Espiral de Saraswati

jueves, 19 de enero de 2017

SUSANA AGUAD: LOS NÁUFRAGOS

  “Los náufragos”- novela - Susana Aguad- Editorial Paradiso- Bs As 2015 
                                       

                                             
                                                   TRADICIÓN Y RUPTURA 
Hace muchos años leí en un novela un párrafo que juraría fue escrito por Gloria Pampillo en el que se asociaba a la Argentina con un barco, un país que flota en el agua, en la inestabilidad del agua, en lo imprevisible y cambiante. Lo busqué y no lo encontré, obviamente esta búsqueda fue originada por la lectura de “Los náufragos” de Susana Aguad que ha escrito una novela de factura impecable que se inscribe en una cierta tradición literaria por un lado pero al mismo tiempo plantea una fractura con respecto a esa tradición.
Ya desde las primeras líneas  de “Los náufragos” aparecen las señales del status y la cultura. Todo tiene rúbrica, se dice expresamente en el texto a qué marca pertenece tal o cual producto, sea un coche, un vino o una prenda de vestir. El nombre del objeto como marca es un indicador  de una clase social, de cultura y un grado de poder. Registros de la palabra, marcas culturales, nombres como rúbrica de esa exclusiva pertenencia. La marca convierte a la cosa en algo más de lo que es.  Le da un plus que es pura fantasía, ilusión aunque suponga excelencia en su realización, la marca del producto en la sociedad moderna se ha convertido en un sello que nos habla de aquello en lo que creemos convertirnos por el peso de la industrialización. Los nombres de las mercancías como signos de opulencia y clase social selecta van siendo enumerados a lo largo de esta novela en medio de un lenguaje terso, estilizado. La carga irónica está muy por detrás, más que irónica es crítica pero en un plano lejanísimo o sutil.  Se percibe un guiño en este narrador cuando la mano toma una con un vino que lleva inscripto su nombre como un personaje más. También  desde el principio aparece el río como emblema nacional: el Río de la Plata. Es también una marca de nuestra cultura nacional, pero no surge a través de su identificación sino simplemente como el río. Curiosamente los objetos tienen nombre distintivo, el río lo extravió. No es  mencionado en forma identificatoria en ningún momento mientras  las marcas de los objetos no dejan de ser enumeradas continuamente. Las palabras señalan lo que está detrás: poder, prestigio, status. Son   signos de pertenencia a una clase y a una sociedad mercantilista que de algún modo convierte a las personas en objetos al subyugarlas con la errónea idea de que la marca exterioriza identidad social. Los objetos entonces se convierten en trofeos. Como ya dije, de manera discretísima  opera un juicio de valor detrás del texto. La riqueza, la opulencia crean un clima espectral y sensual alrededor de los personajes. La proliferación de marcas de los objetos suntuosos, sobresale en el discurso de la novela incluso gráficamente, son como  llamadas en el texto que producen escozor al punto de  transformar a las personas en una suma de etiquetas.  Resultaba inevitable citar el famoso libro “No logo” o “El Fin de las marcas” como se editó en castellano. Detrás de un objeto suntuoso hoy sabemos que se esconde la contratacara de la explotación del trabajo, el saqueo al planeta o la profundización de un mundo estigmatizado por la desigualdad en todas sus formas.
   ¿Qué ocurre con las palabras en esta novela? La mesura del narrador en su lirismo establece una compulsa distendida con la ampulosidad de la mirada del personaje central: Rodolfo Bodino (su nombre tiene cinco letras o, la letra o espesa, compacta, corpórea),  todo en torno a él tiende a la exteriorización del poder a través de los objetos que lo rodean y con los que se identifica.  De un modo correlativo el narrador valoriza las palabras, las hace casi corpóreas, sensoriales en el discurso de la novela. A ese mundo de objetos se le corresponden las palabras del narrador, intensas, valorizadas, bien escogidas y precisas con su cuota de lirismo, cargadas de sensorialidad.  Podríamos afirmar que estamos frente a un universo de percepciones, la sensualidad de ver y poseer el mundo entero al alcance de la mano. Lo que llama la atención en las primeras páginas es lo grande, lo fastuoso, lo inconmensurable contado con tanta mesura y placidez que nos deja casi sin aliento. Este trabajo sobre el lenguaje alcanza mayor brillo cuando se trata de  dar cuenta de la atmósfera de los personajes directamente ligados a su nivel social.
Podría afirmarse que la novela  “Los náufragos” se apoya en la construcción de la metáfora. Navegar la vida es una metáfora de origen medieval: el correr de la vida equiparada al río que fluye y cambia, de allí que naufragar sea el equivalente a fracasar, de sucumbir en el seno de la vida. Las aguas de la vida que en el siglo XIX fueron sustituidas por el viaje en tren como sinónimo de avanzar y trazar una ruta personal de la existencia, en este sentido Aguad vincula al texto con en una tradición más arcaica o más ancestral. Quizá tenía que aparecer el agua en tanto contraste con la tecnificación y los artículos suntuarios con que está plagada la novela1 para sostener el relato y no alisarlo. Los escenarios son el agua y la tierra y un recorte de la ciudad el novísimo barrio de Puerto Madero ligado al agua por su ubicación. Volvemos a la metáfora inicial de esta aproximación: La Argentina como país que flota en el agua y por lo tanto sujeta a cambios imprevistos e inmanejables. Sin embargo siguiendo esta línea simbólica de análisis, podemos considerar que agua y tierra son energía femeninas en oposición a las masculinas: fuego y aire. Si bien estamos frente a una obra de carácter realista y que incluso roza cierto grado de costumbrismo, hay por parte del narrador una voluntad de mostrar hábitos y costumbres, pintar el perfil del país, por esa tendencia a insistir sobre rutinas, modos de relación humana y empleo de artículos relacionados con una clase social acomodada, no escapa el vuelo metafórica que se enfatiza en el desenlace. La novela está construida sobre la metáfora del país agroexportador y el país que se aventura en el juego financiero internacional. Esta tensión entre los dos países se metaforiza en la imagen de los dos amigos que rivalizan  Rodolfo Bodino y César Forni. Sucumbe lo segundo. De alguna manera no pude dejar de pensar en filiaciones literarias, la primera de carácter nacional: La novela “La Bolsa” de Julián Martel, a fines del siglo XIX que panea la situación económica cultural de una Argentina  devorada por la pasión de la especulación monetaria y  está emparentada  con “Los náufragos” por el planteo de la crisis económica como eje del relato, por el tratamiento simbólico y por los personajes que se salvan y los que lo pierden todo ante el desastre.  Y la otra “El número uno” de John Dos Passos por su develar los entretejidos del poder en este caso de la clase política en ascenso pero podría relacionársela con una serie de obras inscriptas en cierta tradición de narrativa norteamericana en varios registros que cuestiona el consumismo especialmente a partir de los años cincuenta,  que encuentra después en el hipismo la expresión social de ese desencanto y en el Beatnik más específicamente su cuestionamiento mayor.
Por otra parte y siguiendo este juego de tensiones que le otorgan ritmo y movimiento a la novela, podría afirmarse que la historia fluctúa entre lo macro y lo micro.  Lo pequeño del detalle en la ropa, la ornamentación, la comida, la vida diaria  juega su tensión con la coyuntura político económica del país, los tejes y manejes del mundo financiero  que actúan como un macro. La escena donde César expresa que los diseños de sillas de Laura son una pequeñez sintetizan esta tensión. Lo pequeño se elije, se moldea. Lo macro domina y forja la vida pequeña, no es tan controlable, aunque  siguiendo el planteo de la novela  cierta clase pudiente también  logra moldear lo macro.  Especialmente focalizada la historia en torno a una determinada clase social, hay sólo una mención del pueblo en plena crisis del 2001 a través de la mirada de uno de los personajes que sale de su fundo, su zona de protección, el barrio de Puerto Madero y se aventura a ir al microcentro en la zona bancaria y ve los rostros de los sumergidos en pleno exteriorización de protesta e ira. El país se asoma como un flash, y también en los peones que hacen en asado en El rodeo, el campo de Rodolfo. Estos flashes son funcionales a la novela y permiten un trazado del marco donde se desarrolla esta acción a la que podríamos llamar no estrictamente de historia amorosa, el personaje de Rodolfo enamorado de Laura aspira a algo más que encuentra en Laura una expresión de esa suerte de hambre, encuentra en esta relación un lirismo que no había en su vida. Pero el nivel metafórico de la novela trasciende la historia amorosa. Encapsulados en su propia clase social, veremos que en el desenlace  de la historia que unos son expulsados de esa burbuja por la crisis y otros,  por la muerte.
    Más allá del nivel simbólico planteado en la novela encuentro claves los espacios del relato: río- Campo-Puerto Madero. Buenos Aires se caracteriza por estar de espaldas al río. En esta novela el río es un escenario importante de la acción, aparece al principio en el Tigre, en el disfrute del personaje durante la navegación aunque ahí también está la marca del estatus al hablar de las embarcaciones. El título metafórico también nos remite al agua. La tradición literaria argentina tomó este rasgo como una marca y construyó un tópico literario, en esta novela encuentro confluencias y divergencias con esa tradición. El Río de la Plata, no es referido por su nombre se liga al del país: Argentina por argentum, plata. De modo que ese río ha venido siendo en  nuestra cultura un emblema en tanto boca de la ciudad puerto, eje del contrabando en sus inicios y conexión con la sobrevalorada Europa, el río a su vez conecta con la inmigración que configuró un perfil de país. Al no ser nombrado pierde su tradición, su seño, su fuste, su envergadura. Sin duda ese río se vincula fuertemente con nuestra argentinidad. Al omitir el nombre, se omite su identidad como símbolo de una Argentina tragada por la voracidad de la especulación, la de fines de los noventa.  Aún así Buenos Aires se ha devorado todo. En ese sitio del devorar se instala el nudo de la acción de la novela. Aguad invierte así esta tradición y hace mirar a la ciudad al río y viceversa. Hasta podría decirse que la ciudad está ausente, no es la megalópolis, la ciudad de los sueños vista por escritores de provincia que dejaron su  huella en la literatura nacional. No sólo se revierte en esta novela la tradición río -ciudad sino que también desaparece el protagonismo de esta ciudad luz equiparada con Paris. Puerto Madero es como una especie de recorte irreal. Ciudad ausente ya no de espaldas al río que adquiere protagonismo. El río es también descripto con majestuosidad igual que los objetos (pag 84) pensemos en la larga tradición de la literatura nacional que habla sobre ese río apodado por Borges como el que tiene color de león. Pero además este río tan particular lo es por ser una orilla. No atraviesa un territorio, es río que se confunde con el mar, no describe una línea como el Paraná o el Pilcomayo. Es un afuera del mundo, una especie de no mundo. El río aquí parece desempeñar el rol de un personaje testigo,   de esta manera los objetos  suntuarios por el valor  que los personajes le confieren a través de la voz del narrador también alcanzan un alto grado de corporeidad. Al invertirse la relación ciudad -río, se revierte la tradición literaria con respecto a estos espacios. Esta pugna entre la presencia del río y los objetos se fusiona en el anhelo de Rodolfo de comprar una lancha de lujo para transitarlo. Y esa fusión es la que finalmente desencadena el desenlace, con eficacia Aguad une el espacio fundamental del relato con el otro leit motiv: la enumeración de objetos. La lancha comprada es el objeto por antonomasia, la síntesis final del pináculo imaginado por Rodolfo como aquello que lo ubicará en lugar destacado ante los ojos de los demás. De la suntuosidad de los sentidos: saborear, palpar, oler, el de la vista ha sido el privilegiado. Cabe señalar que aunque se mueven entre tres espacios: el campo, el río y un recorte de la ciudad, Puerto Madero, la sensación de encierro es muy notoria, todo lo que ocurre lleva al movimiento centrípeto, hacia ese centro que es el origen del poder económico.
         Naufragan los hombres, los que tienen ambiciones. Y paralelamente naufraga un proyecto de país y la pérdida del trabajo de tantos, la energía masculina es la que se hunde con la crisis. Agua y tierra: lo femenino permanecen.  De esa suerte de atemporalidad que es el éxito, con su cuota de adrenalina anestesiadota y embriagadora,  la falta de matices del éxito, planicie en lo alto, lo rígido y lo fijo, la muerte transforma a los personajes, en este sentido la novela  en una línea clásica. Con la irrupción de la muerte aparece el tiempo y su capacidad de transformar, la idea del tiempo conlleva el cambio, en el cambio está replegada la noción de la muerte que implica sabiduría o conocimiento de las leyes de la vida. De esta forma la historia se liga a la de los grandes mitos: la muerte del héroe que transforma a los testigos. Cristianismo y budismo por citar los más relevantes de una serie de relatos en los que la novela decimónica alcanzó su máxima expresión con el personaje que sufre la transformación profunda y realiza un acto de contrición, característica que fue asociada con el discurso y la teología católica. El descubrimiento de la muerte, de la destrucción, el quiebre, o la vejez son los tamices  de esta transmutación. Hasta el personaje de Laura dice: Yo no pensé que iba a envejecer.  (pag 140-141)
     Entonces estamos frente al naufragio como metáfora de toda vida y también como metáfora de un país. Saber que la muerte es inevitable tarde o temprano instala en la conciencia humana la certeza de un final. Para  las culturas antiguas este conocimiento fue un salto evolutivo que está indicado en el surgimiento de los ritos funerarios, para la conciencia de las personas modernas implica salirse del esquema publicitario apoyado en la venta de manufacturas que es la base del capitalismo. Aceptar la muerte, el deterioro, el cambio es lo que se expresa en la India en la figura de Shiva, el destructor. Sin el conocimiento de esa fuerza la persona desconoce la verdad del funcionamiento de las energías fundamentales que rigen al Universo. En esta novela  se llega a ese  saber gracias  a la presencia inesperada de la muerte, una muerte ligada a la crisis económica también. En esta línea de pensamiento la novela tiene un  profundo sentido filosófico. En un plano social lo que naufragó fue un modelo artificial de país sostenido en la idea de una pertenencia a un mundo consumidor y superficial, al apogeo del capitalismo como tal.   La impresión que se tiene desde el principio al leer esta novela es la de cohabitar, ser partícipe, dejarse envolver por el clima,  no sólo por sus marcas culturales sino por su confección, el buen ritmo, el armado impecable, el perfil de los personajes, el planteo de la historia. Formalmente la novela se inscribe en una tradición de la que reconocemos el trazo y eso nos permite sumergirnos sin conflictos en la trama bien planteada para disfrutar en todo momento de una historia atrapante.


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