Espiral de Saraswati

sábado, 21 de noviembre de 2015

IRMA VEROLÍN: TEXTO

   
  El libro "De madrugada", a pesar de constituirse como un largo poema segmentado que da cuenta de una historia,  se inscribe en el género poesía. Sin embargo cuenta con tres textos en prosa. Este es uno de ellos.


Cómo quisiera introducir me en la boca de mi madre, zambullirme en su preciosa ausencia de palabras, estar en ella, ser de ella, ser una palabra más que ella no pronunció, pertenecerle de nuevo como una vértebra, como un órgano o un simple sonido que aletee dentro del armazón enclenque de su cuerpo. Añoro ser una porción de ese silencio inmenso que guardan las madres en su interior. Pero eso sí, debería encontrarla y, para mi desgracia, sé que esa es una de las cosas más difíciles que existen hoy por hoy en este mundo. Las madres huyen hacia un lugar del que se han perdido las coordenadas, las madres aman la imprecisión geográfica, las madres se pierden a sí mismas en el torbellino de su juventud. La recuerdo cosiendo en una máquina a pedal en un rincón de aquella piecita decorada con patos y perros de caza donde las dos estirábamos la largura de las tardes. ¿Dónde se encontraban mis hermanos? No están, no forman parte de la escena. ¿Mi memoria es absorbida por la muerte y me los arrebata de antemano? El tiempo transcurría con una lentitud exorbitante y hacía añicos las promesas de futuro, supongo que por eso mi madre callaba y yo no sabía dónde meterme ni qué hacer con la enormidad de silencio que nos engullía a las dos. El único sonido era el chirriante rezongo de la máquina que el pie de mi madre escandalizaba una y otra vez. ¿Ese ruido era su voz? El siglo veinte ya había rozado su exacta mitad y allí estábamos nosotras, madre e hija, en un vértice, asomándonos a aquella ventana sin paisaje donde las palabras se escabullían hacia los cuatro puntos cardinales, hacia los ángulos de la ventana que creaba un estado de perfección espeluznante. Yo quiero entrar en mi madre y ella no me deja, sólo se interesa por el movimiento mecánico de su pie que violenta el silencio de esta pulcra piecita. Hasta los patos que ilustran las paredes deben sentir la punzante alteración que el pie de mi madre está creando. Quiero que me hable, quiero que mi madre me hable y no lo hace, quiero ser yo esa palabra que falta, que no brota en su boca para completarla a ella. Su juventud es un círculo que no termina de cerrarse igual que ese pie que se abanica una vez y otra y otra como si la máquina fuese una cuna en la que mi cuerpo no está.
–Mamá–digo– mamá.

Y el retumbar de la máquina de coser enturbia mis palabras. Si al menos lloviera allá afuera, si alguien entrara por esa puerta, si ella me mirara. Si yo pudiese escapar del corsé de mis cinco años hacia la holgura de una eternidad donde las madres se alimentaran de las madres en una cadena interminable y confiada si el tiempo estuviese hecho con otra clase de materiales más blandos aún que esa tela escurridiza que mi madre une en partes y que se le escabulle sin cesar entre los dedos. Si Dios se acordara de nosotras, si mi nombre no fuera igual al de mamá encerrándonos en este espejo tan negro y tan translúcido donde las dos nos encontramos y nos perdemos interminablemente .Si la habitación pudiera elevarse igual que un globo de gas y se alzara al aire con nosotras dos, si los calendarios se apelmazaran y trituraran sus números en uno solo .Si las palabras que guardó mi madre en su hondo interior se abalanzaran de repente y me cubrieran como un vestido nuevo de esos que se estrenan en momentos importantes.Si al menos algo, cualquier cosa viniera desde alguna parte y nos abrigara a las dos.


                                           Obra de Elena Cabrera: "Lectura para dos" 


                                         




sábado, 31 de octubre de 2015

Irma Verolín: Tres poemas animales


                           LA MOSCA

hace días que con nosotros 
vive una mosca,
mis gatos la espían:
negra
voladora
debe haber entrado de contrabando
por rendija alcahueta.
Vuela sobre nuestras cabezas
petulante
la mosca
la muy intrusa no maúlla
no habla
sólo vuela,
no sabemos muy bien de qué se alimenta
quizá de la soberbia de volar
o del rum rum
de los altos aires de la casa.
Antes de la llegada de la mosca
mis gatos y yo no sabíamos nada de la vida,
es triste vivir así
tan aquí abajo
y con la cabeza todo el tiempo
enfocando el techo,
ese techo blanco
que la mosca conoce
mucho mejor que nosotros


..........................


                      PESTAÑAS DE GATO

Pestañas las de mi gato son
claritas
casi transparentes,
si las miro al trasluz
mi gato se parece a un humano
que pestañea
como si él también tuviera conciencia
del tiempo.
Pero no
sus ojos están siempre fijos
y embrujados en su cara espléndida
de gato,
él sólo ve la eternidad
que atraviesa esta taza
este muro
esta silla
estos otros ojos que lo están mirando
y que cortan el tiempo
lo tajean
lo dividen en instantes
e inconmensurablemente lo descomponen
hoy
que ha comenzado a llover en la ventana.
...............................


           LA ARAÑA

La araña era inmensa
y enseguida
la muy salvaje se escondió
detrás de la maceta
y yo la perseguí con las fauces
de mi escoba despeluchada.
Fue una lucha sin cuartel.
La araña corrió con ventaja: yo soy
una mujer entrada en años y debilucha.
Las sombras de la noche
ya nos cercaban a las dos,
fue inútil perseverar:
la araña encontró refugio vaya a saber dónde.
Desde entonces
la espero
mi miedo y yo la esperamos
acurrucados en la esponjosa noche
con los ojos abiertos
y la boca lista para gritar.
Antes de la araña nunca tuve enemigos.
La vida en esta casa se ha vuelto frágil
para mi escoba y para mí.


Estos tres poemas pertenecen a la segunda parte del libro "Los días" de Irma Verolín- Fundación Victoria Ocampo- Buenos Aires 2015 (Premio Horacio Armani 2014)









miércoles, 28 de octubre de 2015

IRMA VEROLÍN: TEXTO SOBRE LIBERTAD DEMITRÓPULOS


  
                              UNA MUJER ESCRIBE DURANTE LA NOCHE

Quienes nos dedicamos a hacer literatura de ficción sabemos que no existe nada más distante a nuestro mundo poético que aquello que está  muy cercano a nuestro presente y a nuestras emociones.  De modo que hablar de Libertad Demitrópulos es para mí como para muchísima otra gente un intento difícil. Y es difícil justamente porque su presencia entre nosotros ha sido tan intensa que se mezcló con todo y formó parte de todo.  Lo que posiblemente salve este conflicto de distancias y cercanías sea la naturaleza misma de la palabra poética que logra su clímax cuando sostiene las ambigüedades.
       La primera de todas las imágenes que tengo de Libertad  es la de una mujer que escribe durante la noche. El silencio de la noche y la escritura. El ruido de las hijas que crecían, el de las voces entremezcladas de los chicos en el gran patio de la escuela donde Libertad trabajaba. Los ruidos del mundo. El día y la noche. Libertad se cobijó en la noche, se acurrucó en la noche para crear  el espacio  de silencio imprescindible para escribir. Escribir entonces fue  como cavar un túnel en la transparencia negra de la noche. Así, muy pronto,  la relación entre oscuridad y luz iba a perder su frecuencia ritual. Claro que yo nada sabía de este asunto de la noche  - de ese apagar los sonidos del mundo para poder indagar  sobre él en un papel en blanco- cuando me animé a llamar a Libertad por teléfono. Mi primer libro me temblaba en las manos y yo quería pedirle que me lo presentara. Su número me lo habían dado en el Fondo Nacional de las Artes, ella había sido jurado del premio que se hizo cargo de la edición del libro. Tenía mucha vergüenza de pedirle a alguien que no me conocía semejante tarea. Con un susto enorme disqué el número.  Era domingo y eran las once de la mañana. Alguien, una voz  masculina - que después  supe  era  Joaquín Giannuzzi- me dijo con amabilidad que Libertad dormía. Muerta de vergüenza colgué el tubo. Me llevó varios días animarme a hacer otro llamado.
     Más adelante, con una gran ternura, ella misma iba a explicarme su relación con el sueño y la noche. Escribir de noche, pienso ahora, es afirmar oblicuamente que no hay lugar en la vida ni en el mundo, que es preciso arrebatarle el espacio a alguna dimensión vecina, es como situarse en un sitio limítrofe, resguardarse, estar al acecho sin ser vista. Ese desvío, ese camino lateral de la noche le permitió dar vida a María Muratore. Lo cierto es que en aquel momento fue Libertad quien me vinculó con una tradición de mujeres escritoras; fundó una especie de patria que me rescataba de la vacilación y la pérdida de identidad.
      Luego de unas cuantas charlas telefónicas la voz de Libertad tuvo un rostro para mí en la Casa de la Provincia de San Luis en junio de 1988, en un Primer Encuentro de Mujeres escritoras organizado por Libertad. Fue muy extraño haberle encontrado un rostro a tantas voces de mujeres en las que resonaban otras voces: las de mi abuela, de mi bisabuela, de mi tatarabuela.
      En aquel Primer Encuentro de Escritoras, Libertad habló de la mujer cautiva, de ese otro lugar, de ese pasaje a un mundo fuera del mundo, de un confinamiento del cuerpo y del lenguaje. Y al hablar de la mujer cautiva habló del país y de nuestra historia reciente.
       Un buen día se produjo por fin mi tan ansiada presentación de primer libro. Libertad dijo, atravesando el sentido de mis textos, que el poder público había sido siempre ocupado por el autoritarismo y la violencia y que las mujeres habíamos venido conspirando secretamente durante siglos, forjando, gracias a la escritura, un espacio desde el cual nos resistíamos al dominio de ese poder. También dijo que yo era una muchacha que venía del silencio. Escuchar eso fue absolutamente impresionante para mí. Mis textos lo habían sospechado antes que yo y Libertad lo desplegaba frente a mis ojos. Aquellas palabras me fundaron, me explicaron el mundo, me revelaron mi propio  rostro. Luego Libertad propuso que revisáramos la cultura bajo una mirada femenina, reclamaba entre otras cosas la necesidad de destacar la existencia de "lo femenino" y la de crear categorías nuevas para abordar teóricamente, estudiar y  profundizar  las producciones literarias hechas por mujeres. Sin duda la cultura ha sido interpretada desde "lo masculino", es decir sin salirse de los márgenes del esquema patriarcal, con su rigidez, su dominio de la fuerza, su enfrentamiento mezquino, su falta de compasión y su feroz lucha por la competencia. Hoy me doy cuenta de que en aquel momento yo no entendí de verdad, de verdad qué querían  decir aquellas palabras. Sin embargo  esas palabras son ahora la base de mi filosofía de vida, pero de mi vida cotidiana, en cada pensamiento y cada acto. 
    Después Libertad y yo nos encontramos de diversos modos a lo largo del tiempo en situaciones que, incluso, la razón no alcanza a explicar.  Ella estuvo siempre allí con la mano extendida, siempre creando, haciendo literatura para rescatarnos de una visión maniquea del mundo, del blanco y del negro de la noticia a secas, arrancándole a las cosas y a los seres sus sutilezas para dejar sentado una vez más que la historia de la cultura no puede ser abolida por la actualidad, que no pueden aplicarse fríamente las leyes del mercado a una obra literaria, que una novela no es un objeto en serie que debe impactar,  sorprender y  convertirse en una novedad que enseguida se consume para ser de inmediato reemplazada por otra, igualmente fugaz y transitoria. Cuando pienso en ella surge la idea de profundidad. Ella despejó un camino, nos hizo tomar conciencia de que formábamos parte de una cadena de mujeres escritoras. Puso sobre el tapete la imprescindible urgencia de revalorizar en estos tiempos la memoria y la tradición. Libertad era una persona que se aproximaba a los hechos y a los seres con asombro y respeto, para ella cada cosa tenía un valor en sí misma que debía ser considerado. En momentos como estos en los que muchos medios de comunicación parecen empecinarse en tratar de persuadirnos que los escritores salen de la nada, que no tienen historia, que son producto de la casualidad y que luego se esfuman en honor de  la contabilidad de las editoriales, tomar la imagen de Libertad, su conducta frente a  este gran alarde de repentismo, sin duda nos ayudará  a contrarrestar la idea de que  es la ley del mercado la que rige la vida literaria, de que no existe tradición ni memoria cultural, de que el arte es una mercancía descartable.

        Otra de las imágenes en la que aparece el recuerdo de Libertad es el de una mujer que estaba en litigio con su propio cuerpo. Ella había establecido una relación peculiar con él y al final fue casi inevitable hablar de su cuerpo de un modo parecido al que solíamos hablar de sus novelas: su cuerpo debía ser descifrado, nombrado constantemente,  atendido en sus mínimos detalles. Libertad consideró a su cuerpo como a un antagonista de su poderosísima fuerza interior. Era un cuerpo demasiado imperfecto para una mujer tan plena, un cuerpo que no pudo ser corregido infinitamente como un texto. Entonces, quizá con la pretensión de disolver las ambigüedades me queda por decir que en este momento lo único ausente de Libertad es aquel cuerpo.  Hoy,  ahora, así como ella diez años atrás presentó mi primer libro hablando al mismo tiempo de la situación de todas las mujeres escritoras que  trazaban un camino invisible sobre el que nos era posible transitar, yo intento hablar de Libertad con las limitaciones de mis palabras y el estorbo de mi emoción. Las palabras apenas me alcanzan y yo siento que me pierdo en la profundidad de la noche, en la profundidad de la brecha que sus palabras abrieron, en la intensa hondura de sus relatos. Y es como si ya no existiera  un ella y un nosotras, como si de una vez por todas hubiésemos construido un puente que permanecer  tendido entre nuestras más preciadas utopías y el mundo.


                         

Homenaje a Libertad Demitrópulos en la Biblioteca Nacional
Ciudad de Buenos Aires - primavera 1997- Demitrópulos en el ángulo
derecho.
         
Leí este texto en un homenaje que se le hiciera a Libertad Demitrópulos en el que  también participaron Nora Domínguez, Mónica Sifrim,  y Teresa Parodi en la Biblioteca Nacional en el año 1997. El mismo fue publicado en la Revista "La marea"  1998 en su número 12.
    


jueves, 1 de octubre de 2015

IRMA VEROLÍN: LOS DÍAS


"Los días"- de Irma Verolín- Editorial de la Fundación Victoria Ocampo- Buenos Aires 2015 
Primer premio  POESÍA "Horacio Armani 2014 otorgado por la Fundación Victoria Ocampo.

                           ENTRE LA REVELACIÓN Y EL SILENCIO

Los días está separado en tres partes: “Gestos”, “Zoo cercano” y “Los días”, última sección que le da título al libro. Los objetos, los animales domésticos y  las mínimas acciones de la vida cotidiana se han vuelto reveladores. Han estado siempre allí, pero ahora se trata de acercarlos a un primerísimo primer plano. Se trata de captar el mundo, como decían los formalistas rusos, desautomatizando la percepción, quitándole lo repetitivo y mecánico, se trata ni más ni menos que de descubrir en lo común, en lo ordinario, en lo aparentemente intrascendente, su rasgo de originalidad. Es fácil detectar que hay un intento de depuración de la palabra, se busca despojarla, desvestirla. Las dos primeras partes se caracterizan por el silencio: los gestos son el lenguaje mudo de un cuerpo, los animales no hablan. En la tercera parte se produce un cambio con respecto a este enfoque, allí aparece la palabra en la voz y en la escritura. Se vislumbra un concepto de  escritura entendida como un proceso de apropiación del tiempo, la escritura se convierte en una conquista del tiempo. El tiempo, en tanto misterioso y escasamente definible, sólo puede ser captado mediante la creación de metáforas. Se trata de un tiempo que es todos los tiempos, porque se da en forma simultánea como en “Domingo” o “Casa de Ana Frank”. Escribir entonces como si se intentara volver a mirar con otros ojos lo que ya que ya fue visto. La escritura poética es el acto de producir pensamientos sensibles  mediante una mirada que atraviesa el mundo teñida por la propia subjetividad y que, por supuesto, no se ancla en la racionalidad,  algo parecido a lo que ocurre con la palabra al surgir en la página, aquello borroso en la propia interioridad se vuelve de pronto legible, se manifiesta, la escritura  poética  se convierte en expresión de lo oculto mediante un proceso de avance y retroceso en un espacio bidimensional que cobra espesor y tridimensionalidad. La palabra escrita instaura la dimensión de la hondura. Escribir como revelación y búsqueda de conocimiento, claro que sin una cuota de no saber, de ignorancia este proceso no tendría cabida, el no saber es el impulso, el motor, la zona oscura que termina iluminándolo todo. Lo oscuro entonces ilumina. Cuando se habla de la noche o de la muerte, quizá  se refiera a eso. Podría afirmarse con respecto a la poesía de Irma Verolín que trabaja enfáticamente el lugar del yo, un yo que no se celebra a sí mismo, lo que no es ninguna originalidad pero sí tal vez en ese marcado carácter antiwhitmaniano, se diría que estamos frente a un yo que reniega de sí mismo y a la vez es un yo con una fuerte centralización, un yo en situación incómoda con el no yo entendido como el mundo, el afuera.  Un yo que aparece travestido en gestos, objetos, animales y que en su búsqueda de definición realiza un recorrido fuera de sí, se proyecta hacia fuera en el ámbito próximo, en vez de funcionar como espejos estos elementos son transposiciones de un yo vacilante, fragmentado, que aspira encontrar su identidad, su sentido de unidad.  Además estamos ante una poesía de territorialidad, definida por la pertenencia a un determinado espacio, la casa, el  sitio propio, el barrio, la ciudad, según el texto, el espacio configura intensamente y es probable que esta marcación espacial determinante esté producida por ese yo que busca  contornearse a sí mismo, un yo malcriado, un yo en fuga hacia un afuera que no lo contiene, un yo en estado de incertidumbre, un yo que busca convalidarse, que quiere saber quién es.  Podría afirmarse que los cuerpos que aparecen en estos poemas –sean humanos o animales- son cuerpos en estado de asombro. Esa es un rasgo de la escritura de Verolín: la perplejidad, el estupor del narrador  que da la impresión de hacerse extensiva a la del sujeto de enunciación de su poesía, hay un asombro casi inaugural propio del que apenas se está mostrando al mundo. Por otra parte los objetos, los cuerpos, los seres de otros reinos naturales son lentes que muestran el mundo que los contiene, son algo parecido a partes de un holograma en el que la más pequeña de sus unidades reproduce la totalidad. Y  eso que da testimonio como fragmento de una totalidad sólo puede ser captado a través del asombro. En la extrañeza del asombro se repliega el germen de la creación.
                                                                              María C. Tolosa

contrapa del libro "Los días"



Durante el acto de presentación del libro junto a María Esther Vázquez- Buenos Aires agosto 2015.



domingo, 7 de junio de 2015

GLORIA PAMPILLO: SU NOVELA "UNA MALA MUJER"

                 

                    NOVELA PÓSTUMA DE GLORIA PAMPILLO
   "Una mala mujer"- Gloria Pampillo. Ediciones Cienvolando- Buenos Aires 2014
          

La novela “Una mala mujer” de Gloria Pampillo   narra con  fina ironía la historia  de un grupo de personas relacionadas por vínculos parentales y de amistad. Conocemos la historia desde la perspectiva de esta narradora testigo. Hay una frondosidad de personajes que se entrecruzan cuyo perfil es trazado con rapidez. La propuesta parece ir hacia un realismo sucio o narración pura, escapa de cualquier posible detenimiento,  elude adrede la morosidad del relato,  se trata de apresar lo sustancial. Es preciso contar la historia rápidamente y abarcarlo todo de un tirón, quitarle cualquier hojarasca para quedarse con la pulpa. La narradora se caracteriza por enfocar sólo aquello que le permite llegar a una verdad oculta, es una indagadora, una buceadora y hace un pase rasante por sobre situaciones y personajes, sólo se detiene en tanto y en cuanto haya una pista que la conduzca a la verdad buscada, incluso podría afirmarse que  es una espiona, una curiosa, una coleccionista de secretos. En esta novela todo es concluyente, aún así el lugar de la narradora nos mantiene prácticamente  en un estado de perplejidad por ese no saber que sustenta el relato. No hay tiempo, el tiempo del relato es devorado por una  urgencia que va al compás de la ansiedad de búsqueda. A la vertiginosidad del relato sólo parece oponerse en tensión permanente esa impronta de buscar lo oculto que hay en la vida de personajes que retacean y a veces impiden el acceso  al ansiado conocimiento, así  la narradora se convierte en una desafiadora que va despejando ardides e impedimentos, en  alguien que esquiva  hasta el menor  de los obstáculos en  su persistente indagación. El foco está puesto en los otros, los personajes indagados, casi acosados por su voracidad de conocer la verdad, y sólo se alude a esta narradora testigo en la medida que ciertas acciones de estos personajes la impactaron. Hay algo precioso que debe ser rescatado de su condición de secreto o de ocultamiento  y el relato avanza en virtud de esta  exigencia: la novela se organiza a partir del enigma. Quien narra está en la orilla y debe develar  eso que se le escamotea, debe desentrañar un misterio de la vida ajena como quien rescata un tesoro.  Frente a esta actitud detectivesca, en especial en gestos y palabras,  en el seno familiar y de amigos, en esta suerte de mapa en el que todos parecen estar vinculados,  surgen las trampas que la narradora detecta y que  se presentan como impedimentos que los personajes parecen imponerle a ella, la narradora, de manera personal, para  entorpecerle llegar a su meta.  La sensación que se tiene es la del merodeo constante en torno a un núcleo de información a la que la narradora no puede acceder, este juego de tensión hace avanzar la novela en su profusa composición de historias que se entrelazan produciendo una maraña de acontecimientos que encierran hechos significantes. Así que  los lectores nos convertimos en cómplices de  un entramado de relaciones  -entre mujeres especialmente- y perseguimos  junto a la narradora el desocultamiento de lo que se resiste a ser descubierto. El misterio tarda en  ser descifrado y constantemente es  acechado con un movimiento metonímico que produce una especie de vértigo. A partir de ese acecho  se ha ido tejiendo la novela. La tensión está planteada entre dos ejes:  la revelación de lo oculto y la maldad o maledicencia notorias de algunos personajes. Este vertiginoso vuelo rasante sobre las vidas de estos seres observados con recelo, sólo se detiene en dos escenas significativas: la  muerte de Eva Perón y las páginas finales donde encuentra la revelación. También podría pensarse en la muerte como revelación.
   Novela que pone en escena el  cotorreo  femenino donde  la muerte  de una  madre fue ocultada  y desde allí develar la verdad asomándose a las vidas ajenas se  transforma en lo primordial del relato. Hay una muerte ocurrida antes, la de la madre, que se corresponde con otra  muerte que atraviesa toda la novela,  una muerte anunciada: la de Denise,  la agonía de Denise, un proceso cuyo final  está develado de ante mano, la muerte  de Denise es un suceso  que se adelanta,  nada se encubre allí. 
  Esta es la historia de alguien que mira, que mira la muerte y la vida y hurga detrás de ella con cierta desesperación,  arrebatándole el  tiempo a la  historia, con urgencia, la urgencia de saber, desenmascarar,  mostrar lo que  ha  sido plegado;  desplegar entonces es el proceso que permite el desarrollo de esta historia  contada por  un personaje  que  apenas participa de ella, una voyeur con mucha,  mucha  hambre de  conocimiento sobre  la vida ajena  que, al fin   de cuentas, termina dejando de serlo por un acto de apropiación: el de la palabra, lisa y llanamente.


                               


"La muerte de Evita era esperada. Fue el 26 de julio de 1952, aunque todos mis familiares aseguraron que tanto la fecha como la hora eran un engaño. Papá tenía encendida la radio mientas mamá, como era habitual, para ver cómo marchaba todo, había pasado por la cocina. Mis hermanos habían salido. Ni papá ni yo la sentimos llegar; en cuanto oímos la música solemne que antecedía los noticieros del Gobierno, fijamos los ojos en el combinado, como si pudiéramos ver a través de esa tela marrón con algo de brillo y de dorado muy oscuro que tapaba el parlante al hombre que con voz grave, lenta y solemne, dijo la frase que tanto se iba a repetir después: “A las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, jefa espiritual de la Nación…”
Papá se echó atrás y me sorprendió cómo reaccionó.
-¿Qué va a hacer este hombre ahora?- se preguntó.
Era un tono grave. No se burlaba. Se estaba proyectando en un futuro sin Evita, sin su mística y su fuerte incidencia política. Miré a mi madre que estaba apoyada en e vano de la puerta. Tenía una expresión extraña. Me pareció ue se sentía desconcertada ante sus propios sentimientos.
Entonces, sonó el teléfono. Ella se apresuró a atender y sus primeras palabras fueron monosílabos. Fui detrás de ella. No era curiosidad. Sentí que me necesitaba. Al rato, apoyó el tubo contra su pecho –llevaba un suéter celeste- y lo retuvo allí un rato, para que su interlocutor no oyese nada. Después lo alzó y dijo con voz rápida:
-Está cansado, pido que lo disculpen.
Y casi enseguida cortó. Cuando volvió al living el viejo ya no tenía los ojos clavados e el sitio por donde ella tenía que entrar. Su expresión de enojo se fue aplacando a medida que mi madre se dirigió a su sillón habitual, y apoyado  el codo en el antebrazo del mueble se tapó la cara con una mano.
Desde atrás de esa barrera dijo dos veces:
-Brindaban. Dios mío, brindaban por la muerte de Eva.
Creo que se habían olvidado de que yo estaba allí porque se sobresaltaron cuando pregunté:
-¿Por qué brindaban, mamá?
Me miraron y después se miraron entre ellos. Entonces mi madre, como si sobre ella cayera esa obligación terrible, repitió:
-Por la muerte de Evita. – Quiso aclararlo del todo, seguir lastimándose y agregó-: Están felices porque la odian.- Después se dirigió a papa-: Querían que los acompañásemos.
Quizá él, que había oído toda la conversación podría haberle reprochado a mi madre que ella sólo hubiera usado una excusa en vez de rechazarlos de plano. En cambio, se puso de pie y apoyó con fuerza y cariño las manos sobre los hombros de ella. En el recuerdo, el pelo de mi madre cae sobre sus mejillas y la oculta. Pero eso es imposible, porque el pelo suelto y largo no se usaba entonces. Debe de haber pasado un rato largo, porque ella dijo que la comida ya debía haberse enfriado y nosotros comíamos casi puntualmente a las nueve y media. Papá dijo que él iba a ir a la cocina, como si quisiera protegerla de una obligación penosa, y así fue, porque oímos un rato el murmullo de su voz grave, y no se necesita tantas palabras para pedir que se caliente la comida."
                                               Fragmento- Páginas  52-53-54-55 de “Una mala mujer”

Gloria Pampillo nació en Buenos Aires en 1938 y falleció en 2013. Como narradora incursionó tanto en el género de la novela, que era su predilecto, como en el del relato. Publicó dos libros de cuentos “Estimado Lerner” y “Cuatro viajes y un prostíbulo” y varias novelas: “Las invenciones inglesas ( Sudamericana 1992), “Costanera Sur” (Sudamericana 1995) y “Pegamento” (Sudamericana 2004). En 2008 obtuvo el segundo premio de novela otorgado por la Biblioteca Nacional por “La deuda” que finalmente fue publicado en 2010 con el título de “El héroe que vino a buscarme”. Escribió también relatos infantiles, libros sobre didáctica de la escritura y teoría de la narración, así como trabajos críticos sobre autores como Rodolfo Walsh, Beatriz Guido y Silvina Ocampo. Se destacó como profesora consulta e investigadora de la Universidad de Buenos Aires y fue una autora comprometida profundamente con todo lo relativo a la producción escritural, tanto en el campo de la ficción como en el de la comunicación. En el ámbito docente se la reconoce por haber difundido la teoría y la práctica de los talleres literarios. Fue una de la Asociación Sudestada de Escritoras de Buenos Aires que organizó en  2000 El Encuentro Nacional de Escritoras y es recordada su defensa de la inclusión de mujeres en los cánones de lectura.

                                    -Derechos reservados- En caso de reproducir citar la fuente



                                                     

domingo, 19 de abril de 2015

DOLORES ETCHECOPAR: LA COSMOGONÍA DEL LENGUAJE



                                   


Hay algo indecible en la poesía de Dolores Etchecopar, algo que se escabulle y reaparece en  el lugar menos pensado o que se esfuma o queda flotando a lo largo del poema como una presencia de significación que inquieta y produce encantamiento. En algún reportaje ella ha hablado de la búsqueda del “vacío de los significados” cuando las palabras están “desasidas de sus viejas muletas”, lo  que recuerda a los formalistas rusos de principios del siglo XX que procuraban en el acto creativo desautomatizar la percepción. En el caso de la poesía de Etchecopar se trata de producir el desacomodamiento de un orden establecido pero efectuado desde una determinada franja, muy recortado, se desbarata una ley implícita, que desde el principio en vez de ser ley se presenta bajo la  ruptura del orden. Sin embargo decir esto no alcanza, algo fulgura en la poesía de Etchecopar, el poema leído ejerce una suerte de imán en su juego de devastación y encandilamiento. Se experimenta la sensación de que el poema está rodeado de un infinito silencio, tiene un toque de conclusión y es ese rasgo conclusivo precisamente el que eleva  lo enunciado a un lugar de objeto inaccesible. El poema entonces relumbra en su soledad de palabra única, final.  Y sin embargo la voz continúa manifestándose y un finísimo hilo conductor une un poema con otro otorgándoles nuevos significados, un plus  de connotación tenue pero que retumba en otra parte y desde allí regresa.  Estamos frente a una poesía que busca expresar lo que está del otro lado, en sordina, en la trastienda de las cosas pero que, a su vez, nos define completamente como humanos.  Da la impresión de que presenciamos un intento de desmantelamiento para descubrir el revés de  las cosas y los acontecimientos que completa o sostiene la manifestación de lo visible, acaso la trama oculta que se encuentra debajo, el misterio de la vida.
  Por otra parte hay un cierto clima primordial, cosmogónico, el poema habla o da  cuenta por momentos de un estado inocente de la conciencia humana, estado que es quebrado con un descenso a los infiernos, una pincelada de lo oscuro: “quiero escuchar los preparativos del universo/ la primera vez de los caballos/ la primera vez del silencio” (Notas salvajes). Es como si se hubiese arrasado con los  condicionamientos y el poema surgiera un instante inmediato después de ese arrasamiento. La palabra tiene entonces un rictus de recién nacida, de objeto nuevo y, como tal, exige una constante reubicación del lector con respecto al pacto de lectura. En esta poesía se puede rastrear la búsqueda de lo fundacional pero a la vez y en forma de acto continuo está la disolución, como un movimiento paralelo al de fundar,  es decir, lo que inaugura y está  también lo último a la manera de un oxímoron  de los procedimientos en un intento de captar  a través del lenguaje la totalidad de sus funciones en un solo acto. Lo único es también un axioma. La captación de un hecho único y a la vez totalizante como premisa para que el poema tenga cabida.  Incluso es posible detectaren esta voz poética la percepción de  la mirada de un niño, el registro de un nivel de la conciencia que se ubica en un estadio diferente, tal vez el lado más primario y, al mismo tiempo,  superando el límite de su evolución.
  Enfrentarse al trabajo alucinante que  Etchecopar realiza con las palabras puede resultar una tarea demoledora. La palabra se escabulle, el artificio no se pone en evidencia, se despliega en el poema por un instante lo que parecía no poder ser desplegado nunca. Pero es en el instante y en ese rasgo de fugacidad se encuentra la clave. Lo conclusivo, lo único, lo que es dicho una sola vez, de allí que después de eso, alrededor no haya nada, el silencio sostenedor, realzador, potenciador: la palabra en mitad del vacío. Atrapar lo fugaz e incandescente en un aventurado acto de arrebato. Podría  afirmarse que hay una operación de recorte, de desgranamiento de la palabra, de despojamiento pero además me atrevería a decir  que se procura espiarle la espalda a la palabra. Bucear mediante un operativo de desnudamiento lo que está debajo, lo que está detrás, lo no visible ni palpable. Cómo es entonces en la poesía de Etchecopar la inextricable relación entre la palabra y el mundo. Me animo a  susurrar que es de persecución, la palabra persiste pero sólo logra atrapar  lo perseguido cuando se desnuda, cuando pierde hasta el menor de sus ornamentos. Etchecopar desamarra los hilos que están detrás, los que nos sujetaban a eso –inaudito, inexpresable-  y que no nos permitía ver. Quizá se trate de sacar a la palabra de su encastre, alejarla lo más posible de su domesticación, de su historia, imprimirle una marca de atemporalidad en la que el principio –la cosmogonía- y el final –lo apocalíptico- se rozan o se confunden pero no hacen más que disolver la linealidad del tiempo y siguiendo este camino, se percibe un trabajo con los arquetipos (la nieve, el sol, el amanecer, los bosques, el abismo, la esfinge) que refuerza esta búsqueda de lo primordial, lo abarcador fuera de las marcas diferenciadoras de las culturas. De este modo los poemas nos conectan con el  desencaje de lo gutural, de lo primigenio de un cántico desolado que nos empuja al origen. Muchas veces al leer un poema de Etchecopar se tiene la sensación de caer en el vacío, el poema nos arroja a la intemperie de la palabra, no hay agarraderas, el poema es casi una preparación para  el desapego de la muerte.
 La autora dice en un reportaje aludiendo a las cosas que regresan regularmente, en su temática y lo expresa así: “el desacato a todas las órdenes”,  retomando este concepto y por la manera de expresarlo  no resultaría aventurado pensar que su relación con el lenguaje es de desacato (la palabra alude a vulnerar un orden consensuado), salirse de la norma constantemente pero como de a chispazos o disparos en el transcurso del poema, como quien da un giro imprevisto, retorna a la normalidad del uso del lenguaje para dar luego otra huida u otro giro.

 Poesía donde lo cotidiano se abisma,  permitiéndonos ingresar en ese otro lado fantástico que sólo el revés de las palabras puede expresar, el rito de pasaje se ha producido desde la primera sílaba y ya, afortunadamente,  no hay retorno.






El pozo

mi hijo no hace pie en el alba
tampoco hace pie esa ciudad donde estuvimos
ni el tren que iba a Berlín
ni los muertos que suben y bajan
la ropa de los vivos
nada hace pie ni la pobreza ni la risa
ni los ruidos feroces ni las luciérnagas
bajo el gran país que suelta la noche
digo unas palabras aparto a la extraña mujer
que se prepara en mi sollozo digo unas palabras
antes de que ella me enmudezca con sus fábulas
y su desmemoria
mi hijo no hace pie en el alba
el tren que iba a Berlín
los vivos que suben y bajan
la ropa de los muertos
nada hace pie
             en el llamado
nada hace pie
                  en el silencio de ese niño
nunca sabrá
por qué afuera de la luna
golpean a un viejo caballo
                          De “Notas salvajes” Editorial Argonauta. Buenos Aires 1989


Primera y última escena

la casa natal no despareció
sólo el cuerpo del niño fue cerrado
y puesto en un grito de la basura y los árboles
entonces tuvo miedo porque lo que lloraba
no era él
sino otro niño que se había quedado para siempre
en el porvenir.
                    De “Notas salvajes” Editorial Argonauta. Buenos Aires 1989



las muñecas que de un lado besan
y del otro mueren
son muy buscadas
sólo ellas ocultan y encandilan
mojan y desaparecen
penetradas de soledad hasta nueva orden
dicen gracias
             De “La canción del precipicio”- Gel. -  Buenos Aires 1994



se desboca el suave bramido de las sílabas
una mano no puede cruzar el puente
una rosa en la voz que pierde sus olas
para empezar el mar
hay que dar otro paso
hacia lo directamente silencioso
amarrar la luz del precipicio
a la débil araucaria
a la bailarina que viste de mucho frío
y se vuelve pájaro
                    De “La canción del precipicio”- Gel-  Buenos Aires 1994





15
por mis ojos cansados
ella pasa y vuelve a perderse
como la marca en un libro
que estuve leyendo sin entender

mi madre ha cambiado

voy por su larga muerte
escucho sus pasos de madre muy joven
en el corazón de mi hermano
ella lleva a sus hijos
a bañarse al arroyo
porque el molino está quieto
y no da agua
desde esa soledad suya atravesada aún
por radiantes cosas vivas
ella me mira
no sabe que he nacido
que estoy en su muerte
para que algo mío la envuelva
le dé cabida y perdón
mis brazos extendidos
                                no sabe
que en mí se posan sus penas como pájaros
que acaso pronto
si amanece
alzarán vuelo.
                                            De “El comienzo”- Hilos editora. Buenos Aires 2010



18
en mi casa algo grave le sucedía al silencio había hielo
en un ojo un jardín aterrado era el otro
en la oscuridad nevaba los pasos de mi padre
rápidos llegaban en un día a todas mis edades y entraba
esa luz en mi oído esa luz que quieren los árboles
para tocar el día más allá de sus ramas
más allá de sus frutos heridos por el hielo
yo quería tocar la mañana de esa ciudad
que se iba en los trenes
                              De “El comienzo”- Hilos editora. Buenos Aires 2010



Dolores Etchecopar es poeta y pintora. Nació en Buenos Aires en 1956. Es una de las voces más destacadas de la poesía argentina. Ha publicado los libros de poesía "Su voz en la mía" - Ed. Corregidor 1982,"La tañedora"- Ed. El imaginero -1984, "El atavío" -Ed. El imaginero -1985, "Notas salvajes" . Ed. Argonauta 1989, "Canción del precipicio" -G.E.L-  1994 y "El comienzo" Hilos editora 2010.