Espiral de Saraswati

miércoles, 18 de diciembre de 2019

ALFONSINA STORNI: UNA EVOCACIÓN.

En estos tiempos de cultura licuada o cultura líquida como ha llamado el filósofo Bauman a al período que nos toca vivir, donde prevalece la superficialidad y el marketing suele ocupar el lugar del arte, evocar a Alfonsina Storni  implica hablar de solidez cultural. Alfonsina no fue una artista improvisada sino una mujer  con una formación integral, conocedora del arte teatral, de la música, de la pintura, no solo de literatura. 



 Cada época suele ser inflexible con quienes se salen de la norma, y Alfonsina fue una mujer desbordada más allá de los esquemas y convencionalismos y fue a la vez  un ser desbordado en sí mismo. Se adelantó, sin duda, a su época,  ella representó lo que hoy en el siglo XXI llamaríamos una mujer libre en el mejor sentido de la palabra,  como deben ser los artistas si quieren expresar  el   momento histórico que les toca vivir. Aunque parezca paradojal,  para poder simbolizar   el espíritu de una sociedad  es necesario  desprenderse de los preceptos fijos, de los modelos anquilosados, es decir escaparse de su propio tiempo,  solo así es posible la creación. Alfonsina lo  entendió mejor que nadie, por eso nos ha legado una obra literaria única,  una obra que perdura. La vigencia constante de su figura  en  la conciencia colectiva argentina se ha ido forjando con mayor contundencia  a medida que  fueron pasando los años, su figura  ha crecido   gracias a la fuerza de su carácter. Ella  transmitió  con fidelidad en su poesía el mundo de la mujer de  la primera mitad de su siglo atravesada por contradicciones, limitada por sojuzgamientos, sacó a la luz   su deseo de expansión,  su rica interioridad y supo captar  distintas facetas  de su entorno y de la coyuntura general,  a la vez que radiografió lo disruptivo, con igual intensidad y determinación.  Hay en su mirada poética  una voluntad  de desenmascarar todo lo inauténtico y también una celebración de la vida. La poeta, dramaturga, recitadora, no escondió los múltiples oficios que desempeñó para sobrevivir: ayudante de costura de su madre, empleada de oficina, actriz en gira, corresponsal psicológica de firma exportadora,  profesora de arte y  declamación del Lenguas Vivas,  directora de colegio, columnista de diario, celadora en una escuela rural de la provincia de Córdoba, cajera en una farmacia,  empleada de tienda, conferencista y gremialista en la sociedad argentina de Escritores. Fue, por supuesto, una trabajadora incansable, alguien que comprendió  siendo  ya una niña que el desafío era construirse a sí misma.
  Desde la frescura o la escritura intuitiva de “La inquietud del rosal”, su primer libro, al desafío formal de” “Mundo de siete pozos” y “Mascarilla y trébol en los que Alfonsina nutre su palabra impregnándose de las propuestas de vanguardia,  su búsqueda estética  estuvo marcada por la audacia y el talento. Y entregó lo que era imprescindible entregar para perfilar una obra literaria de valor: su propia vida.
  Pido perdón anticipadamente por la autorreferencialidad del episodio que  voy a relatar: tendría yo quince años cuando escuché a cierta gran actriz interpretar poemas  de Alfonsina. Quedé conmocionada y le pedí a mi abuela que me comprara alguno de sus libros. Así es que una tarde nos vestimos las dos emperifolladamente  y fuimos desde nuestro  barrio al centro de la ciudad. Mi abuela, que no sabía demasiado de poesías,  tartamudeó cuando le dijo un poco solemnemente al vendedor de libros: queremos los poemas de la Storni. Nos vendieron las obras completas. Aquel fue para mí un acto de iniciación literaria,  una escena luminosa que quedó recortada entre otras escenas.  Alfonsina me ha acompañado desde entonces con su voz mágica e inconfundible capaz de  cobijar una conmovedora intimidad. Esa capacidad de acompañarnos y regocijarnos con la belleza de la palabra que ella ha logrado producir con su voz es uno de los regalos más valiosos que recibimos quienes  llegamos después a este mundo.

      

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