Espiral de Saraswati

miércoles, 14 de septiembre de 2011

MARÍA CELESTE MENDARO: ESCRITORA ENTRERRIANA

Celeste (ángulo izquierdo).Presentación de su novela "Series en punto cruz" -Ciudad de Paraná- 2000

 Primero me llegó su libro, un  conjunto de cuentos que me dio en un congreso de literatura una amiga de ella, Claudia Rosa, crítica literaria. Después tuve la fortuna de conocerla personalmente. Su libro me encantó, tanto es así que la incluí en un ensayo sobre el humor en narradoras argentinas que publicó más tarde la Revista Feminaria en su sección literaria. Luego, a lo largo del tiempo, presenté su segundo libro en la ciudad de Paraná, nos encontramos alguna que otra vez en Buenos Aires y siempre su calidad y su sentido divertido de la vida me fascinaron. Aunque quizá lo que para mí más sobresalía en ella era su compromiso con la literatura, su amor por el acto de escribir. Así de simple y concreto, daba la impresión de que vivía sólo para escribir. Años más tarde fui jurado del premio municipal de Novela de Paraná junto con Mirta Botta y Gloria Lenardón y sin saberlo premié su obra. Fue muy divertido cuando me enteré de que aquella novela que remontaba la inmigración en Entre Ríos había sido escrita por María Celeste Mendaro. Lo celebramos las dos.
   Es difícil para mí ahora transmitir todo lo que me inspiraba la persona de María Celeste y su peculiar relación con la literatura. En ella había una mirada absolutamente original que había logrado volcar en sus escritos con solvencia.  Celeste, como la llamábamos, había descubierto algo con respecto al modo en que se desarrollaba la vida y lo realzaba en su conversación sin alardes, como si estuviera relatando un texto.  Nunca  dejaba de sorprenderme. Cuando estuve en su casa, un luminoso departamento en la ciudad de Paraná desde donde se podía ver el río, me divirtió la forma en que catalogaba los libros de su biblioteca, empleaba hasta en eso su modo creativo de vivir y escribir. No le importaban los lugares sociales que la literatura suele crear y que el tiempo desmantela cuando no son genuinos, se reía de ese fenómeno inevitable que el paso del tiempo pone finalmente al descubierto. Ella únicamente focalizaba la calidad literaria e hizo de eso una religión. Me enteré de que estaba enferma en mi casa. Vino con una amiga y antes de que María Celeste y  Juan José Manauta llegaran. me contó que el médico le había diagnosticado no más que seis meses de vida a causa de esta enfermedad muy grave. Me acuerdo perfectamente de aquel día. Apenas había tenido tiempo yo de acomodar los muebles porque acababan de terminar  su trabajo unos pintores cuando sonó el teléfono y Celeste me avisó que ella, Manauta y una amiga iban a pasar por casa. La amiga se adelantó y con angustia me contó lo de  la enfermedad de María Celeste. Me acuerdo también que yo le contesté: No te preocupes, va a vivir por lo menos cinco años y medio. La amiga dijo que eso era una maravilla. Así ocurrió,  los años transcurridos me fueron dando la razón.  Celeste se dedicó a hacer tratamiento tras tratamiento y siempre repetía lo mismo: Mientras me dé tiempo a escribir, a terminar este texto o esta novela o este cuento. Estableció una curiosa analogía entre escribir y vivir y supongo que eso fue lo que le permitió alcanzar un lapso inusitado de sobrevida.
 La última vez que hablamos fue por teléfono. Ella me llamó desde Paraná. Me invitaba a ir a su casa, me explicaba que estaba con mucha gente en el departamento, todos amigos que la cuidaban. Que me iba a hacer una nota en el diario donde era periodista, planeaba cosas en común que íbamos a hacer juntas e insistió  en  el dichoso reportaje, me adelantó el título, iba a ser sobre mis textos, dijo. Me aclaró que,  si iba a visitarla en esos días no esperara jolgorio, que todo era difícil, como yo podría comprender. Su voz se escuchó plácida, mansa. A la semana siguiente me llamó su hija: había partido de este plano de existencia. Y cuando se fue dejó un halo de tranquilidad y muchos amigos y muchos libros. Pasó un tiempo y su hija llegó hasta mi casa con un libro nuevo, el que premiamos en el premio municipal. Le hice  la pregunta de rigor a una muchacha de  veinte  años, quise saber cómo se sentía. Y recibí una sonrisa. Todo estaba en su lugar. La forma en que  Celeste había vivido y había escrito seguían demostrando que su persona había alcanzado una gran unidad. Con su talento y su inteligencia también estaba diciendo que la muerte forma parte de la vida, que el modelo patriarcal occidental los dividió torpemente, que hay una continuidad entre este mundo y esos otros que creemos desconocer. Es muy hermoso recordarla, tenía apenas cuarenta y pico de años y  al evocarla no siento congoja, es una fiesta  volver a ella, releer sus relatos,  que tienen esa liviandad que nos dice que la vida es un movimiento continuo, un poco absurdo, frágil, difícil de atrapar con la mano.
   Antes de escribir este artículo busqué sus dos libros de cuentos “Series en punto cruz” y “Orígenes y legados”. Aún no los he podido encontrar, mi última mudanza creó un código nuevo en mi biblioteca que creo aún no termino de descifrar. Pero sí encontré su último libro, el que me trajo su hija. Y hoy me asombro  al releer la dedicatoria:

  Paraná, 19 de julio de 2003. Vacila mi letra y no estoy hoy muy literaria. Irma:   Siempre regreso. Parece que es cierto que la única cosa que permanece es la impermanencia.
El libro te va a gustar más que antes, por lo corrigieron Ivana e Isa, las mismas que editaron la Obra Completa de Mastronardi, Ortiz, Mateo Booz, Padeletti, pero lo hicieron tan a último momento que igual tiene errores.
Si te gusta, difundílo, decime lo que quieras como siempre. Venite un fin de semana. Celeste.

Por el momento sólo esto de María Celeste, cuando encuentre sus dos primeros libros, ella volverá, además estoy segura de que pronto los libros me van a encontrar a mí.