Espiral de Saraswati

lunes, 14 de septiembre de 2020

PATRICIA BENCE CASTILLA: "Juego de damas".

 

                                       

                                            ENTRE LA INOCENCIA Y LA AGUDEZA

En la novela “Juego de damas” de  Patricia Bence Castilla  la reconstrucción de la infancia se constituye en motor del relato, obra de evocación   cuya  estructura conversacional  le otorga un tono más íntimo aún. El receptor del mensaje de este diálogo es un niño, el hermano menor de la narradora, a él se dirige la voz,  aunque podría pensarse que se presenta como una excusa para que la narradora despliegue el cuadro familiar y su lugar de no reconocimiento dentro del mismo o, en términos de Bauman, su no lugar de pertenencia. Como  ocurre en el marco de la literatura epistolar,  el modo conversacional pide la existencia de un interlocutor que recepcione el discurso, en este caso emisor y receptor son dos niños de diferentes edades,  lo que le confiere al texto un  sugestivo clima. Dos hermanos en estado de abandono y desprotección. El desvalido hermano menor,  confidente que posee cierta cualidad inerte, no parece afectar la acción sino hasta el final de la novela en la que su figura opera de desenlace. El hermanito y  la narradora configuran un mundo cerrado frente al  universo infranqueable de los adultos: …como nadie nos oye, al menos aquí, acorralados como estamos,”  dice la narradora (pág  72).   Ante esa relación entrañable con el hermanito, el mundo de los adultos se erige al modo de un afuera que recorta o le otorga a hermana y hermanito el sitio de una intimidad exclusiva para ambos. El afuera de los adultos y el adentro de los hermanos son mundos disociados que no  dan señales de entrar  en conciliación. El hallazgo de una mirada particular hacia el mundo de los adultos, esos extraños que están  excluidos del círculo de intimidad donde se instituye el relato,  es el hallazgo literario que marca su sello en este texto. Los adultos son vistos como una especie aparte cuya característica  está determinada por  su relación con el lenguaje. Dice la narradora: “yo sabía que las palabras no servían más que para confundir(pág 13). El dominio de las palabras pertenece al mundo  exterior, al de los adultos, y con ese recurso se somete a la infancia. En este relato, construido desde la exclusiva mirada y perspectiva de una niña, la narradora se autodetermina como un ser diferente al resto, sin embargo  casi todos los personajes se salen un poco de la norma: La madre enferma, el hermanito con la mancha en la cara, un personaje bizco, por citar  solo algunos. La anormalidad se instala en principio sobre alguna característica corporal.  

  ¿Qué características tiene la voz de esta narradora que dialoga con su hermanito? Quien habla es una niña que, convertida en madre de su hermano,  se vio obligada a crecer antes de tiempo: Una niñez sin niñez. Su discurso es profuso, ininterrumpido, verborrágico e incluso tiene momentos exultantes.  En principio hay un tono protector pero el hecho de que ella también sea una niña le suma un plus, conmueven sus cuidados, su afán, su empeño por ocuparse de la crianza del hermano menor. De  alguna manera estas características  convierten a la novela en un texto de iniciación,  ella es la que guía a su hermanito en el aprendizaje de vivir. Resulta significativo que en un fragmento enmarcado dentro del cuerpo del texto, la niña luzca travestida en  una viejita casi al inicio de la novela a través de un episodio onírico con rasgos propios del  relato gótico. La voz  narradora oscila entre el saber y el no saber aunque  manifiesta bastante un alto grado de certezas. El mundo adulto visto desde afuera, encarnado en la voz infantil, le permite a la autora volcar aspectos críticos de la sociedad. El énfasis, desde ya,  está puesto en que el mundo de los adultos que, como ya dije, se rige por la ley de las palabras. Lo que emerge con nitidez en el  relato en primera persona es el perfil del personaje narrador construido sólidamente en la escritura de un  discurso sin fisuras, una voz  cuyas inflexiones nos recuerdan a Ana Frank,  otra niña privada de libertad, encerrada por la política o por  una situación social. El encierro de esta niña sin nombre identificable no es consecuencia de un error social sino de una falencia afectiva. Ella habla de libertad y de construirse como persona tal como podemos participar en la lectura del paradigmático diario de Ana.

   La novela es en esencia un extenso diálogo con el hermano. En este discurrir de la voz de la niña dirigida al hermano, en este mostrarle y enseñarle el mundo, ella va desgranando puntos de vista hacia cada una de las cosas que la rodean. Manifiesta sus intereses y aspiraciones, despliega su proyecto de vida mientras se entrelazan algunas historias en las que el hilo conductor  se apoya en  la relación disfuncional con su padre, una voz que relata desde la inocencia de la niñez, pero se trata de una inocencia relativa,  sin ingenuidad, ya que esta niña a pesar de sus escasos años posee una considerable agudeza. La combinación del tono  oscilante entre  cierta intuición y la comprensión de los hechos y el enfoque naturalmente inocente de la niña producen un interesante efecto  estético. Hay además un plus de información dado por lo que se deduce del relato surgido de la inocencia. Pero ante todo la voz narradora es la de una hermana en rol de madre, puesto que quedó vacante  la función maternal por ausencia de la presencia adulta.    La   voz    de esa niña que ocupa  el lugar de  un   adulto  -ausencia convertida en madre sustituta de su hermano-,  a medida que avanza el relato se vuelve conmovedora por efecto de omisión, lo que no fue dicho, lo que se lee entre líneas  constituyen el sustrato del relato.  Esta niña a la vez funciona también como cuidadora de su madre enferma, por lo que la sustitución del rol materno  se duplica. Y ocuparse de desempeñar ese rol devora su infancia.

   Si nos atenemos al título de la obra la simbología  resulta evidente. La oposición entre lo blanco y lo negro  que maniobran dos jugadores contrincantes en el juego de damas,  plantea la necesidad de que exista un vencedor y un vencido:  una ficha se come a la otra. El juego implica una lucha y a esa lucha entre la oscuridad y la luz se enfrenta la protagonista que narra la historia.

  Si bien se ha establecido  que la novela fue escrita en tono conversacional,  en algún sentido se acerca al monólogo, un extenso monólogo estructurado en forma episódica, por lo que podría pensarse también en  un encuadre teatral. Los personajes están  trazados  desde una mirada infantil, la historia va siendo entretejida al brotar de este diálogo bastante parecido a un soliloquio,  que adquiere unidad mediante la sucesión de episodios separados que se sostienen a partir de una mirada y un conflicto básico. En este entretejido no se privilegia la intriga, el efecto de tensión se establece en el vínculo con el hermano que va siendo plasmado a través de pinceladas de color sobre la vida hogareña en la que el desconocimiento y la crueldad de los adultos perfilan distintas clases de crudeza. El eje del relato, centrado en la incomprensión de los adultos hacia el mundo infantil,   plantea el dilema de  comportarse como una niña o  ser una adulta, inevitable rol que debe desempeñar por la enfermedad de la madre.  El hermano, depositario del relato, recibe el mensaje en tanto y en cuanto su existencia creó el lugar de la narradora de madre sustituta obligándola a crecer de golpe. Pero ese lugar también lo exige la situación de la madre encarcelada en una cama requiriendo la atención de la niña. Así a narradora se ubica en un límite entre la adultez y una niñez que no ha encontrado  su sitio de arraigo y, como todo límite,  el lugar se presenta incierto, voluble, impermanente, espacio resbaladizo que la expulsa hacia uno y otro lado sin  que le permita pertenecer a ninguno en  realidad.



      Aunque en la novela no se específica la edad, se  percibe que es una niña próxima a la pubertad porque su discurso tiende al pensamiento abstracto.  Más adelante esta percepción se confirma cuando se narra el episodio de su primera menstruación que remarca la discrepancia constante con la figura paterna. Por momentos y especialmente a medida que avanza el relato el discurso se torna más especulativo, de algún modo la niña participa del proceso evolutivo de su conciencia que se va transformando  en propiamente adolescente,  por eso su pensamiento  profundiza sus enfoques simbólicos.

   La literatura y los grandes libros se filtran referencialmente al  integrar este descubrimiento del mundo que va realizando la niña,  no exento del elemento crítico hacia la esfera de los adultos. En este volcarle experiencias a su hermano,   la narradora construye metáforas sobre su modo de sentir que son muy gráficas como si llevara  sus reflexiones a lo que Piaget denominó pensamiento concreto.  De esta forma se establece en el ámbito del discurso un límite dado por la oscilación entre el pensamiento concreto y el pensamiento abstracto,  hacen espejo entonces  el nivel del discurso con el plano de lo ficcional: Una niña ubicada en el límite, no solo en ese límite de los que quedaron fuera del círculo de pertenencia sino en otra clase de límites como el discurso de la novela lo atestigua. Luego, cuando  aparece la primera menstruación,  se consolida su fluctuante ubicación en esa transición entre dos grandes etapas de la vida. Se registran también elementos de la doctrina catequística, discutidos por la protagonista narradora, este cúmulo de información se agrupa por el cuestionamiento  realizado hacia  la configuración del universo adulto.

   Un  abordaje crítico especial merece en esta novela el tratamiento del cuerpo.  Aparecen diferentes cuerpos: el de la madre, el del hermanito, el de la narradora - cuerpo maltratado por el padre-.  Cuerpo ineficiente del hermano. Cuerpo enfermo y amordazado, el de la madre. La oposición y su consiguiente tensión están  planteados entre dos instancias: el cuerpo y la mente. La mente fallida de una madre y las mentes en desarrollo con su relativa falta de conocimiento de los niños. Sin embargo aquí la ecuación parece estar invertida: los niños comprenden y los adultos son torpes, necios, no saben. Así la tensión se establece  entre carne y palabras en tanto estas últimas pertenecen al ámbito mental. Por otra parte el desafío de aprender marca el ritmo del discurso. Aprender para sí misma y para enseñarle a su hermanito, lo que enfatiza la incorporación de esta novela en las llamadas “de iniciación”. No resultaría desacertado considerar esta novela como de iniciación en dos sentidos, ya que ella inicia a su hermanito en el saber pero se inicia a sí misma en el conocimiento al ser su propia madre. Madre de su hermano y madre de sí misma.  Significativamente en algunos tramos del relato lo humano suele ser comparado con lo animal, característica que abona lo interesante del tratamiento del cuerpo en este texto. Hay cucarachas  en varios sitios e incluso caminan por el tablero de damas.

   Nos encontramos con un quiebre en determinado momento, hacia la recta final de la novela  cuando la voz coloquial dirigida al hermano se convierte en escritura. Irrumpe la  literatura epistolar a través de una carta también dirigida al hermanito.  Podría decirse que la voz se materializa mediante esta transformación.  El  deslizamiento del conversacional al modo epistolar está indicando  un valor y constituye una señal. El eje del contenido de esa carta  se resume en  la queja sobre el comportamiento de la empleada doméstica de su madrastra cuya característica es el mal aliento. ¿Y qué se comunica aquí? Se habla del poder de las palabras que tienen los adultos frente a los niños. Es como si finalmente cuajara esa diferencia y distancia que ha existido desde el principio entre ambos mundos, no casualmente se escoge la escritura para  expresarlo, ya que la escritura es una rúbrica y está asociada con la verdad incuestionable. La escritura  pertenece al dominio de lo  masculino desde la simbología tradicional,  está ligada  al poder,  la escritura dirigida a su hermanito  entonces manifiesta lo comunicado  con un  mayor  nivel de compromiso. Lo escrito es ley, no se cuestiona y  resulta  perpetuado. A partir de las palabras destructivas, la niña construye su desdoblamiento corporal, se escinde, pierde integridad. “No sabía si era yo la que se iba o era un pedazo de mí, esta sombra que se burla todavía del otro lado del espejo" .(pag. 96).

  La escritura aparece cuando estalla la rencilla familiar, cuando la niña, ya convertida en señorita, pasó la raya  abandonando la niñez  y se encuentra en la casa del  segundo matrimonio de su padre.  Aquí se juega su falta de lugar y reconocimiento frente a la figura paterna.  Interesante considerar que para confrontar al padre emplea el vehículo de la ley del padre: la escritura. La ley del padre  lamentablemente no es la de la justicia sino la del desamor y la arbitrariedad. Se trastocó un principio y son las mujeres, en este caso la “mucama”, quienes con su discurso desatan la discordia, discordia que estuvo siempre allí pero que  transmutó en acto finalmente en esta “casa ajena”. La falta de pertenencia de la narradora se hace patente en esta falta de lugar en lo ajena de esta casa segunda de su padre.

  Otro de los ejes es el tema del doble,  surge  la dualidad, la sombra como alternativa o huida del yo herido ante el rechazo. La opción de ser otra,  de desdoblarse para poder  fundar una ficción de sí misma que escape  o supere el rechazo paterno. Esa  imagen dual creada por ella también oficia de protectora,  ocupando el  sitio de los padres ausentes. La voz de esta niña es una voz que no se ahoga, que persiste, que se vuelve inflexible en la persecución de sí misma y de su rol de protectora, en suma “Juego de damas” es una novela que logra comunicar la soledad y  el desamparo en la niñez  encontrando en la voz ficcional una de sus más conmovedoras expresiones.

                       


Fragmento de la novela:

El contacto con el piso es mejor cuando se tienen los pies al aire, sobre todo cuando tengo a las damas sobre los mosaicos de la entrada. Aquí, hasta que vos llegaras, éramos tres mujeres, una mirando a la otra, mi abuela, mi mamá y yo, todas sobre las mismas pisadas, sobre el mismo damero,  ¿te das cuenta? Menos mal que llegaste vos. No entiendo por qué no querés aprender. No vas a cambiar nunca. Si seguís así no vas a crecer. Mejor no te digo lo que pienso. ¿Sabés?, no entiendo por qué papá me dijo una vez que te quería. A mí también me lo dijo, pero creo que lo imaginé. Se ve que la niñez muere enseguida y nosotros todavía no nos hemos dado cuenta. Estamos sepultados. Nos ignoran en su memoria, en su mente. ¿Entendés, Tito, lo de la mente? Es una tirana, al menos lo es conmigo. Me trae cosas a la cabeza que no siquiera tener que recordar nunca más, pero sí las recuerdo. Todo el tiempo recuerdo como si fuera la gota de los japoneses. Hasta que me harto. Me canso de tanto pensar lo mismo. Mamá dice que las obsesiones son malas. Se piensa de la mañana a la noche en la misma cosa, todo el tiempo, sin descanso. Como si en realidad no se hubiese conocido otra cosa del mundo más que esa cosa, y esa cosa es como una araña o mejor no, como una tela de araña que se teje alrededor de mí hasta que logra convertirme en un insecto que es mucho peor que ser una cosa. Mucho peor. No te quiero asustar. Yo siento que soy un insecto. Peor. Una bacteria. Peor. Soy un virus. Un virus que corroe. Así como la angustia de mamá.  Sólo que a mí ni siquiera me hace llorar. Me confunde. Eso hace. Me confunde la cabeza. Me olvido de cómo me llamo. A veces me pasa. Me miro en el espejo. Ya por costumbre trato de ver si cambié, pero no, creo que todavía no. Me fijo si soy la que se espera. La que se espera, dije. No, no, no, esa vez lo que dije fue que vieras que había un cartel que decía: sala de espera. Eso es otra cosa. ¿Sabés?, cuando me miro de refilón creo que me voy a encontrar con otra, vaya a saber con quién. ¿Qué raro, no? Pero no puedo encontrar la cosa, esa cosa que soy, porque nunca viene nadie a buscarme o a  explicarme quién soy. No me reconocen, no saben quién soy ni me quieren. Igual que papá que no me quiere porque soy sucia, por eso sé que no me quiere. ¿Y a vos? A vos, menos. Ah, no voy a volver a explicarte, prefiero decirte, si me escuchás, si me prestás mayor atención así no tengo que repetirte después las cosas, que la mente es como un aguijón: una vez  que te metió el veneno no hay antídoto que te salve. No, Tito, de ninguna manera, sin explicaciones, ¿eh? Hay veces que camino y me parece que no soy yo la que da los pasos, sino una sombra que camina junto a mí. Creo que ya te lo dije, no te asustes, pero las sombras son ángeles demoníacos, se te acercan en el bautismo y a partir de allí sólo en la primera comunión te blanqueás un poquito. Yo ya la tomé,  pero parece que mi sombra nació junto conmigo y no se resigna a morir”.

                                                         “Juego de Damas”, Patricia Bence Castilla, Ediciones Ruinas Circulares, Buenos Aires 2019. (pag 101-102)


Patricia Bence Castilla, nace en la ciudad de Buenos Aires. Es directora del sello Ediciones Ruinas Circulares. Ha publicado más de diez títulos (cuento, poesía, novela) bajo el sello que dirige.

Recibe el premio Municipalidad de General San Martín (2010) por su novela “Las 24 hs, de Elena”.

 Es compiladora de varias antologías: “Cómo decir” (volumen I,II, II, IV) y “La palabra que sana” (Café literario coordinado por Raquel Fernández y Claudia Vázquez, de la que es auspiciante), otorgando cada año el Premio Rubén Reches de poesía dentro de los invitados al ciclo.

 Desde fines de 2014 es productora de contenidos del programa radial “A Cierta Hora”, que se difunde por www.enlaotrapuerta.com.ar y que conduce junto a Ricardo Cardone, donde poetas, ensayistas, narradores, proponen una mirada particular sobre la literatura contemporánea.

 Coordina desde 2009 talleres literarios virtuales. Cuenta actualmente con una novela y dos poemarios, aún inéditos.

                  

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