ENTRE LA INOCENCIA Y LA AGUDEZA
En la novela “Juego de damas” de Patricia Bence Castilla la reconstrucción de la infancia se constituye en motor del relato, obra de evocación cuya estructura conversacional le otorga un tono más íntimo aún. El receptor del mensaje de este diálogo es un niño, el hermano menor de la narradora, a él se dirige la voz, aunque podría pensarse que se presenta como una excusa para que la narradora despliegue el cuadro familiar y su lugar de no reconocimiento dentro del mismo o, en términos de Bauman, su no lugar de pertenencia. Como ocurre en el marco de la literatura epistolar, el modo conversacional pide la existencia de un interlocutor que recepcione el discurso, en este caso emisor y receptor son dos niños de diferentes edades, lo que le confiere al texto un sugestivo clima. Dos hermanos en estado de abandono y desprotección. El desvalido hermano menor, confidente que posee cierta cualidad inerte, no parece afectar la acción sino hasta el final de la novela en la que su figura opera de desenlace. El hermanito y la narradora configuran un mundo cerrado frente al universo infranqueable de los adultos: “…como nadie nos oye, al menos aquí, acorralados como estamos,” dice la narradora (pág 72). Ante esa relación entrañable con el hermanito, el mundo de los adultos se erige al modo de un afuera que recorta o le otorga a hermana y hermanito el sitio de una intimidad exclusiva para ambos. El afuera de los adultos y el adentro de los hermanos son mundos disociados que no dan señales de entrar en conciliación. El hallazgo de una mirada particular hacia el mundo de los adultos, esos extraños que están excluidos del círculo de intimidad donde se instituye el relato, es el hallazgo literario que marca su sello en este texto. Los adultos son vistos como una especie aparte cuya característica está determinada por su relación con el lenguaje. Dice la narradora: “yo sabía que las palabras no servían más que para confundir” (pág 13). El dominio de las palabras pertenece al mundo exterior, al de los adultos, y con ese recurso se somete a la infancia. En este relato, construido desde la exclusiva mirada y perspectiva de una niña, la narradora se autodetermina como un ser diferente al resto, sin embargo casi todos los personajes se salen un poco de la norma: La madre enferma, el hermanito con la mancha en la cara, un personaje bizco, por citar solo algunos. La anormalidad se instala en principio sobre alguna característica corporal.
¿Qué características tiene la voz de esta narradora que dialoga con su hermanito? Quien habla es una niña que, convertida en madre de su hermano, se vio obligada a crecer antes de tiempo: Una niñez sin niñez. Su discurso es profuso, ininterrumpido, verborrágico e incluso tiene momentos exultantes. En principio hay un tono protector pero el hecho de que ella también sea una niña le suma un plus, conmueven sus cuidados, su afán, su empeño por ocuparse de la crianza del hermano menor. De alguna manera estas características convierten a la novela en un texto de iniciación, ella es la que guía a su hermanito en el aprendizaje de vivir. Resulta significativo que en un fragmento enmarcado dentro del cuerpo del texto, la niña luzca travestida en una viejita casi al inicio de la novela a través de un episodio onírico con rasgos propios del relato gótico. La voz narradora oscila entre el saber y el no saber aunque manifiesta bastante un alto grado de certezas. El mundo adulto visto desde afuera, encarnado en la voz infantil, le permite a la autora volcar aspectos críticos de la sociedad. El énfasis, desde ya, está puesto en que el mundo de los adultos que, como ya dije, se rige por la ley de las palabras. Lo que emerge con nitidez en el relato en primera persona es el perfil del personaje narrador construido sólidamente en la escritura de un discurso sin fisuras, una voz cuyas inflexiones nos recuerdan a Ana Frank, otra niña privada de libertad, encerrada por la política o por una situación social. El encierro de esta niña sin nombre identificable no es consecuencia de un error social sino de una falencia afectiva. Ella habla de libertad y de construirse como persona tal como podemos participar en la lectura del paradigmático diario de Ana.
La novela es en esencia un extenso diálogo con el hermano. En este discurrir de la voz de la niña dirigida al hermano, en este mostrarle y enseñarle el mundo, ella va desgranando puntos de vista hacia cada una de las cosas que la rodean. Manifiesta sus intereses y aspiraciones, despliega su proyecto de vida mientras se entrelazan algunas historias en las que el hilo conductor se apoya en la relación disfuncional con su padre, una voz que relata desde la inocencia de la niñez, pero se trata de una inocencia relativa, sin ingenuidad, ya que esta niña a pesar de sus escasos años posee una considerable agudeza. La combinación del tono oscilante entre cierta intuición y la comprensión de los hechos y el enfoque naturalmente inocente de la niña producen un interesante efecto estético. Hay además un plus de información dado por lo que se deduce del relato surgido de la inocencia. Pero ante todo la voz narradora es la de una hermana en rol de madre, puesto que quedó vacante la función maternal por ausencia de la presencia adulta. La voz de esa niña que ocupa el lugar de un adulto -ausencia convertida en madre sustituta de su hermano-, a medida que avanza el relato se vuelve conmovedora por efecto de omisión, lo que no fue dicho, lo que se lee entre líneas constituyen el sustrato del relato. Esta niña a la vez funciona también como cuidadora de su madre enferma, por lo que la sustitución del rol materno se duplica. Y ocuparse de desempeñar ese rol devora su infancia.
Si nos atenemos al título de la obra la
simbología resulta evidente. La oposición entre lo blanco y
lo negro que maniobran dos jugadores
contrincantes en el juego de damas, plantea la necesidad de que exista un vencedor y un
vencido: una ficha se come a la otra. El
juego implica una lucha y a esa lucha entre la oscuridad y la luz se enfrenta la
protagonista que narra la historia.
Si bien se ha establecido que la novela fue escrita en tono conversacional, en algún sentido se acerca al monólogo, un extenso monólogo estructurado en forma episódica, por lo que podría pensarse también en un encuadre teatral. Los personajes están trazados desde una mirada infantil, la historia va siendo entretejida al brotar de este diálogo bastante parecido a un soliloquio, que adquiere unidad mediante la sucesión de episodios separados que se sostienen a partir de una mirada y un conflicto básico. En este entretejido no se privilegia la intriga, el efecto de tensión se establece en el vínculo con el hermano que va siendo plasmado a través de pinceladas de color sobre la vida hogareña en la que el desconocimiento y la crueldad de los adultos perfilan distintas clases de crudeza. El eje del relato, centrado en la incomprensión de los adultos hacia el mundo infantil, plantea el dilema de comportarse como una niña o ser una adulta, inevitable rol que debe desempeñar por la enfermedad de la madre. El hermano, depositario del relato, recibe el mensaje en tanto y en cuanto su existencia creó el lugar de la narradora de madre sustituta obligándola a crecer de golpe. Pero ese lugar también lo exige la situación de la madre encarcelada en una cama requiriendo la atención de la niña. Así a narradora se ubica en un límite entre la adultez y una niñez que no ha encontrado su sitio de arraigo y, como todo límite, el lugar se presenta incierto, voluble, impermanente, espacio resbaladizo que la expulsa hacia uno y otro lado sin que le permita pertenecer a ninguno en realidad.
Aunque en la novela no se específica la edad, se percibe que es una niña próxima a la pubertad porque su discurso tiende al pensamiento abstracto. Más adelante esta percepción se confirma cuando se narra el episodio de su primera menstruación que remarca la discrepancia constante con la figura paterna. Por momentos y especialmente a medida que avanza el relato el discurso se torna más especulativo, de algún modo la niña participa del proceso evolutivo de su conciencia que se va transformando en propiamente adolescente, por eso su pensamiento profundiza sus enfoques simbólicos.
La literatura y los grandes libros se
filtran referencialmente al integrar
este descubrimiento del mundo que va realizando la niña, no exento del elemento crítico hacia la esfera
de los adultos. En este volcarle experiencias a su hermano, la
narradora construye metáforas sobre su modo de sentir que son muy gráficas como
si llevara sus reflexiones a lo que Piaget denominó pensamiento concreto. De
esta forma se establece en el ámbito del discurso un límite dado por la
oscilación entre el pensamiento concreto y el pensamiento abstracto, hacen espejo entonces el nivel del discurso con el plano de lo ficcional: Una niña
ubicada en el límite, no solo en ese límite de los que quedaron fuera del
círculo de pertenencia sino en otra clase de límites como el discurso de la
novela lo atestigua. Luego, cuando aparece
la primera menstruación, se consolida su
fluctuante ubicación en esa transición entre dos grandes etapas de la vida. Se
registran también elementos de la doctrina catequística, discutidos
por la protagonista narradora, este cúmulo de información se agrupa por el
cuestionamiento realizado hacia la configuración del universo adulto.
Un
abordaje crítico especial merece en esta novela el tratamiento del
cuerpo. Aparecen diferentes cuerpos: el
de la madre, el del hermanito, el de la narradora - cuerpo maltratado por el padre-. Cuerpo ineficiente del hermano. Cuerpo enfermo y amordazado,
el de la madre. La oposición y su consiguiente tensión están planteados entre dos instancias: el cuerpo y
la mente. La mente fallida de una madre y las mentes en desarrollo con su
relativa falta de conocimiento de los niños. Sin embargo aquí la ecuación
parece estar invertida: los niños comprenden y los adultos son torpes, necios,
no saben. Así la tensión se establece entre carne y palabras en tanto estas
últimas pertenecen al ámbito mental. Por otra parte el desafío de aprender marca
el ritmo del discurso. Aprender para sí misma y para enseñarle a su hermanito,
lo que enfatiza la incorporación de esta novela en las llamadas “de
iniciación”. No resultaría desacertado considerar esta novela como de iniciación en dos sentidos, ya que ella inicia a su
hermanito en el saber pero se inicia a sí misma en el conocimiento al ser su
propia madre. Madre de su hermano y madre de sí misma. Significativamente en algunos tramos del relato lo humano suele ser
comparado con lo animal, característica que abona lo interesante del tratamiento
del cuerpo en este texto. Hay cucarachas
en varios sitios e incluso caminan por el tablero de damas.
Nos encontramos con un quiebre en
determinado momento, hacia la recta final de la novela cuando la voz coloquial dirigida al hermano se
convierte en escritura. Irrumpe la
literatura epistolar a través de una carta también dirigida al
hermanito. Podría decirse que la voz se
materializa mediante esta transformación.
El deslizamiento del
conversacional al modo epistolar está indicando un valor y constituye una señal. El eje del
contenido de esa carta se resume en la queja sobre el comportamiento de la
empleada doméstica de su madrastra cuya característica es el mal aliento. ¿Y
qué se comunica aquí? Se habla del poder de las palabras que tienen los adultos
frente a los niños. Es como si finalmente cuajara esa diferencia y distancia que ha
existido desde el principio entre ambos mundos, no casualmente se escoge la
escritura para expresarlo, ya que la
escritura es una rúbrica y está asociada con la verdad incuestionable. La
escritura pertenece al dominio de lo masculino desde la simbología tradicional, está ligada al poder,
la escritura dirigida a su hermanito
entonces manifiesta lo comunicado con un
mayor nivel de compromiso. Lo escrito
es ley, no se cuestiona y resulta perpetuado. A partir de las palabras
destructivas, la niña construye su desdoblamiento corporal, se escinde, pierde
integridad. “No sabía si era yo la que se iba o era un pedazo de mí, esta
sombra que se burla todavía del otro lado del espejo" .(pag. 96).
La escritura aparece cuando estalla la
rencilla familiar, cuando la niña, ya convertida en señorita, pasó la
raya abandonando la niñez y se encuentra en la casa del segundo matrimonio de su padre. Aquí se juega su falta de lugar y reconocimiento
frente a la figura paterna. Interesante considerar
que para confrontar al padre emplea el vehículo de la ley del padre: la escritura.
La ley del padre lamentablemente no es la de la justicia sino la del desamor y la
arbitrariedad. Se trastocó un principio y son las mujeres, en este caso la
“mucama”, quienes con su discurso desatan la discordia, discordia que estuvo
siempre allí pero que transmutó en acto
finalmente en esta “casa ajena”. La falta de pertenencia de la narradora se
hace patente en esta falta de lugar en lo ajena de esta casa segunda de su
padre.
Otro de los ejes es el tema del doble, surge la dualidad, la sombra como alternativa o
huida del yo herido ante el rechazo. La opción de ser otra, de desdoblarse para poder fundar una ficción de
sí misma que escape o supere el rechazo
paterno. Esa imagen dual creada por
ella también
oficia de protectora, ocupando el sitio de los padres ausentes. La voz de esta
niña es una voz que no se ahoga, que persiste, que se vuelve inflexible en la
persecución de sí misma y de su rol de protectora, en suma “Juego de damas” es
una novela que logra comunicar la soledad y el desamparo en la niñez encontrando en la voz ficcional una de sus más
conmovedoras expresiones.
Fragmento
de la novela:
“El
contacto con el piso es mejor cuando se tienen los pies al aire, sobre todo
cuando tengo a las damas sobre los mosaicos de la entrada. Aquí, hasta que vos
llegaras, éramos tres mujeres, una mirando a la otra, mi abuela, mi mamá y yo,
todas sobre las mismas pisadas, sobre el mismo damero, ¿te das cuenta? Menos mal que llegaste vos.
No entiendo por qué no querés aprender. No vas a cambiar nunca. Si seguís así
no vas a crecer. Mejor no te digo lo que pienso. ¿Sabés?, no entiendo por qué
papá me dijo una vez que te quería. A mí también me lo dijo, pero creo que lo
imaginé. Se ve que la niñez muere enseguida y nosotros todavía no nos hemos
dado cuenta. Estamos sepultados. Nos ignoran en su memoria, en su mente.
¿Entendés, Tito, lo de la mente? Es una tirana, al menos lo es conmigo. Me trae
cosas a la cabeza que no siquiera tener que recordar nunca más, pero sí las
recuerdo. Todo el tiempo recuerdo como si fuera la gota de los japoneses. Hasta
que me harto. Me canso de tanto pensar lo mismo. Mamá dice que las obsesiones
son malas. Se piensa de la mañana a la noche en la misma cosa, todo el tiempo,
sin descanso. Como si en realidad no se hubiese conocido otra cosa del mundo
más que esa cosa, y esa cosa es como una araña o mejor no, como una tela de
araña que se teje alrededor de mí hasta que logra convertirme en un insecto que
es mucho peor que ser una cosa. Mucho peor. No te quiero asustar. Yo siento que
soy un insecto. Peor. Una bacteria. Peor. Soy un virus. Un virus que corroe.
Así como la angustia de mamá. Sólo que a
mí ni siquiera me hace llorar. Me confunde. Eso hace. Me confunde la cabeza. Me
olvido de cómo me llamo. A veces me pasa. Me miro en el espejo. Ya por
costumbre trato de ver si cambié, pero no, creo que todavía no. Me fijo si soy
la que se espera. La que se espera, dije. No, no, no, esa vez lo que dije fue
que vieras que había un cartel que decía: sala de espera. Eso es otra cosa.
¿Sabés?, cuando me miro de refilón creo que me voy a encontrar con otra, vaya a
saber con quién. ¿Qué raro, no? Pero no puedo encontrar la cosa, esa cosa que
soy, porque nunca viene nadie a buscarme o a
explicarme quién soy. No me reconocen, no saben quién soy ni me quieren.
Igual que papá que no me quiere porque soy sucia, por eso sé que no me quiere. ¿Y
a vos? A vos, menos. Ah, no voy a volver a explicarte, prefiero decirte, si me escuchás,
si me prestás mayor atención así no tengo que repetirte después las cosas, que la
mente es como un aguijón: una vez que te
metió el veneno no hay antídoto que te salve. No, Tito, de ninguna manera, sin explicaciones,
¿eh? Hay veces que camino y me parece que no soy yo la que da los pasos, sino una
sombra que camina junto a mí. Creo que ya te lo dije, no te asustes, pero las sombras
son ángeles demoníacos, se te acercan en el bautismo y a partir de allí sólo en
la primera comunión te blanqueás un poquito. Yo ya la tomé, pero parece que mi sombra nació junto conmigo y
no se resigna a morir”.
“Juego de
Damas”, Patricia Bence Castilla, Ediciones Ruinas Circulares, Buenos Aires 2019. (pag 101-102)
Patricia Bence Castilla, nace en la ciudad de Buenos Aires. Es directora del sello Ediciones Ruinas Circulares. Ha publicado más de diez títulos (cuento, poesía, novela) bajo el sello que dirige.
Recibe el premio Municipalidad de General San Martín (2010) por su novela “Las 24 hs, de Elena”.
Es compiladora de varias antologías: “Cómo
decir” (volumen I,II, II, IV) y “La palabra que sana” (Café literario
coordinado por Raquel Fernández y Claudia Vázquez, de la que es auspiciante),
otorgando cada año el Premio Rubén Reches de poesía dentro de los invitados al
ciclo.
Desde fines de 2014 es productora de
contenidos del programa radial “A Cierta Hora”, que se difunde por www.enlaotrapuerta.com.ar y que
conduce junto a Ricardo Cardone, donde poetas, ensayistas, narradores, proponen
una mirada particular sobre la literatura contemporánea.
Coordina desde 2009 talleres literarios
virtuales. Cuenta actualmente con una novela y dos poemarios, aún inéditos.
Derechos reservados- en caso de reproducir citar la fuente
Excelente novela y un comentario de notable riqueza que hace Irma Verolín
ResponderEliminarExcelente reseña, ojalá pronto pueda disfrutar de la lectura de esta novela.
ResponderEliminarAplausos por la reseña y esta excelente novela. Bravo Patri!
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