Espiral de Saraswati

lunes, 9 de septiembre de 2013

SELVA ALMADA: FRAGMENTO DE NOVELA





  Rescaté este texto de la novela “El viento que arrasa” quizá por la mirada o quizá porque tiene una  cierta autonomía o porque desde Kakfa en adelante me interesa el modo en que aparece la animalidad en los relatos. Obviamente aquí hay un trabajo sobre el lenguaje que es lo que ha llamado la atención sobre la escritura de esta autora nacida en Entre Ríos. Un suave desplazamiento de la mirada, las cosas son y sin embargo parecen estar enfocadas desde un perfil vagamente inesperado, con un toque leve, como si el foco estuviera siempre un poco corrido. Resulta inevitable la referencia a Carson McCullers en parte por el ambiente y en parte por esa mirada entre inocente y despiadada, es en ese límite donde se ubica el foco, no se mueve de allí, no hay desgarramiento pero tampoco absoluta ingenuidad. Hay un conocimiento previo, algo ya sabido y que el narrador da por sentado y en esa franja se mueve como si lo que ocurre no tuviera relevancia. Lenguaje parco, cristalino, depurado, produce una especie de vacío y silencio que envuelve al relato en un clima único.




“El perro bayo se sentó de golpe sobre las patas traseras. Estuvo todo el día echado en un pozo, cavado esa mañana temprano. El hoyo, fresco al principio, e había ido calentando en su letargo.
  El Bayo era una cruza con galgo y había heredado de la raza la elegancia, la alzada, las patas finas y veloces, la fibra. De la otra parte, madre o padre, ya no se sabía, había sacado el pelo duro, semilargo, amarillo y una barbita que le cubría  la parte superior del hocico y le daba el aspecto de un general ruso. Al Bayo a veces también le decían el Rusito, pero por el color del pelo nomás. La sensibilidad se habría ido perfeccionando tras décadas y décadas de mestizaje. O le habría venido sola, sería un rasgo propio ¿por qué no? ¿Por qué en los animales ha de ser diferente que en los hombres? Este era un perro particularmente sensible.
Aunque sus músculos habían estado quietos todo el día, la sangre que seguía bombeando como loca en su organismo había ido calentando el agujero en la tierra, al punto de que ni las pulgas lo habían soportado: saltando como los osos bailarines  sobre una chapa caliente, se habían largado de ese perro a otro perro o a la tierra suelta a esperar que apareciera un anfitrión más benevolente.
Pero el Bayo no se sentó de repente porque sintiera el abandono de sus pulgas. Otra cosa lo había arrancado del sopor seco y caliente y lo había traído de vuelta al mundo de los vivos.
Los ojos color caramelo del Bayo estaban llenos de lagañas, la delgada película del sueño persistía y le nublaba la visión, distorsionaba los objetos. Pero el Bayo no necesitaba ahora de su vista.
Sin moverse de su posición alzó levemente la cabeza. El cráneo triangular que terminaba en las sensibles narinas tentó el aire dos o tres veces seguidas. Devolvió la cabeza a su  eje, espetó un momento, y volvió a olfatear.
Ese olor era muchos olores a la vez. Olores que venían desde lejos, que había que separar, clasificar y volver a juntar para develar qué era ese olor hecho de mezclas.
Estaba el olor de la profundidad del monte. No del corazón del monte, si no de mucho más adentro, de las entrañas, podría decirse. El olor de la humedad del suelo debajo de los excrementos de los animales, del microcosmos que palpita debajo de las bostas: semillitas, insectos diminutos y los escorpiones azules, dueños y señores de ese pedacito de suelo umbrío.
El olor de las plumas que quedan en los nidos y se van pudriendo por las lluvias y el abandono, junto con las ramitas y hojas y pelos de animales usados para su construcción.
El olor de la madera de un árbol tocado por un rayo, incinerado hasta la médula, usurpado por gusanos y por termitas que cavan túneles y por los pájaros carpinteros que agujerean la corteza muerta para comerse todo lo vivo que encuentran.
El olor de los mamíferos más grandes: los osos mieleros, los zorritos, los gatos de los pajonales; de sus celos, sus pariciones y, por fin, su osamenta.
Saliendo del monte y ya en la planicie, el olor de los tacurúes.
El olor de los ranchos mal ventilados, llenos de vinchucas. El olor a humo de los fogones que crepitan bajo los aleros y el olor de la comida que se cuece sobre ellos. El olor a jabón en pan que usan las mujeres para lavar la ropa. El olor de la ropa mojada secándose en el tendedero.
El olor de los changarines doblados sobre los campos de algodón. El olor de los algodonales. El olor a combustible de las trilladoras.
Y más acá el olor del pueblo más cercano, del basural a un kilómetro del pueblo, del cementerio incrustado en la periferia, de las aguas servidas de los barrios sin red cloacal, de los pozos ciegos. Y el olor del mburucuyá que se empecina en trepar postes y alambrados, que llena el aire con el olor dulce de sus frutos babosos que atraen, con sus mieles, a las moscas.
El Bayo sacudió la cabeza, pesada por tantos olores reconocibles. Se rascó el hocico con un pata como si de este modo limpiase su nariz, la desintoxicase.
Ese olor que era todos los olores, era el olor de la tormenta que se aproximaba. Aunque el cielo siguiera impecable, sin una nube, azul como en la postal turística.
El Bayo volvió a levantar la cabeza, entreabrió la quijada y soltó un larguísimo aullido.
Se venía la tormenta.





miércoles, 12 de junio de 2013

PATRICIA SUÁREZ: DOS FRAGMENTOS




Literatura construida de a saltitos y con zarpazos geniales. En los relatos de Patricia Suárez el mundo se despliega contradictorio, huidizo, insoportable. El mundo es un ave de presa que no se deja domesticar y, además, por si fuera poco está encantado: cambia a cada instante. Versatilidad, ocurrencia, golpes brillantes, estallidos y la cuota imperiosa de melancolía que muestran al trasluz la pequeñez de la especie humana.  Merece un aparte el tratamiento de los espacios donde el campo suele ser ese otro lugar, punto de referencia, de partida o regreso en contrapunto con la ciudad o las ciudades. Aunque si se trata de desentrañar alguna clave tal vez sea el rasgo insólito, la mirada entre ingenua y lacerante, un deslizamiento de la perspectiva habitual, el movimiento continuo y la presencia de lo inesperado que colocan a sus textos en un sitio destacado en la literatura argentina actual. Historias a veces desopilantes, con humor y poesía dan cuenta de una estética difícil de catalogar, una nueva voz  reconocida en su originalidad.


 Y la hache, pensó Lena releyendo el cuento que había escrito y enviado a La Voz, la gaceta en español de Vancouver. La letra hache era todo un asunto. ¿Por qué era muda? ¿Para qué la tenían? Servía específicamente para hacer un sonido, el ch. Ése era un sonido constitutivo del castellano, a tal punto que se había dado aires de condestable, convirtiéndose en una letra aparte del alfabeto. La ch. Pero ahora ya no lo es. No hay más ch. Sucumbió a la democracia. ¿Y por qué? La w (doble u, doble uve, como la llaman en el mundo, y doble ve, como la llamaban ellos en la Argentina), ¿de dónde fue traída? ¿Del inglés? ¿Y por qué? ¿Quién la pidió? ¿Quién la quería? La w, ¿era una inmigrante o ya tenía los papeles legales de residencia en la lengua? Encima no sonaba siempre de la misma manera: a veces como v, otras como u. Era mudable, inconstante: era una cortesana La w era capaz de abrigarse con un tapadito de chulengo. Nada de zorro azul, nada de visón: tapadito de piel de rata, de vicuña herida, de llama viva. No queremos la w en nuestra lengua; tenemos con qué hacer ese sonido: en el Siglo de Oro español. Bien que Quevedo y Cervantes se la arreglaban sin la w. Pero ahora no podemos: necesitamos  la w, la computadora, el teléfono, el avión. ¿Es lo que llamamos “progreso” o lo que llamamos “invasión? ¿Era la w un pájaro cuclillo? ¿Qué huevos había puesto en el nido de la lengua? ¿Se criaba entre pichones de águilas patagónicas, entre halconcitos pampa? Este mundo es insoportable. Uno debe hablar como puede o pegarse un tiro. Ahora tenemos más signos escritos, una especie de lujuria. La Real Academia Española consigna veintiuna palabras que empiezan con w. ¿Qué palabras que valgan la pena escribimos con w? La verdad. Whisky y watt. Whisky y watt, concluyó Lena, dos formas insufribles de dominación, Te tomas un whisky y lees tu libro alumbrado por sesenta watts. Por supuesto, agregó ella, la w estaba en el medio del nombre Owen y al comienzo del apellido Wallace. Pero a ella, ¿Owen Wallace le gustaba?
                                      Extractado de “Perdida en el momento”- Alfaguara  Bs. As. 2004
                                                   .................

Al llegar la primavera, mi padre hizo inseminar las ciervas y esperaba con ansiedad el nacimiento de los cervatillos. Era la tercera primavera que pasábamos en el campo y no enfrentamos en una pelea a gritos. Pedí que me entregara  la parte de mi padre que me correspondía en herencia y él dijo que recién lo haría cuando yo cumpliera dieciocho años y fuera mayor de edad. Mientras tanto era mejor que lo conservara él: yo no sabría qué hacer con el dinero y seguro lo desperdiciaría. Compró una vaca lechera: ahora tendríamos leche y queso y manteca gratis. Como ninguno de todos nosotros supo cómo utilizar el suero en los quesos, enseguida se pusieron rancios. Don Lucas y mi padre viajaron a Esperanza para informarse correctamente sobre la producción de lácteos y esa noche yo abrí mi ventana por última vez Los postigos estaban herrumbrados, tanto hacía que no la abría, y chirriaron. Al otro lado, las ciervas contestaron bramando. Imaginaban, tal vez, que se trataba de un ciervo que las requería de amores. Había un dinero que mi padre había dejado sobre la mesada de la cocina, para pagar al proveedor de alfalfa y yo pensaba robarlo e irme al día siguiente en el primer ómnibus hacia la ciudad. Pero esa noche Fido se paró delante de mi ventana, estuvo un tiempo así, muy quieto y pareció que el tiempo se estiraba y duraba enormidades. Luego se sacó prenda por prenda y yo vi todo lo que anhelaba ver, y me causó profunda impresión. Su cuerpo tan blanco y esas astas que parecían los huesos de la cadera justo debajo de su cintura. Me acordé de las palabras del rey Gunter cuando ve a Brunilda en camisa de dormir por primera veza: “Heme aquí con todo lo que he deseado toda la vida”. Dejó sus ropas en el suelo y empezó a reírse. Entonces yo me tenté y traté de salir por la ventana hacia donde él estaba; pero el marco estaba muy alto y me golpeé las espinillas. Cuando estuve fuera, las ropas de Fido seguían en la tierra pero él ya no estaba. Alcancé a ver el espectro de su cuerpo blanco en la oscuridad yendo hacia el bosquecito de acebos. Me quedé entonces a esperarlo allí mismo y un cuarto de hora después lo llamé a grandes voces, pero él no contestaba. Era una noche cálida y había luna creciente. Lo busqué un rato por los alrededores y al fin lo vi alejarse de la casa, muy rápido, desnudo y montado en una de las ciervas. Iba camino al monte, hacia sus Oscuros. Cuando padre volvió al día siguiente montó en cólera y acusó a Fido de ingrato. Él lo había tratado como a un hijo, se quejó amargamente, y así era correspondido ahora por ese indio, ese loco, ese retrasado mental, ese ladrón que se había llevado a una de sus hermosas ciervas mansas. Mañana mismo, dijo mi padre, habría que contratar un peón de algún pago para ayudar en las tareas de la chacra, y costaba mucho mantener un peón. Todo esto era culpa de ese indio loco de Fido, ese infeliz.
Yo me quedé a esperarlo toda la primavera y el verano, y luego todo el otoño y el invierno hasta la primavera siguiente en que cumplí dieciocho años y mi padre me dejó marchar. Tenía la certeza de que Fido iba a volver; él creció tanto que el bosquecito de acebos le había quedado pequeño y muy justo. Eso él lo había aprendido en un libro que yo le regalé y él llevaba siempre consigo.  La mayor parte de las cosas que sé las aprendí leyendo libros; es casi lo único que yo hacía mientras mi madre vivió, además de bailar danzas clásicas. Pero cuando ella murió vino todo lo demás, la vida en la chacra y los cerdos y el fracaso del criadero, las ideas locas de mi padre y las ciervas. Y estuvo el muchacho a quien miré y me miró y por quien fui casi tocada. Casi tocada; aunque seguía igual de fuerte y de pura que Brunilda antes de Sigfrido y mi fortaleza y mi virginidad me pesaban tanto que me hacían débil frente a todo lo demás. La ciudad, anhelaba yo en ese entonces, me daría todo lo que me faltaba. En la ciudad cifraba yo mis esperanzas.
                 Fragmento del cuento “Las ciervas” de “Esta no es mi noche”- Bs. As. Alfaguara 2005

                                                  .................

  



viernes, 17 de mayo de 2013

CARLOS ANTOGNAZZI: APROXIMACIÓN AL UNIVERSO NARRATIVO DE SU OBRA






                                    LA AMBIGÜEDAD Y LO EXTRAÑO


A la manera de la comedia humana de Balzac, el mundo de García Márquez o en el entramado de relatos del propio Saer, el universo compacto trazado por la obra de Antognazzi se dispersa en situaciones y personajes que se van desarrollando a lo largo de distintas obras, se diría que  las historias se van completando a través del tiempo en una serie de relatos que da la impresión de no concluir nunca, dejando así la evidencia de que  la solidez de la gran estructura reposa justamente en esa coherencia, en ese estado de compactación  que  suele ser una de las exigencias para construir un universo que se sostenga por sí mismo. De este modo el bicho, un gran animal marino –en algunos relatos indicado como ballena-,  que un buen día es descubierto en la playa para sorpresa y luego entretenimiento de todos, vuelve a ser el eje de un nuevo relato en otro libro o la pareja un tanto perversa que vive en  una localidad de la costa  reaparece como parte de un relato en el que se ahonda su perfil de personajes. Esto está rubricado en varios gestos: la aparición de dossiers que hablan del proceso de producción al final de cada libro, textos que dan cuenta de versiones anteriores de los relatos contenidos en los libros, reconocimientos que hablan además de la relación entre escritura y vida, cruces de unos textos con otros, o su vinculación con el sistema literario o el aparato editorial que   manifiestan una intención de totalidad en la factura del objeto libro que se corresponde con la voluntad expresada en este “sin fin” de los relatos, planteados como un sistema inacabado que promete redondearse infinitamente.
  La presencia del agua  es en los relatos de Carlos Antognazzi un elemento del paisaje que incide en la trama  y afecta el desarrollo de la historia. Por momentos hay algo irreal en el paisaje y no sólo por el empleo de la técnica del extrañamiento sino porque el agua en sus diferentes formas (río, mar, océano, lluvia) adquiere un valor simbólico, ese bicho que aparece ante la vista de todos en la playa no podía sino provenir del agua si confiamos en la coherencia de este peculiar universo narrativo. Podría pensarse que el tratamiento del paisaje hay un gesto pavesiano: Si la colina es en los relatos de  Cesare Pavese el lugar mítico, lo es en la misma medida el río en los de Antognazzi. A través de la imagen del río se funda un espacio con leyes propias, leyes que se van consolidando, perfeccionando en cada libro a lo largo de un tiempo prolongado. El río oculta y devela. El río es un espejo: “Se entretenía observando su propia figura reflejándose en el mundo líquido del río” (1). El río permite construir la propia identidad, ya que verse reflejado en un afuera no supone sólo mirarse sino reconocerse en una individualidad a través de la percepción de la propia imagen. El agua en su movimiento cubre, oculta o delata. Es el movimiento de la vida misma que realiza sin interrupción dos acciones: Encubrir- descubrir. A esa fuerza no manejable ni previsible están sometidos los personajes. Entonces el espacio del relato es un espacio en continua transformación, determinado  especialmente por el agua que se mueve, que da y despoja según sea su ir y venir.  La clásica antítesis “ciudad- campo”, parece ser reemplaza en estos relatos por “ciudad- río”. Digamos entonces que el espacio de lo que no es ciudad está dominado por la presencia del río. O en todo caso el océano que tiene la misma función que el río. El río ha  bajado, ha dejado de ser río desapareciendo de improviso y al hacerlo ha puesto en  la luz lo que antes fue ocultado. El océano en su proceso de retroceder amenaza con la destrucción completa, la ausencia de la vida misma. Algo similar a la  falta de lluvia planteada como amenaza en “Llanura azul”.
El río que usualmente muestra su perfil piadoso, calmo,  es una presencia positiva en este universo de los relatos de Antognazzi, tanto es así que la inminencia del Apocalipsis está marcada por su ausencia. Ese río muerto es acaso  la carencia de vida, gente como sonámbula, espectros que van, un pueblo, los desposeídos. Aquí el río seco  de alguna forma puede funcionar como metáfora del país.
    La ineludible presencia del agua  -río, mar y otras variantes- nos lleva a sentir que los personajes se mueven en un mundo acuoso, sometidos a las cualidades de lo líquido: fluyen, flotan, pierden su voluntad frente a la morbidez que los contiene. En todo caso en el mundo de estos personajes la vida tiene el movimiento oscilante de un río con subidas y bajadas, de un mar que amaga y retrocede, los personajes sujetos a ese vaivén, saben que están doblegado a esa constante que no depende de ellos.
Con demora, lentitud y el tiempo suficiente para meditar las decisiones los personajes se enfrentan a un hecho ineludible, abandonar el espacio familiar, ya sea porque se transfigura o porque  se  ha vuelto expulsivo, para ocupar otro  que es desconocido  y que tiene el sello de lo ajeno. Los personajes presencian el cambio con cierto estupor. En este sentido el enfoque se aleja del regionalismo clásico donde el terruño es aquello poseído, lo propio, lo incanjeable e inajenable. En el universo de los relatos de Antognazzi,  el lugar de pertenencia aunque  al principio tenga la huella personal y refleje la identidad,  resulta arrebatado por lo general mediante la decisión del personaje porque no tiene otra opción que la de partir.  Lo propio se vuelve ajeno en virtud de una transformación del paisaje. Mar en retroceso, río en bajante, casa invadida por los médanos,  así que con frecuencia, con mucha frecuencia hay que dejarlo todo para irse. A veces se trata de otra clase de huida, el viaje –en moto, bicicleta, piragua- indica el abandono de una etapa de la vida, niñez o adolescencia, como una forma más de extranjería.
  No es casual la alusión al director de cine  Roman Polansky en uno de los relatos de “Cinco historias”.  La  estética de Polansky  puede ser una clave para desentrañar la propuesta literaria de esta extensa obra.  Ciertos rasgos como lo tortuoso, lo amenazante pero presentados al sesgo, ocurriendo  con suavidad, delicadeza, con absoluta ambigüedad,   vale decir sin perder su escozor, como en  un segundo plano que acecha todo el tiempo la lisa tersura del primer plano y da la impresión de que en un  desplazamiento trágico puede pasar a  ocuparlo completamente. Y lo interesante es que esto nunca ocurre.
 La obra de Antognazzi  bien podría ubicarse en lo que tal vez se llame un “realismo extraño”.  Un realismo que se escapa de su marco y avanza hacia lo infrecuente para mantenerse en el borde. Lo extraño puede surgir no sólo por el retroceso del mar o la bajada del río, por un animal instalado fuera de su hábitat, por dos lunas que caen contra la tierra o la amenaza de raros seres llamados “gorgones” sino  por la elección del tono del relato y en el tratamiento de la historia, en la forma de presentar a los personajes y resolver los conflictos. Ese desplazarse tocando fondo sin ponerlo al descubierto es un plus que enriquece los relatos. Lo extraño es llevado a su máxima expresión en la situación de verse desalojado del propio lugar, la pérdida de la pertenencia se transforma de ese modo en el emblema de lo no familiar. De alguna manera se refiere a un mundo en continua disolución que deja extraviados a los personajes quienes en verdad son extranjeros en su propia existencia. Pero lo extraño adquiere muchas vestimentas en sus múltiples matices: edificio con características muy particulares que es también un mundo en sí mismo y que como el mar impone sus condiciones, a la manera de un gran ser que domina (2) o unos libros ofrecidos en consignación que se vuelven valiosos por su escasez y de un modo fortuito perjudican al vendedor (3),  o de formas que alguien reproduce en este y en  otro continente sin explicación (4). Entre  estos dos márgenes, el de lo fantasmal y el de las certezas orillea  constantemente sin anclarse en ninguno  y  es ese ir y venir inestable el que le otorga a los textos su magia y su perfume, la necesaria dosis de incertidumbre que los hace literarios.  Va y viene, se difumina, juega con la imprecisión, deja flotando la acechanza que no termina de disolverse pero que tampoco da la batalla final, lo que hace del texto un espacio de riqueza de significados, borra sus orillas evocando infatigablemente un más allá, un más acá, una posibilidad de impensados sucesos.
Este es apenas un intento o tal vez un punto de partida para futuros enfoques  que no logra abarcar una obra extensa y valiosa que se configura en sí misma con una serie de  marcas y hallazgos propios que la recortan  y destacan dentro del conjunto de producciones literarias de la Argentina actual.


(1)   de “Cinco historias”: “El lento abrazo del mar” pag. 83
(2)   De “Cinco historias”. “La construcción del imperio” pag 11
(3)   De  “Mare nostrum” “Un artista de la inmortalidad- pag 75
(4)   De “Interludio”  “Donde el río termina”, pag. 81

  Bibliografía:
  “Al Sol”- Asociación santafesina de escritores. Santa Fe 2002
  “Cinco historias”- Ediciones Tauro- Santa Fe 1996
  “Interludio”- Ediciones Tauro- Santa Fe 2010
  “Mare nostrum”- Ediciones Tauro- Santa Fe 1997
   “Llanura azul"- UNL- Santa fe 1992.




Carlos O. Antognazzi nació en Santa Fe (Argentina) el 14 de mayo de 1963. Reside en Santo Tomé.
Publicó los libros Historias de hombres solos (Cuentos, 1983), Punto muerto (Cuentos, 1987), Ciudad (Novela, 1988), El décimo círculo (Cuentos, 1991), Llanura azul (Novela, 1992), Narradores santafesinos (Ensayo, 1994), Apuntes de literatura (Ensayos y entrevistas, 1995), Cinco historias (Nouvelles, 1996), Mare nostrum (Cuentos, 1997), Zig zag (Cuentos, 1997), Road movie (Cuentos, 1998), Inside (Poesías, 1998); Al sol (Cuentos, 2002); Arte mayor (Poesías, 2003), Los puertos grises (Novela, 2003); riverrun (Poesías, 2005); Señas mortales (Novela; Castalia, Madrid, 2005); Triplex (Nouvelles, UNL, 2008); Ahab (Poesías, 2009); Interludio (Cuentos, 2010); Leve aire (Poesías, haikus, UNL, 2010); Las estaciones (Poesías, 2012).
Obtuvo los primeros premios «Diego Oxley» 1984; «Mateo Booz» 1985; «Nacional de cuento» 1986; Nacional de cuento inédito «Más Allá» 1987; «Anual de novela» 1987; «Trayectoria destacada» 1988; provincial «Alcides Greca» 1992; internacional «Felisberto Hernández» 1993; «Los destacados» 1994; «Santo Tomás de Aquino» 1997; nacional «Juana Manuela Gorriti» 1997; «Instituto Argentino de la Excelencia, IADE» 1997; nacional «Olegario Víctor Andrade» 2000; provincial «Mutual de los integrantes del Poder Judicial de Santa Fe» 2001, ASDE-Lux 2002; «Instituto Argentino de la Excelencia, IADE» 2003; XII Premio «Ciudad de Huelva» (España, 2003); VII Premio «Tiflos» Novela (España, 2004); Premio SATO 2005 (Rotary Club); provincial «Alcides Greca» 2007; interprovincial «José Rafael López Rosas» 2009.
Fue finalista del Premio Nacional de Literatura de la Secretaría de Cultura de la Nación, promoción 1993-1996, por Narradores santafesinos, rubro “Ensayo Literario y Crítica Literaria”; del premio de novela fantástica “Tristana” (Ayuntamiento de Santander, España, 2004); del premio "Vivendia" (Guadalajara, España, 2006), del premio internacional “Crepúsculo” 2007 Y 2010 (Fundación Tres Pinos y UBA, Buenos Aires), y nuevamente del premio de novela fantástica “Tristana” 2008 y "Tristana" 2010. Obtuvo, además, numerosas menciones.
En 2004 fue declarado «Santafesino Destacado» por el Honorable Concejo Municipal de la ciudad de Santa Fe.
Fue becario del Fondo Nacional de las Artes, la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Fe, del Gobierno de España (CEULAJ, para asistir al Primer Encuentro Iberoamericano de Escritores Jóvenes, en Mollina, Málaga) y del Gobierno de Venezuela (CONAC, para asistir al Primer Taller Internacional de Jóvenes Escritores Latinoamericanos, en Barquisimeto). En 1997 obtuvo, también por concurso, el “Subsidio a la Creación Artística”, de la Fundación Antorchas, para editar Road movie.
Cuentos suyos fueron traducidos al italiano y al inglés. Algunos circulan en Internet. Integra antologías en España, Estados Unidos, Italia, México y Argentina. Ha dado conferencias y presentado ponencias en congresos y encuentros de escritores. 




lunes, 22 de abril de 2013

PATRICIA SEVERIN: UN CUENTO





Narradora y poeta y ahora editora, Patricia Severin no ha dejado de asombrarme con su literatura. Relatos donde el tono alcanza la medida justa y profundiza al mismo tiempo. Hace ya muchos años varios escritores  fuimos invitados a su entonces lugar de residencia, la ciudad de Reconquista a presentar  su libro de relatos “Las líneas de la mano”. Ocurrió algo interesante. Primero leímos el libro libremente, luego surgió la idea de que participáramos en esa presentación y a prácticamente todos los escritores nos ocurrió lo mismo: la segunda lectura nos dio un sentido de profundidad que nos impresionó por la coincidencia. Eso ocurre con la literatura de Severin, capas y capas de  significación se van desgajando a medida que se profundiza el texto que en apariencia se presenta liso, ágil, suelto. Hay un efecto de levedad, de fluido acontecimiento que  poco a poco nos va mostrando su hondura, una suerte de levedad intencional que parece indicar que la mirada  sobre la existencia juega ese doble matiz, revela sus dones y sus oscuridades con sutileza y particular  brillo.


                                         LA VENTANA DE PAPÁ
                                                               
       Mi papá  fumaba cada día un cigarrillo después del almuerzo. Sólo uno. Fumaba un cigarrillo y miraba por la ventana del comedor hacia la calle, mientras el humo daba tres vueltas en círculos alrededor de su cabeza.
Mi papá miraba a la gente que pasaba por la calle desde arriba. Mi casa queda en la planta alta; en la planta baja hay dos garages y un negocio que vende inodoros, bidets, bañaderas (bañaderas no, me dijo la dueña, se dice bañeras), y percheros de distintos colores para colgar toallas. No hay espejos ni otra cosa. Es un negocio aburrido y de feo nombre: "Sevlo". Nosotros alquilamos ese local y uno de los garages para tener otra entrada, dice mi mamá, que siempre organiza los dineros de la casa.
Mi mamá pensaba que mi papá no sabía hacer plata. Por eso ella tenía que renegar para que no faltara la comida en casa.
En casa no faltaba la comida, pero faltaban muchas cosas que mi papá no podía comprar porque en el campo nunca nada iba bien. Si no era la sequía, era la inundación, si no era la inundación habían bajado los precios del trigo y nada alcanzaba para nada.
Una siesta mi papá  dejó de fumar un cigarrillo todos los días después de comer. Empezó a fumar también uno antes de almorzar y otro antes de cenar. No fumes tanto, le decía mi mamá, que vas a enviciar a los chicos con el mal ejemplo. Mi papá no decía nada. Miraba por la ventana del comedor, desde la planta alta, a la gente que pasaba por la calle; después se iba al campo. A veces volvía al rato porque la camioneta se le había descompuesto y otras veces no volvía por muchos días.
Entonces mamá decía, este hombre me va a volver loca. Y cuando papá llegaba a casa, en realidad parecía una loca que gritaba.  Papá se ponía a mirar por la ventana y prendía otro cigarrillo.
Un día le dijo a mi mamá, no puedo respirar.  Mamá fue a la farmacia y le trajo un aparatito que él apretaba y largaba un rocío adentro de su boca. Desde entonces mi papá fumaba y usaba el aparatito. Pero a veces seguía diciendo, no puedo respirar.
Mi mamá, mientras tanto, hablaba de posibles negocios que debían hacerse para tener más entradas, de todo lo que necesitaba comprar, de las cosas que nos faltaban y de los programas de la tele. De vez en cuando, de lo mal que le salía la comida, porque siempre andaba regateando algún ingrediente, o de las vacaciones que soñaba.
Hasta que un día llegué de la escuela y mamá estaba llorando. Me abrazó y me mostró a papá acostado sobre el sillón rojo. Fui a darle un beso pero él no se movió. Tenía un ojo medio abierto y el otro cerrado. Mamá empezó a gritar como cuando se ponía loca, mientras repetía, que nos espera, que nos espera. Fui a sacudir a papá para que se levantara pero se le cayó el brazo hacia el costado y tampoco se movió. Mi mamá  dijo, ya basta, ya basta, y me llevo hacia la puerta, te vas a quedar en la cocina con tus primos. Mis primos no hablaban, me miraban de reojo y yo me aburría. Después entraron las tías cuchicheando; lloraban y me abrazaban. Algunas salieron con el café y  yo me fui al comedor y me puse a mirar por la ventana.
Desde entonces no puedo salir de ese lugar. Veo todo pequeño y diferente. Veo las espaldas  y me pongo a contarlas.
Es posible que todas esas espaldas lleven como una marca invisible la mirada de papá.

                                                                   Del libro ”SOLO DE AMOR”- Ed. Lux- 1999


Patricia Severín es poeta y narradora. Vive actualmente en la ciudad de Santa Fe.
 Publicó:
 “La loca de ausencia” -poesía- Faja de Honor SADE 1992-Ed. Tierra Firme
“Amor en mano y cien hombres volando” –poesía- escrito junto a Graciela Geller y Adriana Díaz Crosta. Ed. Tierra Firme
“Las líneas de la mano”  - cuentos - Faja de Honor SADE  1998- Ed. UNL
“Sólo de amor” –cuentos- Premio Único Publicación ASDE 1999-Ed Lux y ASDE
“Poemas con Bichos”- poemas- Premio Fondo Nacional de las Artes 2001 y Premio Municipalidad de Buenos Aires para obra editada, bienio 2002-2003. Ed. Vinciguerra
“Libro de las certezas”-poemas-Mención Única Premio Macedonio Fernández 2008-Ed. Grupo Editor Latinoamericano
“Una isla en la isla”-poesía- Ed. Latin Heritage Foundation 2010- Antología
“Poemas inolvidables”-poesía- Ed. Latin Heritage Foundation 2011- Antología
"El universo de la mentira"- poesía- Ed. Palabrava 2011
“Poemas con bichos”-poesía- (2da. Edición) Ed. Palabrava 2011
El Programa Nacional de Alfabetización publicó, en el 2011, su cuento “Algún día va a dejar de llover”
“Anuela y la niña” –poesía- Ed. Palabrava 2012
 Junto a Graciela Prieto y Alicia Barberis, creó Editorial PALABRAVA, para jerarquizar el oficio del escritor y la literatura santafesina.
 Ha obtenido, entre otros, el Primer Premio en cuento en el Concurso Nacional Alicia Moreau de Justo; Primer Premio en cuento Las Tierras Planas; Premio Publicación Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Fe; Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores -por dos veces-; Tercer Premio Poesía del Fondo Nacional de las Artes 2001, y Premio Municipalidad de Buenos Aires, con la obra “Poemas con Bichos”; Premio Macedonio Fernández, Mención Única para “Libro de las certezas”.
Sus textos se hallan en numerosas antologías nacionales e internacionales.




                                                                              
               


domingo, 24 de marzo de 2013

SILVIA MIGUENS: FRAGMENTO DE SU NOVELA "LUPE"





Lupe es una novela entrañable. Nada sobra, nada falta. La historia del país está entretejida hábilmente en los pormenores de la cotidianeidad de estos seres que principios del siglo XIX.  Si bien puede encuadrársela dentro del llamado género de la novela histórica o mejor aún de la biografía novelada, el texto trabajado cuidadosamente deja siempre flotando cierto grado de imprecisión que le da un valor agregado, así  lo enigmático empuja la obra un poco fuera de los márgenes del género. A lo largo del relato es acto de mentir adjudicado a la protagonista abre un surco en el que podemos perdernos para encontrar la huella de esta mujer que oficia de mirador de un momento crucial de la historia argentina. Mentir, no comprender, desconocer dejan su sombra sobre la totalidad y el grado de veracidad de lo enunciado. De modo que la supuesta mentira, la intriga y el ocultamiento en la vida privada operan como un espejo de la gran política. Poesía e  intensidad en su justa medida. El fragmento transcripto a continuación relata la llegada de Guadalupe Cuenca (Lupe) esposa de Mariano Moreno a una Buenos Aires virreinal.


     El coche había disminuido la velocidad y un enjambre de gente y animales reemplazaba el paisaje que se había visto hasta entonces por las ventanillas. Se detuvieron sólo por un rato, en aquel lugar que Mariano les presentó como los corrales de Miserere. Guadalupe pensó que algo más que corrales debían ser, de lo contrario por qué estaría aquel hombre amarrado a un cepo junto a aquellos muros de barro donde el sol pegaba con tanta fuerza que parecían a punto de resquebrajarse.
El agua de alguna lluvia anterior y el orín de los animales había convertido el lugar en un enorme lodazal, y como el sol era mucho, los olores se hicieron más, e irrumpieron en ese paisito del coche que Guadalupe preservaba desde Chuquisaca. Aquel Chuquisaca donde el aroma de la tierra era otro.
En Buenos Aires todo era distinto. Hasta la pobreza. No había indios apoltronados en el piso con las espaldas contra la pared y las sumisas piernas recogidas, tampoco indias con laminada baja sobre los colores de sus faldas, ofreciendo tejidos, dulces o pájaros enjaulados, ni ciegos con lazarillos domésticos. No se veían suaves golpes de Yo Pecador sobre los pechos arrepentidos, ni rosarios entre las manos de gente parada frente a las puertas de las iglesias, tampoco se adivinaban Aves María entre los labios. Esta pobreza del Río de la Plata, poblada de gritos en bocas desdentadas y de manos veloces sobre los cabos de los cuchillos, era una pobreza torpe, sucia, amontonada y hundida en el barro.
Un uniformado aparentemente borracho vociferó alguna cosa y sin desmontar del caballo inclinó el cuerpo para mirar en el interior del coche. Al ver la levita de Moreno se calló, respetuoso,  e hizo un breve saludo con el rebenque. Unos capones recién carneados colgaban de unos ganchos y, bajo un tinglado, una mujer sobaba un trozo de masa sobre su muslo generoso. Había bueyes, mulas y caballos encerrados en corrales y unos chicos jugaban entre el barro. Un poco más lejos, dos mujeres se peleaban tirándose de los pelos.
-¿Por qué se pelean?- preguntó la Negra Grande.
-Por un hombre- contestó Guadalupe y las dos rieron sin quitar la vista de las mujeres que se empujaron hasta  caer al barro como si fueran costales de maíz.
El coche arrancó, avanzando lentamente y sin pausa, hasta perder de vista el último de los corrales. Atrás fueron quedando los gritos, las burlas de los borrachos y las órdenes feroces de los capataces; los relinchos y el chasquido de los arreadores sobre el lomo de los animales. El paisaje se aplacó y todo fue paz.
Aparecieron en cambio casitas prolijas, perros mansos en los patios, malvones en los jardines y acequias limpias junto a una calle donde los árboles resplandecían en aquel septiembre de 1805. Una mujer de vestido celeste, con un bebito en brazos, sonrió a Lupe y puso finalmente algo de sosiego en su mirada.
Unas vacas de ubres dóciles seguían a un lechero cubierto con una boina negra, que llevaba un banquito sujeto por detrás de la cintura y un balde en la mano.
-¿Vienen de lejos?- preguntó el hombre-
-De Chuquisaca.
-¿De tan allá?
-Sí. ¡De tan allá…! – contestó Guadalupe y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Señalando a Marianito, el hombre dijo:
-Mientras él ande cerca, señora, ningún lugar va a ser demasiado lejos.
Y le alcanzó un vaso de leche tibia con espuma. Guadalupe bebió hasta la última gota y le ofreció la sonrisa más ancha que le había nacido durante ese largo viaje; Marianito alzó una mano y le tocó la boca.
Siguieron andando; una hora después el paisaje volvía a cambiar.
A cada lado de la calle se alzaban casas con portales ostentosos y pulidas aldabas de bronce. Los patios eran arbolados, los tinajones hervían de geranios, las pérgolas ponían una sombra de glicinas sobre la tierra ye n los balcones había un alarde de claveles rojos nunca visto. Tras la cancela de un zaguán, una mujer alta de ojos claros y peinetón se movía con soltura. Un paseante le dijo algo y ella se rió con una carcajada centelleante. De inmediato Guadalupe buscó la mirada de Moreno y la encontró perdida por ahí.
Todo seguía siendo distinto de Chuquisaca. Las rejas de los portales eran fuertes, de curvas llanas, sin nada de la ternura ni de la picardía andaluza que les ponían las manos sabias del Altiplano. Las personas parecían más altas, de tanto mirar lejos, y los huesos fuertes de esas caras parecían haber sido esculpidos con la misma nobleza castellana de todo lo demás…Bien que le había enseñado Marcos el platero a ver en el fondo de estas cosas.
El aire, sorprendentemente húmedo, trajo una mezcla de olores nuevos que provenían de esa agua grande y marrón extendida desde la Alameda hasta llegar quién sabe dónde. La Negra Grande y Guadalupe se miraron consternadas, pero cuando Moreno hizo una seña con la cabeza, volvieron a asomar los ojos alarmados por la ventana.
-Camalotes- le dijo Moreno.
Los camalotes flotaban un poco más allá del encaje de espumas mansas, pegándose a las toscas. Una barcaza fondeada giraba lentamente su proa hacia la virazón de la tarde y una goleta parecía navegar a palo seco.
Guadalupe miró extasiada el río de una sola orilla y del color de los charcos, y aquellas nubes bajas también marrones, y la bandera, con los colores de la corona, que el viento había enredado en el mástil de la fortaleza, y, un poco más lejos, el octágono murado de ladrillos cubiertos por revoque a la cal, con una galería alta, espacioso y abierta que Mariano le señaló diciendo que era la Plaza de Toros del Retiro.
Y no todos los olores eran raros. Algunos iguales a los de Chuquisaca. A pan, a harina y a pasto fresco que se secaba al sol. Y a género. Cilindros enormes de seda arrollada y paños ingleses y encajes, con toda la fragancia de las telas nuevitas. Olor a tienda y a puntillería; olor a mesa de costura y papel de molde y a tía Petronita; olor a tertulias donde poder estrenar vestido nuevo. Guadalupe sonrió a Mariano para compartir su descubrimiento, pero él no la vio. Estaba atento a unas muchachas altas que parloteaban con soltura y cierto desenfadado recato frente a la tienda. Una de ellas señaló la vidriera y las otras, los talles ceñidos y las piernas largas bajo la falda, entraron.
Guadalupe desvió su mirada de Moreno a las muchachas y en ella había cierto vestigio de alarma que todavía la acompañaba cuando el coche entró al jardín de la casa.
-¿Es acá?- preguntó la Negra Grande.
Moreno no contestó, pero por la forma en que se le iluminó la cara, Guadalupe y la Negra Grande supieron que ese era el traspatio de los Moreno, bastante similar al de la casa de las Cuenca. Cuando se bajaron del coche, todos rodearon a todos.
                                        De “Lupe”- Editorial Tusquets  - Buenos Aires 1997


Silvia Miguens   es novelista y especialista en temas de género. Nació en Buenos Aires, Argentina. Su novela Lupe (Tusquets 1997)  obtuvo el tercer premio Ricardo Rojas de la Secretaría de Gobierno en 1997. Entres sus obras podemos destacar: Ana y el virrey (1998), La gloria eres tú (Sudamericana 2000 y 2004), Anita Gorostiaga, Una mujer entre dos fuegos (Sudamericana 2001) y Cómo se atreve (Sudamericana 2004). Ha escrito ensayos. El Aleph y Ficciones,  dos abordajes sobre los cuentos de Jorge Luis Borges y otro sobre la vida de Eva Duarte, publicados en Colombia. En la actualidad está escribiendo una novela que retoma el personaje de Guadalupe Cuenca.


Lupe . Silvia Miguens

Ana Y El Virrey. Silvia Miguens
   

lunes, 4 de marzo de 2013

GLORIA PAMPILLO



  Cuando yo andaba con mi primer libro bajo el brazo repartiéndolo por los barrios de Buenos Aires como una vagabunda, una tarde –recuerdo perfectamente que fue una tarde- llegué hasta el hall del departamento de Gloria Pampillo con la intención de darle “Hay una nena que gira”.  Por supuesto a Gloria yo no la conocía personalmente, había leído uno de sus libros: “Estimado Lerner” y la frecuentaba como crítica y pionera de los talleres literarios en desordenadas lecturas. En aquellos tiempos no se cerraba con llave como ahora en Buenos Aires la entrada de los edificios. No sé cómo terminé hablando en aquel dichoso hall con unos señores bastante mayores de edad  que la conocían porque eran vecinos. Ellos me regalaron tres tabas.  Después de mucha charla y de que los señores me explicaran cómo apoyar las tabas para evitar la mala suerte, les dejé a ellos el encargo de entregarle a Gloria mi libro y me fui con las tres   aquella tarde de 1988.
Pasaron los años hasta que Cristina Siscar me invitó a formar parte de un grupo literario. No sé si en el medio la conocí a Gloria en alguna lectura pública. No recuerdo bien. Lo que sí está en mi memoria es que la primera reunión de ese grupo literario se hizo en el mismo departamento de San Telmo donde años atrás  yo había aparecido con mi libro y donde me regalaron las tabas. A los señores esa nochecita no los vi. Al grupo lo bautizamos “De la serpiente”. Nos reuníamos una o dos veces por mes en la casa de alguno de los integrantes y luego íbamos a cenar. Puede decirse que ahí conocí verdaderamente a Gloria Pampillo  que enseguida atrapó mi corazón. Generosa, cálida, profunda y sobre todo compasiva, además de lúcida y talentosa desde ya. Yo fui la primera en irme de aquel grupo que terminó disolviéndose pronto. Gloria se mudó poco después. Aquello fue más o menos a mediados de los  noventa.  En el ínterin viajamos juntas a Rosario para asistir a un congreso de literatura femenina y compartimos la habitación. Entonces pude asociar su distracción con la mía, dispersas las dos, con la cabeza en las nubes.
Sin haber perdido nunca mi condición de vagabundeadora literaria y transcurridos esos diez años en los que yo prácticamente desaparecí del mundillo porteño, si es que alguna vez pertenecí en algún sentido, me la volví a encontrar a Gloria en estos últimos tres años. Coincidimos en una lectura en la Sade donde le saqué una foto o en una presentación en la Biblioteca Nacional.  De  ella me deslumbró  siempre lo mismo: su calidad humana y su pasión por escribir y leer, por indagar los textos literarios. Gloria tenía esa huella del que hizo una mística del arte de la lectura y la escritura, dedicó su vida a eso, enseñando en las universidades, en los talleres, creando novelas, profundizando el modo de leer como si en esa práctica se encerrara a la manera borgeana la clave para desentrañar el misterio del Universo, cosa que no pongo en duda o que secretamente pienso que todavía está por verse. De alguna manera ella ha representado algo para todos nosotros, los que nos dedicamos a buscar en el recorrido horizontal de la escritura una profundidad que el mundo presente se encarga de borronear.
   Entonces ocurrió un pequeño milagro, Gloria me pide literatura infantil y juvenil para un proyecto del que ella formaba parte. Así le envié algunos cuentos y una novela juvenil que retrabajé incansablemente. Ella la imprimió y me la corrigió de cabo a rabo. Fue una ayuda importantísima para alguien que aún trastabilla en un género como el juvenil al que. a diferencia del de la narrativa para adultos, aún no termino de hacer propio. Así Gloria y yo volvimos a intercambiar papeles y palabras, una verdadera felicidad estar en contacto con ella, con su magia. Luego vino su curso en la Universidad de Ciencia Sociales sobre literatura e infancia en el que ella incluyó mi novela “El puño del tiempo”. Valientemente me inscribí y fui parte de sus estudiantes. Ahora valoro más que nunca esa experiencia intelectual. Escucharla ir de un texto a otro  indagando hasta la médula, invitándonos a reflexionar junto con los críticos sobre los textos de ficción fue una aventura maravillosa. A la salida íbamos a tomar un café. Esto ocurrió en los últimos meses del año pasado. El curso se interrumpió porque Gloria no andaba bien de salud. No llegamos a analizar mi novela, nunca supe si “Hay una nena que gira” le había llegado a través de los señores que me regalaron las tabas. Cuando nos encontrábamos hablar con ella sobre literatura era tan fascinante que no había tiempo para otra cosa más. En estos meses del verano  continuó con sus problemas de  salud, entre nosotras hubo varios mails y alguna comunicación telefónica. No llegamos a ser amigas, pero ella para mí como para tanta otra gente representa eso que la sociedad parece garrapiñarnos a cada rato: el amor a la escritura estética como una puerta de salvación, como una tierra donde apoyar los pies para que el mundo no nos haga trastabillar, un espejo, un caleidoscopio, un pasaje al otro lado. Se me ocurre que hay muchos otros lados y desde alguno de ellos Gloria nos debe estar espiando ahora, con su mirada lúcida, con sus ojos claros y esa pasión que no estamos dispuestos a dejar empañar los que nos dedicamos a hacer literatura en un mundo antiliterario.
¿Y las tres tabas que me regalaron los señores? –este relato comienza con ellas y por una ley básica de la narración no puedo dejarlas afuera- ¿Las tabas? Están sobre mi escritorio mirando con la punta hacia la ventana para que den buena suerte. Ahora me doy cuenta de que nunca le hablé a Gloria de aquella tarde ni de los tres señores en el hall de su edificio. Así como los relatos necesitan de una cuota de silencio, las vidas de la gente también, sobre todo una vez que parten de este plano. Por eso digo que entre la breve relación que hubo entre Gloria y yo  existió mucho misterio, el necesario para que un texto –una vida- tenga la envergadura que se merece.


Biografía de Gloria Pampillo según Gloria Pampillo 
(tomado de su página personal:  www.gloriapampillo.com.ar)

Nací en Buenos Aires, un 11 de noviembre. Estudié Letras. Un tiempo después descubrí que lo que deseaba era escribir. Intenté varias veces pero deseaba encontrar una manera libre e imaginativa de hacerlo; quería también vivir rodeada de un mundo literario. Todo se cumplió cuando entré en el primer taller que abrió el grupo Grafein. Me pareció natural compartir con mis alumnos y alumnas mi experiencia y comencé a ensayar con ellos las consignas de ese taller. El resultado fue muy feliz y desde entonces, dos caminos se me abrieron: la escritura de ficción, y la especialización en la enseñanza de la escritura. 

Fui a España, donde llevé los primeros Talleres de Escritura. En Madrid publiqué mi primer relato, "El viejo bajo el timbó" en la Revista Hiperión y mi primer texto, "Haches", en La Moneda de Hierro. Comencé a sistematizar el trabajo de los Talleres y coordiné grupos privados, para licenciados y en colegios universitarios. Ya de vuelta en la Argentina, pude dar cursos en Buenos Aires y en muchas provincias .En 1984, con el fin de la dictadura, fui convocada por la Universidad de Buenos Aires, primero a la Facultad de Filosofía y Letras y luego a la Carrera de Ciencias de la Comunicación que se iniciaba. Allí, con Maite Alvarado diseñamos el Taller de Expresión I o Taller de Escritura. 

Fui cofundadora de Sudestada, Asociación de Escritoras Argentinas, junto con Lea Fletcher, Mirta Botta, María del Carmen Colombo, Hilda Rais y Ester Andradi. Participé en la organización del Primer Encuentro Nacional de Escritoras Argentinas, organizado en Buenos Aires por Sudestada en el año 2000, así como en homenajes y seminarios sobre escritoras argentinas y uruguayas. Actualmente además de escritora soy profesora consulta e investigadora de la Universidad de Buenos Aires. 



...............................       Derechos reservados.En caso de reproducir citar la fuente  ...................

sábado, 2 de marzo de 2013

LITERATURA Y VIDA



No deja de resultar elocuente que el escritor y crítico literario argentino Ricardo Piglia comente con cierta carga irónica que ha escrito sus novelas y libros de cuentos como un pretexto para que alguna vez esos lectores ansíen leer lo hasta ahora inédito: su diario personal. De algún modo Piglia está estableciendo una conexión entre escritura y vida en tanto su diario personal es un registro de su vida real, sospecho que debe contener reflexiones sobre el acto de leer y escribir también. Y en esto de sospechar lo que hago es aventurarme sobre lo que no conozco, es especular, pensar en la vida registrada de un escritor que se ha mostrado al mundo desde su quehacer ficcional y desde su visión particular de la literatura. Lo cierto es que los límites en el caso de la literatura han sido bien trazados y las distintas corrientes del siglo XX jugaron con esa división transgrediéndola y disfrazándola. Quizá como en ninguna de las otras artes, el ejercicio de la literatura evidencia con mayor fuerza estos dos mundos. La frase ya acuñada “la torre de marfil” alude a esa sensación de que para escribir es preciso apartarse del mundo y el mundo es ante todo el espacio de la acción de vivir, en este sentido escribir se plantea como un alternativa a vivir, no es un vivir completamente, es un sucedáneo, a veces con signo positivo y otros, negativo. Si el artista es el que se para frente al mundo para observarlo y simbolizarlo, en el ámbito específico de la escritura esa acción aparece redoblada, reforzada. De cierta manera el bailarín no experimenta demasiado que para bailar tiene que dejar de vivir, ni siquiera el pintor siente lo que un escritor experimenta, me refiero a esa necesidad de reclusión que aunque sea muy similar a la de un pintor tiene una marca diferente. Y esto se debe a que se trabaja con la palabra. El color y la forma son un “otro”, la arcilla es innegablemente otro, no hay confusión, en cambio la palabra es pensamiento exteriorizado y el pensamiento nos constituye. El acto de escribir quizá sea  un acto de ensimismamiento muy grande, cuando escribimos estamos profundamente metidos  en nosotros mismos y ese tejido que es nuestra propia proyección nos envuelve.  Es un repliegue y ese repliegue suele devorarnos. La palabra difícilmente pueda constituirse como  un otro. La palabra es el resultado de la mente y nos empuja hacia la dualidad porque  cada concepto es entendido por oposición a otro. La palabra llevada a su nivel de mayor concentración de significado, en el caso de la poesía, ha sido vinculada con la locura. No es casual que entre los escritores el alcoholismo haya sido una de las adicciones más frecuentes. También en los músicos que es una de las artes que trabaja con un lenguaje de muy alto nivel de abstracción.
  Muchas veces me pregunto  en que nos convierte haber creado un mundo paralelo a este otro en el que por lo general tenemos tan poca ingerencia. ¿En demiurgos?  Sin duda el escritor es un ser esencialmente insatisfecho, tomarse semejante trabajo día tras día no hace más que demostrarlo. En realidad reflexionamos sobre la vida dentro de los textos porque tenemos la certeza de que la vida es sumamente intrincada. Sin la conciencia de ese misterio no existiría  la literatura, en todo caso hubiésemos preferido ser filósofos, para producir arte es necesario permanecer en el misterio o sostener dentro de nosotros una amplia zona de  ambigüedad e incertidumbre, de lo contrario nos resbalaríamos hacia el terreno de la ciencia. Y lo paradojal es que siendo tan conscientes de la línea divisoria que se extiende entre el saber y el no saber, entre la vida y la literatura nos empeñemos en borrar esa línea.
     Antes de la llegada de la computadora personal escribir se planteaba también como un acto artesanal, ese acto no ha podido ser desterrado por el uso de la pc, sin embargo nos ha evitado tipear innumerables veces una misma página en esa continua y obsesiva tarea de corrección del texto, el llamado pulido. Piglia llegó a decir alguna vez que la diferencia entre escribir y vivir era que la vida no se podía corregir.
   No nos  olvidemos que en desde las más antiguas culturas la palabra ha sido utilizada como exorcismo, acto de magia, conjuro. La palabra es poder, la palabra actúa penetrantemente sobre la materia densa, la palabra crea un mundo paralelo, los escribas de la antigüedad estaban al servicio de una autoridad política y religiosa concebida como una divinidad, en su origen la palabra está asociada a Dios mismo, de modo que no es extraño que entre todas las artes los que elegimos la palabra nos planteemos y replanteemos constantemente el cariz de nuestro oficio, la marca que separa el oficio de la vida, el quehacer del perseguir un destino, la función de esta palabra poética con respecto a sus otras funciones, intuimos que estamos trabajando con un material altamente peligroso y hablamos de la vida como si nos escurriéramos del acto de trabajo: escribir porque la torre de marfil nos apresó en algún momento y vivir sólo es un escape transitorio para volver otra vez a ese yugo luminoso, a ese espacio sagrado, cautivante y enloquecedor: hacer literatura.