Espiral de Saraswati

sábado, 21 de noviembre de 2015

IRMA VEROLÍN: TEXTO

   
  El libro "De madrugada", a pesar de constituirse como un largo poema segmentado que da cuenta de una historia,  se inscribe en el género poesía. Sin embargo cuenta con tres textos en prosa. Este es uno de ellos.


Cómo quisiera introducir me en la boca de mi madre, zambullirme en su preciosa ausencia de palabras, estar en ella, ser de ella, ser una palabra más que ella no pronunció, pertenecerle de nuevo como una vértebra, como un órgano o un simple sonido que aletee dentro del armazón enclenque de su cuerpo. Añoro ser una porción de ese silencio inmenso que guardan las madres en su interior. Pero eso sí, debería encontrarla y, para mi desgracia, sé que esa es una de las cosas más difíciles que existen hoy por hoy en este mundo. Las madres huyen hacia un lugar del que se han perdido las coordenadas, las madres aman la imprecisión geográfica, las madres se pierden a sí mismas en el torbellino de su juventud. La recuerdo cosiendo en una máquina a pedal en un rincón de aquella piecita decorada con patos y perros de caza donde las dos estirábamos la largura de las tardes. ¿Dónde se encontraban mis hermanos? No están, no forman parte de la escena. ¿Mi memoria es absorbida por la muerte y me los arrebata de antemano? El tiempo transcurría con una lentitud exorbitante y hacía añicos las promesas de futuro, supongo que por eso mi madre callaba y yo no sabía dónde meterme ni qué hacer con la enormidad de silencio que nos engullía a las dos. El único sonido era el chirriante rezongo de la máquina que el pie de mi madre escandalizaba una y otra vez. ¿Ese ruido era su voz? El siglo veinte ya había rozado su exacta mitad y allí estábamos nosotras, madre e hija, en un vértice, asomándonos a aquella ventana sin paisaje donde las palabras se escabullían hacia los cuatro puntos cardinales, hacia los ángulos de la ventana que creaba un estado de perfección espeluznante. Yo quiero entrar en mi madre y ella no me deja, sólo se interesa por el movimiento mecánico de su pie que violenta el silencio de esta pulcra piecita. Hasta los patos que ilustran las paredes deben sentir la punzante alteración que el pie de mi madre está creando. Quiero que me hable, quiero que mi madre me hable y no lo hace, quiero ser yo esa palabra que falta, que no brota en su boca para completarla a ella. Su juventud es un círculo que no termina de cerrarse igual que ese pie que se abanica una vez y otra y otra como si la máquina fuese una cuna en la que mi cuerpo no está.
–Mamá–digo– mamá.

Y el retumbar de la máquina de coser enturbia mis palabras. Si al menos lloviera allá afuera, si alguien entrara por esa puerta, si ella me mirara. Si yo pudiese escapar del corsé de mis cinco años hacia la holgura de una eternidad donde las madres se alimentaran de las madres en una cadena interminable y confiada si el tiempo estuviese hecho con otra clase de materiales más blandos aún que esa tela escurridiza que mi madre une en partes y que se le escabulle sin cesar entre los dedos. Si Dios se acordara de nosotras, si mi nombre no fuera igual al de mamá encerrándonos en este espejo tan negro y tan translúcido donde las dos nos encontramos y nos perdemos interminablemente .Si la habitación pudiera elevarse igual que un globo de gas y se alzara al aire con nosotras dos, si los calendarios se apelmazaran y trituraran sus números en uno solo .Si las palabras que guardó mi madre en su hondo interior se abalanzaran de repente y me cubrieran como un vestido nuevo de esos que se estrenan en momentos importantes.Si al menos algo, cualquier cosa viniera desde alguna parte y nos abrigara a las dos.


                                           Obra de Elena Cabrera: "Lectura para dos"