Espiral de Saraswati

miércoles, 21 de mayo de 2014

MARÍA GRANATA: fragmento de novela


En los textos narrativos de María Granata se combina la presencia de un imaginario rico, nutrido, desbordante con el trabajo de una prosa impecable,  trabajada hasta en sus más mínimos detalles y el agregado de un lirismo sin desbordes. Nos encontramos frente al registro de la cultura popular estilizado a través del lenguaje. Hay un predomino de un mundo festivo, celebratorio de la vida con una clase de un humor fresco como basamento de todo.  El lirismo mantiene una tensión equilibrada con el humor, un humor que combina sorpresa e ingenuidad y una dosis de picardía. Desde su primer libro narrativo “Los viernes de la eternidad” su obra en este género se desarrolló sin altibajos manteniendo la calidad narrativa, no se encuentran las llamadas obras menores. Tramas hilvanadas con la justa tensión y la imprescindible intriga. Sus personajes tienen relevancia  en el trazado de sus perfiles. Suele inscribirse su escritura en la llamada corriente del realismo mágico, lo que, de alguna manera, no deja de ser una fórmula simplificadora. Es notable un rasgo particular en el tratamiento del cuerpo humano que suele vivir transmutaciones de toda índole y que con frecuencia  pierden su corporeidad, su densidad pasando a un estado  gaseoso, terroso, volátil, acuoso  a veces hasta llegar a la desintegración. Cuerpos fragmentados,  que desaparecen o son absorbidos por la respiración de otros o que se reducen a su mitad. Cuerpos que levitan o que tienen una mitad demoníaca y la otra santificada. Es frecuente el entrelazamiento de los personajes humanos con el mundo vegetal y animal e incluso mineral.  Podría afirmarse que la operación predominante es la de continuidad. Continuidad entre los reinos animal, vegetal y humano, continuidad del mundo tridimensional con sus cuerpos vivos y con el mundo de lo intangible, con sus espíritus, entidades y aparecidos. Los límites entre los mundos son lábiles, difusos y sumamente  franqueables.
    Se observa en toda su producción  que abarca  además la poesía y la literatura infantil, una coherencia en el trazado del universo y en el tratamiento de los temas. Puede señalarse una orientación mítica  ajena a cualquier predisposición ilustrativa, una tendencia a reelaborar y hasta jugar  con un tono paródico las grandes escenas bíblicas. Hay   en cierta manera una actitud jocosa, juguetona en el narrador que le da a los relatos frescura y vigor aunque surjan situaciones tremendas tales como la guerra o la muerte. Al recorrer la vasta producción de María Granata se experimenta el goce de la escritura, la riqueza del lenguaje, se vive la sensación de transitar una obra en el sentido cabal de la palabra.
 El párrafo que sigue a continuación  pertenece a la novela “Los tumultos”- Emecé, Buenos Aires 1974.

“Cuánta luz”- pensó. Es que nunca había imaginado que el mundo podía ser tan radiante. Y después se incorporó, siempre extasiado, y reanudó un andar que en pocos instantes lo trasladaba de un paisaje a otro. “Lástima que todavía no he encontrado a nadie”- se dijo. Ahora quería ver el paisaje de los rostros humanos, llevar a cabo ese antiguo deseo suyo, el de conocer a cada uno de los habitantes de la tierra, es decir, a sus contemporáneos, porque siempre le pareció una impiedad ignorar las otras vidas simultáneas, estar de espaldas a los que comparten los propios días o pavorosamente lejos de ellos. Quería estrechar infinidad de manos. Miró su diestra. La mano que bendice es la que más manos debe estrechar, y en ese momento le pareció un colgajo inservible. Pero se reanimó en seguida. Tal vez todo consistía en seguir caminando ya que hay que admitir  que hay zonas despobladas; seguramente encontraría a alguien.
“El mundo es caliente”-pensó. No tenía hambre ni sueño y estaba convencido de que su exploración llevaba, por lo menos, ocho o diez días. Lo que le llamó la atención fue que en todo ese tiempo ni una sola vez se hubiese hecho de noche. Tampoco había visto el sol. Acaso había estado caminando sobre un sol enterrado y de ahí la continuidad del fulgor. “Es que uno no sabe qué hay debajo de la tierra. No están solamente los difuntos. Puede haber de todo. También un sol”- se dijo. Lo malo era que no se le había ocurrido llevar un pico porque entonces se hubiese puesto a excavar. “Siempre hay que proveerse de una buena herramienta, por lo menos de una pala”- pensó.
Había lugares en que la luminosidad se volvía intermitente, y otros en que la luz estallaba. Sí; estaba seguro de que allí estaba enterrado un sol, y eso explicaba el calor abrasante y también la falta de poblaciones. Era, sin duda, una zona tórrida preferible a las vastedades heladas en donde el cielo se solidificaba.
Su vida le pareció tan alejada de él que ya le resultaba inapresable aunque hubo un momento en que pudo pensar en Dionisio, y después en Lucas, un momento en que trató de estrecharse a sí mismo con los brazos repentinamente agobiados para sentir que la cabeza de Crisanto yacía sobre su pecho. Y la recordó a Cenobia como a alguien que había estado en su ser y lo había traspasado para no permanecer allí sino afuera, en el convulso y a la vez fijo centro de la casa. Y tuvo un pensamiento para la Sudario. ¿Lo vería a Dios? Tal vez él también lo vería, quién sabe si en un desierto luciente o en un suelo de carbones brillantes, es decir, el suelo donde estaba ahora. O tal vez en el sol sepulto que debía de haber allí. Pero siempre para descubrir las cosas hace falta algo que excave, un pico, una pala, y él no había llevado nada consigo. Sólo que se había puesto a andar porque de pronto se encontró ante un paisaje nuevo y ahora no podía precisar si había sido cerca de su casa o a una gran distancia puesto que los pasos no miden nada, ni siquiera son lineales sino profundos porque no es verdad que se suceden sobre las superficies sino dentro de uno y a la vez dentro del mundo y también penetran la carne de otros seres. Porque caminar es siempre algo misterioso, no como se suele creer, una simple traslación. Es  un  acto reverente y, al mismo tiempo, un desencadenamiento.
                               ("Los tumultos" - Ed. Emecé, Buenos Aires, 1974- pag 222-223-224)








María Granata nació el 03/09/1923. Poeta y narradora. En 1942 publicó Umbral de tierra, su primer libro de poemas con el que ganó el Premio Municipal y el Premio Martín Fierro. Forma parte de la llamada Generación del ‘40. Su obra más notoria, Los viernes de la eternidad, obtuvo el Premio Emecé y fue llevada al cine en 1971 por Héctor Olivera (PK). Narradora, entre otros, de “Color humano”, “Muerte del adolescente”, “Corazón cavado” y “Los tumultos”. Entre 1984 y 1993 escribió las novelas “La escapada” y “El sol de los tiempos”. .En 2010 publicó la novela “El éxodo” y  un año más tarde los libros de relatos "Pretéritas palomas" Y "Un lodazal heroico". Escribió más de 30 libros de literatura infantil, entre los que se destacan, “El ángel que perdió un ala”, “El perro sin terminar”, “Los niños que bajaron del cielo” y “El bichito de luz sin luz”. Recibió, entre otras distinciones, el Premio Consagración de la Provincia de Buenos Aires, el Premio Nacional de Literatura, el Premio Conex y el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores.