde de las grandes ciudades y que, como tal, resulta subsidiario económica y culturalmente de ellas. Sus personajes hacen tortas que fabrican con esfuerzo y que salen horriblemente mal, o que son devoradas por un gato o se equivocan en su trabajo con frecuencia. Es un mundo donde las personas son vulnerables e imperfectas y con escasos recursos, pero esa escasez nunca es pobreza total sino limitación. Los personajes se debaten entre la perplejidad y la pena, la inocencia y el anhelo de supervivencia. Como saben siempre poco, aunque algo finalmente saben,, memorizan y recitan refranes que les otorguen alguna certeza y el refranero popular se instaura como el único acceso a una verdad que circula libremente con palabras enunciadas en una calle de tierra de un barrio suburbano. La manera en que los personajes se apropian de los refranes oscila entre la desesperación y la torpeza; la vida se presenta tan frágil desde lo material que las certezas del saber que otorgan los refranes, se transforman en el único elemento que los sostiene en medio de una realidad tambaleante. El saber es siempre un saber transmitido oralmente como esos refranes o los dichos repetidos por una abuela que pasaron de generación en generación. Ese cúmulo de experiencia parece tener más valor  que las palabras escritas. Los personajes dan la impresión de haberse instalado en un mundo preescriturario, porque igual que “en las culturas orales, la  ley misma está encerrada en refranes y proverbios...” [3] y manifiestan un deslumbramiento infantil hacia lo nuevo. Y es este el ingrediente más destacado del campo popular que aflora en la narrativa de esta autora: el perfil de los personajes. En la novela “Mudanzas”, Hebe Uhart culmina el desenlace de los hechos con una situación cargada de sugerencias, contenida e intensa a la vez, que se resume en lo siguiente: Una mujer va a su antigua casa y pretende echar a los inquilinos. Se indigna, ni siquiera considera que pueda existir un contrato de alquiler, sencillamente se deja llevar por su experiencia y su memoria, las que le indican que esa es su casa. La escritura (en este caso la de un contrato de alquiler) tiene un valor institucional que no integra el mundo de los personajes, quienes a pesar de formar parte de un sistema social, tienen cierto carácter de marginalidad, de separación cultural, de inocencia intrínseca que los aparta del cinismo clásico de los habitantes de las  grandes ciudades.   Estos personajes suelen adherirse de un modo fijo a lo conocido y ese saber se anquilosa y no se adapta a las situaciones nuevas, esto expresa la falta de movilidad  en la que se encuentran las personas que viven en sitios apartados. Los elementos de la cultura popular aparecen en las situaciones mismas que constituyen el núcleo de los relatos. Su condición social es la que determina el conflicto, porque este suele estar dado por esa falta de comprensión sobre el mundo. No son pobres ni ricos, están en el límite y cada detalle de sus vidas se los recuerda. La movilidad social es tan difícil que hasta mudarse de casa  constituye una pequeña epopeya, los avances en el confort de la vida cotidiana son presentados siempre por la narradora desde la mirada de los personajes que nunca terminan de asimilar esos cambios. Por un lado en cada acción de los personajes puede deslindarse un detalle sutil de una pauta cultural, esa suma de pequeñas acciones componen un fresco cuyo perfil chejoviano conmueve, delinea todo un cuadro costumbrista, tales como tomar mate en la vereda con una sillita de paja y con un pijama comprado en liquidación, pero que luce pretencioso para que los vecinos se impresionen.  Y por otro lado, considerando la forma en que Uhart integra todo un marco antropológico en sus relatos tan abarcadoramente y  tan desde tan adentro, deslindar los procedimientos resulta imposible.  El narrador de sus relatos está muy cerca de la percepción del mundo que tienen los personajes. En el concepto sobre las cosas,  en la escala de valores, en los registros del habla, en los pequeños detalles y especialmente en el clima  forjado en el grado de ingenuidad o la sagacidad con que enfrentan los sucesos cotidianos, en el enfoque, en  el ángulo de visión y en la actitud que los personajes tienen hacia el mundo es donde está la marca de lo popular. Lo  más interesante es que en Hebe Uhart no hay “ingredientes populares” sino una articulación de la mirada situada en el punto exacto que capta todas las vibraciones para lograr una de las obras más originales de la narrativa argentina actual.

         Libertad Demitrópulos insistía continuamente en que la manera de transformar la literatura  no era caer en el populismo sino en dar cuenta del modo en que las clases populares reelaboran el lenguaje. Fue su intención  crear una novelística que expresara culturalmente todas las regiones de nuestro país, y al decir región nos referimos a grupos culturalmente homogéneos tales como mesopotamia, Patagonia, noroeste que se corresponderían con distintas zonas de asentamientos aborígenes. Así surgieron novelas como “Río de las congojas”  que se sitúa históricamente en la época de la fundación de Santa Fe a orillas del río Paraná. “La flor de Hierro” que recrea las fundaciones  españolas de hace cuatro siglos  en el noroeste y “Un piano en Bahía desolación”, la Patagonia, por citar algunas de sus obras. El eje de los relatos de estas novelas incomparables, escritas   con un lenguaje trabajado exquisita y diáfanamente  suele ser el del poder de los hombres, un poder devastador movilizado por la ambición de riquezas y de dominio sobre tierra, peones y mujeres. Entrar en  los ricos matices literarios que es “Río de las congojas” es introducirse en  un mundo con distintos  tipos de lenguaje. La mezcla de los resabios de un español colonial con ese mestizaje dado por el habla del indio es en muchos casos un tono irrecuperable que Demitrópulos logra  rescatar del tiempo y sostener a lo largo de un relato deslumbrante: “En los despueses se aprende que en las fragilidades de lo distinto se asientan en ese cofre interno que no reconoce señor por poderoso que sea, y más si se haya en lejanías. Así pues, desprendidos de sus ataduras, distintos como éramos, nadando en dos  corrientes, buscábamos el rigor de las afinidades” [4]  El agua no tiene sinembargos, se va en limpideces”.[5]
     Libertad Demitrópulos pensaba sus novelas desde el habla de esos personajes marginados, de esos desarrapados que hicieron la historia pero que no figuran en ella. En una oportunidad cuando se le preguntó sobre el proceso de producción de “Río de las congojas”, ella dijo que se le impuso la voz de una abuela, una vieja nacida en Jujuy y esa voz tuvo tanta fuerza que le dio el tono a su novela. Sin embargo cuando ella pronunció algunas palabras en un homenaje que le hiciéramos poco antes de morir en la Biblioteca Nacional en Buenos Aires, Libertad trajo a su padre, un inmigrante griego que entró por la gran ciudad puerto y rumbeó hacia el norte y recaló en Jujuy. La inmigración si no es un tema concreto aparece  en sus novelas en el desarraigo de esas mujeres que se sienten expatriadas dentro de las cuatro paredes de su casa, porque su hombre salió a fundar ciudades. La extranjería se coló de otra forma y se corporizó en la voz peculiar de sus personajes. Si  intentáramos retratar el valor de los textos de Demitrópulos coincidíamos en que ha logrado el hallazgo de un tono único que es el rescate de esa voz que la historia de exterminios no logró  vulnerar. “Río de las congojas” tiene el habla, la soberanía del habla llena de gracia y curvas frente a la pomposa rigidez de la lengua” [6] Demitrópulos logró alcanzar la vibración de un registro verbal equiparable al que lograron escritores argentinos como Juan José Saer y  Antonio Di Benedetto, este último  estuvo preso durante la última dictadura militar  y luego exiliado. Libertad padeció  toda clase de exilios internos, primero el político y luego el de permanecer  en medio de una sociedad cultural que ya empezaba a entronizar la ley del mercado editorial, pero su rescate de ese registro  del habla, plasmado en una poética personal ha de alcanzar sin duda la  valoración que merece cuando el tiempo cree una brecha que nos permita tomar distancia con esta premura con que se intenta identificar arte con mercantilismo.
     
 Sabemos que todo relato de tradición oral admite  licencias adaptativas y transgresoras hasta el límite en que se lo toleran las pautas culturales, pero esas licencias expresan nuestro modus vivendi y muchas veces se trata de una forma de supervivencia de los dominados económicamente. En las versiones de las leyendas Ana María Shua reelabora los grandes mitos, los actualiza, descubre la delicada articulación que existe entre la larga travesía que realizaron estos relatos, la marca local que nos permite reconocerlas como la expresión de un aspecto propio. En sus adaptaciones ha logrado eludir el pintoresquismo y el folklorismo a ultranza sin caer en el tono indiferenciado ni el estereotipado lenguaje campestre.
       Estas escritoras que actualmente viven y escriben en la Argentina, a excepción de Libertad Demitrópulos que ha muerto hace muy poco, pueden aglutinarse  en un movimiento dispar, ya que trabajan con poéticas diferentes y hasta en géneros diferentes, sin embargo hay una actitud frente a la cultura que se presenta como un eje que permite agruparlas. Independientemente del sistema editorial que hoy puede aceptar esto y desdeñar aquello y mañana mismo tratar de imponerlo por razones que no son literarias sino que responden a oportunas  estrategias de mercado, se  detecta en la actitud que estas autoras tienen frente a la creación y en la mirada hacia la cultura una disposición de búsqueda o una ojeada transversal visible en ese gesto de reunir lo aparentemente opuesto, de combinar en una estética lo que parecía irreconciliable. Tal vez para poder hablar de movimientos literarios tengamos que hacer de ahora en más una operación diferente a la que realizábamos cuando las vanguardias expresaban o anunciaba estéticamente el cambio social, cuando se pensaba la literatura desde una temática o desde las pautas severas de una estructura literaria, porque ya no son las vanguardias ni las temáticas las determinantes.  Debemos crear un sistema distinto para pensar la literatura. En  medio de este avance arrasador que intenta igualarlo todo como pretendiendo serializar y convertir en mercancía la originalidad de una obra literaria, “en esta era de la palabra devaluada, adocenada, domesticada” [7] quizá tengamos que reflexionar lo literario considerando el cruce inevitable entre lo general y lo particular, entre los lineamientos estéticos imperantes y el modo en que son asimilados y transformados regionalmente con sus pautas culturales y en especial las pertenecientes al campo de lo popular. Frente al apogeo del capitalismo, el éxito de las multinacionales que intentan nivelar todo e imponer un lenguaje neutro cuyo objetivo es hacer de la obra literaria un objeto fácilmente traducible o fácilmente canjeable, el criterio de valoración de lo literario no puede menos que contemplar las identidades culturales de nuestras regiones del sur, nos exige una mirada transversal, un pensamiento lateral que detecte los matices sutiles de una cultura, la manera en que nos enfrentamos a una tradición que la posmodernidad pretende borrar.  Pero pensar la literatura  únicamente desde la tradición no es suficiente en la continua marea de cambios y de variantes culturales en las que surgen actualmente las obras literarias. No se puede considerar una literatura innovadora estéticamente sin el registro de esas características vernáculas que identificarían lo peculiar de una zona frente a la masificación de la globalización. Es entonces la apropiación e integración de los aportes de la cultura popular lo que permitiría que una obra literaria  no fuera absorbida y trivializada por la tendencia imperante que borra diferencias e identidades, promovida y sostenida  por los grandes mercados.
                                                        



[1] “Historia de la literatura argentina”, Centro Editor de América Latina, Bs.As. 1982.Tomo V, pag.627.
[2]Músicos y relojeros”, Alicia Steimberg. Centro Editor de América Latina, Bs.As. 1971- página 17.
[3]  “Oralidad y escritura”, Walter Ong, Fondo de Cultura Económica, Mexico 1996, página            
[4] “Río de la congojas”, Editorial Sudamericana, Bs. As. 1981,  página 39.
[5] “Río de las congojas”, Editorial Sudamericana, Bs.As. 1981. Página 11.
[6]  Ensayo de Mónica Sifrim

[7] “Celebración del Lenguaje”, Adolfo Colombres,  Ediciones del Sol, Bs.As. 1997, página 20.


Bibliografía:
·        Historia de la literatura Argentina”, Centro Editor de América Latina, Bs. As. 1982. Tomo V.
·        “Oralidad y escritura”, Walter Ong, Fondo de Cultura Económica, México 1996.
·        “Celebración del Lenguaje”, Adolfo Colombres, Ediciones del Sol, Bs.As. 1997.
·        Río de las congojas”, Libertad Demitrópulos, Ed. Sudamericana, Bs. As. 1981.
·        “La flor de hierro”, Editorial Castañeda, Bs. As. 1978.
·        “Músicos y relojeros”, Alicia Steimberg, Centro Editor de América Latina, Bs. As. 1971.
·        Mudanzas”, Hebe Uhart, Ed. Mondadori , Bs. As. 1999.
·        El budín esponjoso”, Editorial Cuarto Mundo, Bs..As. 1977.
·        “El valiente y la bella”, Ana María Shua, Ed. Alfaguara, Bs.As. 1999.
·        “El tigre gente”, Ana María Shua,  Editorial Sudamericana, Bs. As. 1995.
·        “Expedición al Amazonas”, Ana María Shua,  Editorial Sudamericana, Bs.As. 1988.
·        Ensayo de Mónica Sifrim sobre la obra de Libertad Demitrópulos (inédito)

          Este ensayo fue leído en un congreso en la Habana, Cuba, en el año 2000.

[1] “Historia de la literatura argentina”, Centro Editor de América Latina, Bs.As. 1982.Tomo V, pag.627.
[2]Músicos y relojeros”, Alicia Steimberg. Centro Editor de América Latina, Bs.As. 1971- página 17.
[3]  “Oralidad y escritura”, Walter Ong, Fondo de Cultura Económica, Mexico 1996, página 42.
[4] “Río de la congojas”, Editorial Sudamericana, Bs. As. 1981,  página 39.
[5] “Río de las congojas”, Editorial Sudamericana, Bs.As. 1981. Página 11.
[6]  Ensayo de Mónica Sifrim
[7] “Celebración del Lenguaje”, Adolfo Colombres,  Ediciones del Sol, Bs.As. 1997, página 20.

1 comentario:

  1. Querida Irma:
    Felicitaciones por tu blog, con textos literarios y artículos interesantes.
    Gracias por compartirlos.
    Un saludo cordial
    Analía

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