Lupe es una novela entrañable. Nada sobra, nada falta. La historia del país
está entretejida hábilmente en los pormenores de la cotidianeidad de estos
seres que principios del siglo XIX. Si
bien puede encuadrársela dentro del llamado género de la novela histórica o
mejor aún de la biografía novelada, el texto trabajado cuidadosamente deja
siempre flotando cierto grado de imprecisión que le da un valor agregado, así lo enigmático empuja la obra un poco fuera de
los márgenes del género. A lo largo del relato es acto de mentir adjudicado a
la protagonista abre un surco en el que podemos perdernos para encontrar la
huella de esta mujer que oficia de mirador de un momento crucial de la historia
argentina. Mentir, no comprender, desconocer dejan su sombra sobre la totalidad
y el grado de veracidad de lo enunciado. De modo que la supuesta mentira, la
intriga y el ocultamiento en la vida privada operan como un espejo de la gran
política. Poesía e intensidad en su
justa medida. El fragmento transcripto a continuación relata la llegada de
Guadalupe Cuenca (Lupe) esposa de Mariano Moreno a una Buenos Aires virreinal.
El coche había disminuido la velocidad y
un enjambre de gente y animales reemplazaba el paisaje que se había visto hasta
entonces por las ventanillas. Se detuvieron sólo por un rato, en aquel lugar
que Mariano les presentó como los corrales de Miserere. Guadalupe pensó que
algo más que corrales debían ser, de lo contrario por qué estaría aquel hombre
amarrado a un cepo junto a aquellos muros de barro donde el sol pegaba con
tanta fuerza que parecían a punto de resquebrajarse.
El
agua de alguna lluvia anterior y el orín de los animales había convertido el
lugar en un enorme lodazal, y como el sol era mucho, los olores se hicieron
más, e irrumpieron en ese paisito del coche que Guadalupe preservaba desde
Chuquisaca. Aquel Chuquisaca donde el aroma de la tierra era otro.
En
Buenos Aires todo era distinto. Hasta la pobreza. No había indios apoltronados
en el piso con las espaldas contra la pared y las sumisas piernas recogidas,
tampoco indias con laminada baja sobre los colores de sus faldas, ofreciendo
tejidos, dulces o pájaros enjaulados, ni ciegos con lazarillos domésticos. No
se veían suaves golpes de Yo Pecador sobre los pechos arrepentidos, ni rosarios
entre las manos de gente parada frente a las puertas de las iglesias, tampoco
se adivinaban Aves María entre los labios. Esta pobreza del Río de la Plata , poblada de gritos en
bocas desdentadas y de manos veloces sobre los cabos de los cuchillos, era una
pobreza torpe, sucia, amontonada y hundida en el barro.
Un
uniformado aparentemente borracho vociferó alguna cosa y sin desmontar del
caballo inclinó el cuerpo para mirar en el interior del coche. Al ver la levita
de Moreno se calló, respetuoso, e hizo
un breve saludo con el rebenque. Unos capones recién carneados colgaban de unos
ganchos y, bajo un tinglado, una mujer sobaba un trozo de masa sobre su muslo
generoso. Había bueyes, mulas y caballos encerrados en corrales y unos chicos
jugaban entre el barro. Un poco más lejos, dos mujeres se peleaban tirándose de
los pelos.
-¿Por
qué se pelean?- preguntó la Negra Grande.
-Por
un hombre- contestó Guadalupe y las dos rieron sin quitar la vista de las
mujeres que se empujaron hasta caer al
barro como si fueran costales de maíz.
El
coche arrancó, avanzando lentamente y sin pausa, hasta perder de vista el
último de los corrales. Atrás fueron quedando los gritos, las burlas de los
borrachos y las órdenes feroces de los capataces; los relinchos y el chasquido
de los arreadores sobre el lomo de los animales. El paisaje se aplacó y todo
fue paz.
Aparecieron
en cambio casitas prolijas, perros mansos en los patios, malvones en los
jardines y acequias limpias junto a una calle donde los árboles resplandecían
en aquel septiembre de 1805. Una mujer de vestido celeste, con un bebito en
brazos, sonrió a Lupe y puso finalmente algo de sosiego en su mirada.
Unas
vacas de ubres dóciles seguían a un lechero cubierto con una boina negra, que
llevaba un banquito sujeto por detrás de la cintura y un balde en la mano.
-¿Vienen
de lejos?- preguntó el hombre-
-De
Chuquisaca.
-¿De
tan allá?
-Sí.
¡De tan allá…! – contestó Guadalupe y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Señalando
a Marianito, el hombre dijo:
-Mientras
él ande cerca, señora, ningún lugar va a ser demasiado lejos.
Y
le alcanzó un vaso de leche tibia con espuma. Guadalupe bebió hasta la última
gota y le ofreció la sonrisa más ancha que le había nacido durante ese largo
viaje; Marianito alzó una mano y le tocó la boca.
Siguieron
andando; una hora después el paisaje volvía a cambiar.
A
cada lado de la calle se alzaban casas con portales ostentosos y pulidas
aldabas de bronce. Los patios eran arbolados, los tinajones hervían de
geranios, las pérgolas ponían una sombra de glicinas sobre la tierra ye n los
balcones había un alarde de claveles rojos nunca visto. Tras la cancela de un
zaguán, una mujer alta de ojos claros y peinetón se movía con soltura. Un
paseante le dijo algo y ella se rió con una carcajada centelleante. De
inmediato Guadalupe buscó la mirada de Moreno y la encontró perdida por ahí.
Todo
seguía siendo distinto de Chuquisaca. Las rejas de los portales eran fuertes,
de curvas llanas, sin nada de la ternura ni de la picardía andaluza que les
ponían las manos sabias del Altiplano. Las personas parecían más altas, de
tanto mirar lejos, y los huesos fuertes de esas caras parecían haber sido
esculpidos con la misma nobleza castellana de todo lo demás…Bien que le había
enseñado Marcos el platero a ver en el fondo de estas cosas.
El
aire, sorprendentemente húmedo, trajo una mezcla de olores nuevos que provenían
de esa agua grande y marrón extendida desde la Alameda hasta llegar quién
sabe dónde. La Negra Grande
y Guadalupe se miraron consternadas, pero cuando Moreno hizo una seña con la
cabeza, volvieron a asomar los ojos alarmados por la ventana.
-Camalotes-
le dijo Moreno.
Los
camalotes flotaban un poco más allá del encaje de espumas mansas, pegándose a
las toscas. Una barcaza fondeada giraba lentamente su proa hacia la virazón de
la tarde y una goleta parecía navegar a palo seco.
Guadalupe
miró extasiada el río de una sola orilla y del color de los charcos, y aquellas
nubes bajas también marrones, y la bandera, con los colores de la corona, que
el viento había enredado en el mástil de la fortaleza, y, un poco más lejos, el
octágono murado de ladrillos cubiertos por revoque a la cal, con una galería
alta, espacioso y abierta que Mariano le señaló diciendo que era la Plaza de Toros del Retiro.
Y
no todos los olores eran raros. Algunos iguales a los de Chuquisaca. A pan, a
harina y a pasto fresco que se secaba al sol. Y a género. Cilindros enormes de
seda arrollada y paños ingleses y encajes, con toda la fragancia de las telas
nuevitas. Olor a tienda y a puntillería; olor a mesa de costura y papel de
molde y a tía Petronita; olor a tertulias donde poder estrenar vestido nuevo.
Guadalupe sonrió a Mariano para compartir su descubrimiento, pero él no la vio.
Estaba atento a unas muchachas altas que parloteaban con soltura y cierto
desenfadado recato frente a la tienda. Una de ellas señaló la vidriera y las
otras, los talles ceñidos y las piernas largas bajo la falda, entraron.
Guadalupe
desvió su mirada de Moreno a las muchachas y en ella había cierto vestigio de
alarma que todavía la acompañaba cuando el coche entró al jardín de la casa.
-¿Es
acá?- preguntó la Negra Grande.
Moreno
no contestó, pero por la forma en que se le iluminó la cara, Guadalupe y la Negra Grande supieron que ese
era el traspatio de los Moreno, bastante similar al de la casa de las Cuenca.
Cuando se bajaron del coche, todos rodearon a todos.
De “Lupe”- Editorial Tusquets - Buenos Aires 1997
Silvia Miguens es novelista y
especialista en temas de género. Nació en Buenos Aires, Argentina. Su novela Lupe (Tusquets 1997) obtuvo el tercer premio
Ricardo Rojas de la
Secretaría de Gobierno en 1997. Entres sus obras podemos destacar:
Ana y el virrey (1998), La gloria eres tú (Sudamericana 2000 y
2004), Anita Gorostiaga, Una mujer entre
dos fuegos (Sudamericana 2001) y Cómo
se atreve (Sudamericana 2004). Ha
escrito ensayos. El Aleph y Ficciones, dos abordajes sobre los cuentos de Jorge Luis
Borges y otro sobre la vida de Eva Duarte, publicados en Colombia. En la
actualidad está escribiendo una novela que retoma el personaje de Guadalupe
Cuenca.
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