Espiral de Saraswati

lunes, 17 de diciembre de 2012

SUSANA ROMANO SUED: UNA NOVELA



Conozco a Susana Romano Sued desde hace muchos años por su obra poética y ensayística. Llegó a mis manos esta novela  -Procedimiento- que aborda un tema muy caro a nuestra conciencia colectiva de argentinos: la detención ilegal de personas durante la última dictadura militar. Susana es una sobreviviente de los campos de detención clandestinos y logra crear  esta obra absolutamente literaria que se abre paso y encuentra un sitio único en medio  de otros libros de ficción y de la profusa producción de testimonios con un registro testimonial en su mayoría periodísticos. Sospecho que este libro irá creciendo con el tiempo a medida que se sumen lectores  que sean capaces de sortear esa bruma que se extiende entre las palabras y los hechos. Las posibilidades de lectura de Procedimiento son innumerables, quizá se puede sintetizar citando las palabras de Luisa Valenzuela en la contratapa del libro: "Así, con todo coraje, con ternura, con verdadera poesía, Procedimiento pinta un fresco de los años de espanto, vistos desde dentro, con las entrañas. Y se vuelve entrañable".


  

                                        EL CUERPO COMO ESCENARIO

Nos enfrentamos a un libro  con dos tapas, con capas, un libro que ya desde su factura parece remedar una máscara que, como tal, puede ser quitada, para que al ir extrayendo capa tras capa  nos acerquemos a un centro. Procedimiento es un libro que ha sido escrito no sobre una página en blanco sino sobre un saber colectivo, un saber  que  nació antes de que abramos el libro, un marco muy sólido que nos encarcela a todos en un conocimiento demasiado hondo. Luego, el libro nos va sorprendiendo, aquello que  creímos saber se nos muestra en su desesperante belleza.
 Estamos frente a una novela  compuesta por capítulos que aluden exclusivamente a una nomenclatura del tiempo que no se corresponde con el calendario oficial, además no sigue una cronología, salta caprichosamente o quizá no tan caprichosamente siguiendo las pautas de un calendario  con otra clase de código. El modo en que una  cultura cataloga el tiempo habla de su percepción y ordenamiento del mundo. El tiempo es la materia de nuestra vida y el almanaque,  la cartografía de una cosmovisión.  Calendario: Tiempo. Tiempo  y espacio, dos coordenadas fundamentales para el acto de reconstruir el pasado.  Aquí el tiempo es un tiempo sin ropaje, pura carnadura. Indicado de esta forma  nos  señala claramente que estamos fuera  de las reglas del mundo. El calendario no es el nuestro, el gregoriano, el racional y masculino ni tampoco el lunar, armónico con la naturaleza y femenino, sino uno que sigue la lógica de quien narra, la lógica de la atrocidad para  dar cabida a estas voces entre las que se cuela la poesía y, de tanto en tanto, el desliz irónico.
 Para la memoria todo está en un mismo nivel, cuando la mente realiza el trabajo de recordar se mueve como una mano que captura en la semioscuridad y acopia,  todo  se encuentra allí asomándose y fluyendo a la vez sin solución de continuidad porque en este ejercicio de rescatar del olvido, de la supresión, de la represión interna que supone haber abolido una parte del conjunto, cualquier cosa puede adquirir relevancia. Sí, todo está allí y debe seguir allí, el sentido y la interpretación irán produciéndose si lo mantenemos sin aislar, si no ejecutamos supresión alguna.   El texto  de esta novela adquiere la forma de ese trayecto, de ese movimiento constante. La percepción de quien vive un momento culminante suele borrar lo accidental, no hay detalles cuando la memoria vuelve y rescata, la memoria  se aferra a lo que permanece y  en esta novela  no es el registro visual el determinante sino la  aprehensión de olores y especialmente percepciones táctiles. Quien narra no está siendo guiada primordialmente por su percepción visual.
Tal vez la vista sea el más racional de nuestros cinco sentidos en oposición al olfato y el tacto, que son más viscerales, menos codificados. En el acto de mirar suele haber juicio, catalogación. También en el acto de oír. Los sentidos del gusto, olfato y tacto son más inconscientes, menos afectados por la cultura,  estos tres sentidos no  están sujetos en la misma medida al tamiz de la evaluación, de la constatación y comparación como la vista y el oído.  No casualmente el relato tradicional está marcado por el recorrido de la mirada. La descripción de los personajes de la novela decimonónica, cumbre del racionalismo, dan cuenta del poder del que ve,  de quien domina la totalidad del escenario  con el control de su mirada, que al narrar certifica lo que ve y al emplear la palabra lo rubrica con su propia voz y al mismo tiempo establece su  predominio sobre el mundo. Aquí en Procedimiento quien narra parece ser alguien que está ajena a la percepción visual la mayor parte del tiempo y sabemos por qué. Voces como desprendidas de los cuerpos, diálogos interrumpidos por una voz plural por la que se filtran  otras voces. Voces dentro de voces. ¿Qué cuerpos hay detrás de esas voces? Ese yo colectivo tiene una fuerza inusitada y en su desgarramiento se esconde un conocimiento superior. Lo  significativo es que esta voz que narra nos hace perder la noción de que el otro es un otro, estamos todos envueltos y entrelazados en esta sinfonía sorda de cuerpos que  no pueden ver, que simulan no ver, que intentan no ver o que eligen la estrategia de no ver, arrastrados por una memoria que se alza  penosamente sobre su desmemoria.
  Los cuerpos son cuerpos de mujeres que aparecen siempre fragmentados, nombrados a través de sus partes y el discurso, igual que los cuerpos,  se corta, pierde algunas de sus porciones.  Esto se explica: quien narra no da preeminencia a su percepción visual, como es  principalmente la mirada la que  nos otorga la noción de conjunto y unidad esto no ocurre. El yo individual da la impresión de haberse disuelto a merced de la experiencia del cuerpo. Pero es la experiencia del cuerpo la que ha desbaratado y  desbordado las voces, las ha acoplado unas a otras, les ha otorgado intensidad, eco, el texto vuelve una y otra vez a contar  en variedad de matices esta sensación de voces y cuerpos que se buscan mutuamente y parecen desencontrarse  mientras se entrecruzan y se confunden. Cuando en nuestra percepción del mundo apagamos uno de nuestros sentidos, otros se despiertan. Olores, tacto, gusto compensan lo que no es conveniente ver, lo que no es táctico ver: en esta novela el acto de ver   es la antesala del final y quien narra lo sabe y lo expresa. Tradicionalmente  admitimos que apagar la visión del mundo exterior supone abrirse a una visión interna, sin embargo aquí la mirada interior se ve fracturada porque el cuerpo es un percance permanente.
 Hay algo sofocado detrás de las palabras de este texto que da la sensación de haber recopilado voces que estaban sueltas, voces de distinta procedencia, de distintos tenores y signos que de tanto en tanto adquieren la forma de diálogo. Las palabras  amagan desarmarse,  pierden su compostura, el ritmo se trunca, suelta su cadencia, la extravía, la retoma, la vuelve a soltar, la pierde otra vez, la recupera, como una bomba a punto de estallar sin estallar nunca, manteniéndose en una exasperante dualidad. El texto teje su propio ritmo, que es el ritmo de la respiración de un cuerpo que sabe y no sabe, en parte ciego y en parte vidente.  El tiempo del relato enloqueció, perdió su forma y su lógica medición, este trastorno del tiempo, de las voces y de los cuerpos se quebró una y mil veces para reacomodarse malamente y proseguir. El ritmo del texto,   aunque disonante, cercenado, crea su propia sostenible melodía y encuentra su correspondencia en el calendario que rompió con el orden del mundo, un calendario inarmónico,  estrictamente personal.
       El espacio del relato se opone a otro indicado como el “allá”.  El mundo de allá está  sólo enunciado con sus ceremonias, su pulcritud y sus banalidades. Aquí, en cambio,  no hay reloj, no hay calendario. Las marcas de la cultura han sido reemplazadas por el mapa del cuerpo, un mapa  armado como un rompecabezas. Un cuerpo al que se le quitan y se le colocan partes, un rompecabezas que no se termina de armar. Voces desprendidas de los cuerpos, cuerpos desasidos de su unidad, de su integridad, pedacitos de personas que esa gran voz en su continuo discurrir no alcanza a amalgamar. Una voz que se va construyendo a sí misma con pedazos, despojos, fragmentos, lonjas, recortes, manotazos de ahogado, sombras, sombras, penumbras, una voz que persiste en una continuidad que  multiplica nuestro asombro.  Esté “aquí”, el espacio del relato, se  perfila como un “no espacio”, una  suerte de agujero sin fin donde los cuerpos prevalecen en su denodado esfuerzo por encima de la inminente muerte que parece ser la única presencia legítima. Los cuerpos apenas se sostienen en este sitio mientras van cayendo sin llegar  jamás a tocar fondo, cuerpos sin escenarios que los contenga y perdidos en un tiempo sin forma. Caída infinita de los cuerpos en un espacio que no tiene  límites  No, no hay paisaje fuera del amontonamiento  de esos cuerpos lacerados y fragmentados. Podría afirmarse que la novela ha sido construida entonces convirtiendo a los  cuerpos en paisaje. El cuerpo es el gran escenario de esta novela. A ese espacio sólo le puede corresponder la marcación temporal de un calendario como el que tiene: arcaico, dislocado, un calendario descompuesto para un tiempo anacrónico,  que en términos del relato acaso  sea un intento de otorgarle  alguna clase de diferencia, de cualidad, de identidad a eso que no es otra cosa que igualdad repetitiva, agónica, mecánica, sin transformación,  sin renovación que es lo más parecido al concepto cultural que tenemos del infierno. Dar vuelta la última página de Procedimiento  es vivenciar la sensación de que se narró lo inenarrable de un modo magistral.  Novela escrita a contrapelo de la clásica  linealidad  que sigue el patrón de causa y efecto, su desplazamiento es el del espiral, estructura básica de la energía desde el átomo hasta el Universo, pero la expansión del espiral está contenida, refrenada desde el interior. Todo lo que fue contado allí  se ha sostenido en su propio movimiento hacia la destrucción, desmembramiento, disgregación, y el  desafío fue  edificar una  perfecta metáfora  del quebrantamiento de la vida en todas sus formas, metáfora en tanto captación de una totalidad que nos permite abarcar un sentido, simbolizar, restaurar un orden mediante el ejercicio suturador  y trascendente de la palabra.



Susana Romano Sued nació en Córdoba. Es profesora de s Literaria y de Teoría de la Traducción Literaria  en el grado y postgrado. Poeta, narradora, ensayista, dramaturga y traductora, es autora de una extensa obra traducida a varias lenguas. Ha sido distinguida con numerosos premios. Entre su obra en verso se destacan: Verdades como criptas, Males del Sur, El corazón constante, Decantar, Escriturienta, Frida Kahlo y otros poemas, Nomenclatura/ muros, Algesia, Los amantes, El meridiano, Leeré: los silencios del sonido, Parque temático y otros poemas. En narrativa, además de esta novela ha publicado Rouge,  un conjunto de relatos.
 De su vasta obra ensayística  citamos: La escritura en la diáspora, poéticas de traducción,  Borgesíada,  La traducción poética,  Mukartovsky y la fundación de una nueva estética, Umbrales y catástrofes, Literatura argentina de la década de 1990, Travesías, estética poética, traducción los noventa, otras indagaciones, Consuelo del lenguaje I, problemáticas de traducción, Itinerarios literarios, la cocina de la escritura, Itinerarios literarios, programas de escritura, Exposiciones metapoéticas de Literatura Argentina. Recientemente  obtuvo el Primer Premio Internacional de Ensayo Lucien Freud, Proyecto al Sur, por su trabajo El canon y lo inclasificable en “Sobre Héroes y Tumbas” de Ernesto Sábato”.