Espiral de Saraswati

domingo, 19 de abril de 2015

DOLORES ETCHECOPAR: LA COSMOGONÍA DEL LENGUAJE



                                   


Hay algo indecible en la poesía de Dolores Etchecopar, algo que se escabulle y reaparece en  el lugar menos pensado o que se esfuma o queda flotando a lo largo del poema como una presencia de significación que inquieta y produce encantamiento. En algún reportaje ella ha hablado de la búsqueda del “vacío de los significados” cuando las palabras están “desasidas de sus viejas muletas”, lo  que recuerda a los formalistas rusos de principios del siglo XX que procuraban en el acto creativo desautomatizar la percepción. En el caso de la poesía de Etchecopar se trata de producir el desacomodamiento de un orden establecido pero efectuado desde una determinada franja, muy recortado, se desbarata una ley implícita, que desde el principio en vez de ser ley se presenta bajo la  ruptura del orden. Sin embargo decir esto no alcanza, algo fulgura en la poesía de Etchecopar, el poema leído ejerce una suerte de imán en su juego de devastación y encandilamiento. Se experimenta la sensación de que el poema está rodeado de un infinito silencio, tiene un toque de conclusión y es ese rasgo conclusivo precisamente el que eleva  lo enunciado a un lugar de objeto inaccesible. El poema entonces relumbra en su soledad de palabra única, final.  Y sin embargo la voz continúa manifestándose y un finísimo hilo conductor une un poema con otro otorgándoles nuevos significados, un plus  de connotación tenue pero que retumba en otra parte y desde allí regresa.  Estamos frente a una poesía que busca expresar lo que está del otro lado, en sordina, en la trastienda de las cosas pero que, a su vez, nos define completamente como humanos.  Da la impresión de que presenciamos un intento de desmantelamiento para descubrir el revés de  las cosas y los acontecimientos que completa o sostiene la manifestación de lo visible, acaso la trama oculta que se encuentra debajo, el misterio de la vida.
  Por otra parte hay un cierto clima primordial, cosmogónico, el poema habla o da  cuenta por momentos de un estado inocente de la conciencia humana, estado que es quebrado con un descenso a los infiernos, una pincelada de lo oscuro: “quiero escuchar los preparativos del universo/ la primera vez de los caballos/ la primera vez del silencio” (Notas salvajes). Es como si se hubiese arrasado con los  condicionamientos y el poema surgiera un instante inmediato después de ese arrasamiento. La palabra tiene entonces un rictus de recién nacida, de objeto nuevo y, como tal, exige una constante reubicación del lector con respecto al pacto de lectura. En esta poesía se puede rastrear la búsqueda de lo fundacional pero a la vez y en forma de acto continuo está la disolución, como un movimiento paralelo al de fundar,  es decir, lo que inaugura y está  también lo último a la manera de un oxímoron  de los procedimientos en un intento de captar  a través del lenguaje la totalidad de sus funciones en un solo acto. Lo único es también un axioma. La captación de un hecho único y a la vez totalizante como premisa para que el poema tenga cabida.  Incluso es posible detectaren esta voz poética la percepción de  la mirada de un niño, el registro de un nivel de la conciencia que se ubica en un estadio diferente, tal vez el lado más primario y, al mismo tiempo,  superando el límite de su evolución.
  Enfrentarse al trabajo alucinante que  Etchecopar realiza con las palabras puede resultar una tarea demoledora. La palabra se escabulle, el artificio no se pone en evidencia, se despliega en el poema por un instante lo que parecía no poder ser desplegado nunca. Pero es en el instante y en ese rasgo de fugacidad se encuentra la clave. Lo conclusivo, lo único, lo que es dicho una sola vez, de allí que después de eso, alrededor no haya nada, el silencio sostenedor, realzador, potenciador: la palabra en mitad del vacío. Atrapar lo fugaz e incandescente en un aventurado acto de arrebato. Podría  afirmarse que hay una operación de recorte, de desgranamiento de la palabra, de despojamiento pero además me atrevería a decir  que se procura espiarle la espalda a la palabra. Bucear mediante un operativo de desnudamiento lo que está debajo, lo que está detrás, lo no visible ni palpable. Cómo es entonces en la poesía de Etchecopar la inextricable relación entre la palabra y el mundo. Me animo a  susurrar que es de persecución, la palabra persiste pero sólo logra atrapar  lo perseguido cuando se desnuda, cuando pierde hasta el menor de sus ornamentos. Etchecopar desamarra los hilos que están detrás, los que nos sujetaban a eso –inaudito, inexpresable-  y que no nos permitía ver. Quizá se trate de sacar a la palabra de su encastre, alejarla lo más posible de su domesticación, de su historia, imprimirle una marca de atemporalidad en la que el principio –la cosmogonía- y el final –lo apocalíptico- se rozan o se confunden pero no hacen más que disolver la linealidad del tiempo y siguiendo este camino, se percibe un trabajo con los arquetipos (la nieve, el sol, el amanecer, los bosques, el abismo, la esfinge) que refuerza esta búsqueda de lo primordial, lo abarcador fuera de las marcas diferenciadoras de las culturas. De este modo los poemas nos conectan con el  desencaje de lo gutural, de lo primigenio de un cántico desolado que nos empuja al origen. Muchas veces al leer un poema de Etchecopar se tiene la sensación de caer en el vacío, el poema nos arroja a la intemperie de la palabra, no hay agarraderas, el poema es casi una preparación para  el desapego de la muerte.
 La autora dice en un reportaje aludiendo a las cosas que regresan regularmente, en su temática y lo expresa así: “el desacato a todas las órdenes”,  retomando este concepto y por la manera de expresarlo  no resultaría aventurado pensar que su relación con el lenguaje es de desacato (la palabra alude a vulnerar un orden consensuado), salirse de la norma constantemente pero como de a chispazos o disparos en el transcurso del poema, como quien da un giro imprevisto, retorna a la normalidad del uso del lenguaje para dar luego otra huida u otro giro.

 Poesía donde lo cotidiano se abisma,  permitiéndonos ingresar en ese otro lado fantástico que sólo el revés de las palabras puede expresar, el rito de pasaje se ha producido desde la primera sílaba y ya, afortunadamente,  no hay retorno.






El pozo

mi hijo no hace pie en el alba
tampoco hace pie esa ciudad donde estuvimos
ni el tren que iba a Berlín
ni los muertos que suben y bajan
la ropa de los vivos
nada hace pie ni la pobreza ni la risa
ni los ruidos feroces ni las luciérnagas
bajo el gran país que suelta la noche
digo unas palabras aparto a la extraña mujer
que se prepara en mi sollozo digo unas palabras
antes de que ella me enmudezca con sus fábulas
y su desmemoria
mi hijo no hace pie en el alba
el tren que iba a Berlín
los vivos que suben y bajan
la ropa de los muertos
nada hace pie
             en el llamado
nada hace pie
                  en el silencio de ese niño
nunca sabrá
por qué afuera de la luna
golpean a un viejo caballo
                          De “Notas salvajes” Editorial Argonauta. Buenos Aires 1989


Primera y última escena

la casa natal no despareció
sólo el cuerpo del niño fue cerrado
y puesto en un grito de la basura y los árboles
entonces tuvo miedo porque lo que lloraba
no era él
sino otro niño que se había quedado para siempre
en el porvenir.
                    De “Notas salvajes” Editorial Argonauta. Buenos Aires 1989



las muñecas que de un lado besan
y del otro mueren
son muy buscadas
sólo ellas ocultan y encandilan
mojan y desaparecen
penetradas de soledad hasta nueva orden
dicen gracias
             De “La canción del precipicio”- Gel. -  Buenos Aires 1994



se desboca el suave bramido de las sílabas
una mano no puede cruzar el puente
una rosa en la voz que pierde sus olas
para empezar el mar
hay que dar otro paso
hacia lo directamente silencioso
amarrar la luz del precipicio
a la débil araucaria
a la bailarina que viste de mucho frío
y se vuelve pájaro
                    De “La canción del precipicio”- Gel-  Buenos Aires 1994





15
por mis ojos cansados
ella pasa y vuelve a perderse
como la marca en un libro
que estuve leyendo sin entender

mi madre ha cambiado

voy por su larga muerte
escucho sus pasos de madre muy joven
en el corazón de mi hermano
ella lleva a sus hijos
a bañarse al arroyo
porque el molino está quieto
y no da agua
desde esa soledad suya atravesada aún
por radiantes cosas vivas
ella me mira
no sabe que he nacido
que estoy en su muerte
para que algo mío la envuelva
le dé cabida y perdón
mis brazos extendidos
                                no sabe
que en mí se posan sus penas como pájaros
que acaso pronto
si amanece
alzarán vuelo.
                                            De “El comienzo”- Hilos editora. Buenos Aires 2010



18
en mi casa algo grave le sucedía al silencio había hielo
en un ojo un jardín aterrado era el otro
en la oscuridad nevaba los pasos de mi padre
rápidos llegaban en un día a todas mis edades y entraba
esa luz en mi oído esa luz que quieren los árboles
para tocar el día más allá de sus ramas
más allá de sus frutos heridos por el hielo
yo quería tocar la mañana de esa ciudad
que se iba en los trenes
                              De “El comienzo”- Hilos editora. Buenos Aires 2010



Dolores Etchecopar es poeta y pintora. Nació en Buenos Aires en 1956. Es una de las voces más destacadas de la poesía argentina. Ha publicado los libros de poesía "Su voz en la mía" - Ed. Corregidor 1982,"La tañedora"- Ed. El imaginero -1984, "El atavío" -Ed. El imaginero -1985, "Notas salvajes" . Ed. Argonauta 1989, "Canción del precipicio" -G.E.L-  1994 y "El comienzo" Hilos editora 2010.