Espiral de Saraswati

lunes, 4 de marzo de 2013

GLORIA PAMPILLO



  Cuando yo andaba con mi primer libro bajo el brazo repartiéndolo por los barrios de Buenos Aires como una vagabunda, una tarde –recuerdo perfectamente que fue una tarde- llegué hasta el hall del departamento de Gloria Pampillo con la intención de darle “Hay una nena que gira”.  Por supuesto a Gloria yo no la conocía personalmente, había leído uno de sus libros: “Estimado Lerner” y la frecuentaba como crítica y pionera de los talleres literarios en desordenadas lecturas. En aquellos tiempos no se cerraba con llave como ahora en Buenos Aires la entrada de los edificios. No sé cómo terminé hablando en aquel dichoso hall con unos señores bastante mayores de edad  que la conocían porque eran vecinos. Ellos me regalaron tres tabas.  Después de mucha charla y de que los señores me explicaran cómo apoyar las tabas para evitar la mala suerte, les dejé a ellos el encargo de entregarle a Gloria mi libro y me fui con las tres   aquella tarde de 1988.
Pasaron los años hasta que Cristina Siscar me invitó a formar parte de un grupo literario. No sé si en el medio la conocí a Gloria en alguna lectura pública. No recuerdo bien. Lo que sí está en mi memoria es que la primera reunión de ese grupo literario se hizo en el mismo departamento de San Telmo donde años atrás  yo había aparecido con mi libro y donde me regalaron las tabas. A los señores esa nochecita no los vi. Al grupo lo bautizamos “De la serpiente”. Nos reuníamos una o dos veces por mes en la casa de alguno de los integrantes y luego íbamos a cenar. Puede decirse que ahí conocí verdaderamente a Gloria Pampillo  que enseguida atrapó mi corazón. Generosa, cálida, profunda y sobre todo compasiva, además de lúcida y talentosa desde ya. Yo fui la primera en irme de aquel grupo que terminó disolviéndose pronto. Gloria se mudó poco después. Aquello fue más o menos a mediados de los  noventa.  En el ínterin viajamos juntas a Rosario para asistir a un congreso de literatura femenina y compartimos la habitación. Entonces pude asociar su distracción con la mía, dispersas las dos, con la cabeza en las nubes.
Sin haber perdido nunca mi condición de vagabundeadora literaria y transcurridos esos diez años en los que yo prácticamente desaparecí del mundillo porteño, si es que alguna vez pertenecí en algún sentido, me la volví a encontrar a Gloria en estos últimos tres años. Coincidimos en una lectura en la Sade donde le saqué una foto o en una presentación en la Biblioteca Nacional.  De  ella me deslumbró  siempre lo mismo: su calidad humana y su pasión por escribir y leer, por indagar los textos literarios. Gloria tenía esa huella del que hizo una mística del arte de la lectura y la escritura, dedicó su vida a eso, enseñando en las universidades, en los talleres, creando novelas, profundizando el modo de leer como si en esa práctica se encerrara a la manera borgeana la clave para desentrañar el misterio del Universo, cosa que no pongo en duda o que secretamente pienso que todavía está por verse. De alguna manera ella ha representado algo para todos nosotros, los que nos dedicamos a buscar en el recorrido horizontal de la escritura una profundidad que el mundo presente se encarga de borronear.
   Entonces ocurrió un pequeño milagro, Gloria me pide literatura infantil y juvenil para un proyecto del que ella formaba parte. Así le envié algunos cuentos y una novela juvenil que retrabajé incansablemente. Ella la imprimió y me la corrigió de cabo a rabo. Fue una ayuda importantísima para alguien que aún trastabilla en un género como el juvenil al que. a diferencia del de la narrativa para adultos, aún no termino de hacer propio. Así Gloria y yo volvimos a intercambiar papeles y palabras, una verdadera felicidad estar en contacto con ella, con su magia. Luego vino su curso en la Universidad de Ciencia Sociales sobre literatura e infancia en el que ella incluyó mi novela “El puño del tiempo”. Valientemente me inscribí y fui parte de sus estudiantes. Ahora valoro más que nunca esa experiencia intelectual. Escucharla ir de un texto a otro  indagando hasta la médula, invitándonos a reflexionar junto con los críticos sobre los textos de ficción fue una aventura maravillosa. A la salida íbamos a tomar un café. Esto ocurrió en los últimos meses del año pasado. El curso se interrumpió porque Gloria no andaba bien de salud. No llegamos a analizar mi novela, nunca supe si “Hay una nena que gira” le había llegado a través de los señores que me regalaron las tabas. Cuando nos encontrábamos hablar con ella sobre literatura era tan fascinante que no había tiempo para otra cosa más. En estos meses del verano  continuó con sus problemas de  salud, entre nosotras hubo varios mails y alguna comunicación telefónica. No llegamos a ser amigas, pero ella para mí como para tanta otra gente representa eso que la sociedad parece garrapiñarnos a cada rato: el amor a la escritura estética como una puerta de salvación, como una tierra donde apoyar los pies para que el mundo no nos haga trastabillar, un espejo, un caleidoscopio, un pasaje al otro lado. Se me ocurre que hay muchos otros lados y desde alguno de ellos Gloria nos debe estar espiando ahora, con su mirada lúcida, con sus ojos claros y esa pasión que no estamos dispuestos a dejar empañar los que nos dedicamos a hacer literatura en un mundo antiliterario.
¿Y las tres tabas que me regalaron los señores? –este relato comienza con ellas y por una ley básica de la narración no puedo dejarlas afuera- ¿Las tabas? Están sobre mi escritorio mirando con la punta hacia la ventana para que den buena suerte. Ahora me doy cuenta de que nunca le hablé a Gloria de aquella tarde ni de los tres señores en el hall de su edificio. Así como los relatos necesitan de una cuota de silencio, las vidas de la gente también, sobre todo una vez que parten de este plano. Por eso digo que entre la breve relación que hubo entre Gloria y yo  existió mucho misterio, el necesario para que un texto –una vida- tenga la envergadura que se merece.


Biografía de Gloria Pampillo según Gloria Pampillo 
(tomado de su página personal:  www.gloriapampillo.com.ar)

Nací en Buenos Aires, un 11 de noviembre. Estudié Letras. Un tiempo después descubrí que lo que deseaba era escribir. Intenté varias veces pero deseaba encontrar una manera libre e imaginativa de hacerlo; quería también vivir rodeada de un mundo literario. Todo se cumplió cuando entré en el primer taller que abrió el grupo Grafein. Me pareció natural compartir con mis alumnos y alumnas mi experiencia y comencé a ensayar con ellos las consignas de ese taller. El resultado fue muy feliz y desde entonces, dos caminos se me abrieron: la escritura de ficción, y la especialización en la enseñanza de la escritura. 

Fui a España, donde llevé los primeros Talleres de Escritura. En Madrid publiqué mi primer relato, "El viejo bajo el timbó" en la Revista Hiperión y mi primer texto, "Haches", en La Moneda de Hierro. Comencé a sistematizar el trabajo de los Talleres y coordiné grupos privados, para licenciados y en colegios universitarios. Ya de vuelta en la Argentina, pude dar cursos en Buenos Aires y en muchas provincias .En 1984, con el fin de la dictadura, fui convocada por la Universidad de Buenos Aires, primero a la Facultad de Filosofía y Letras y luego a la Carrera de Ciencias de la Comunicación que se iniciaba. Allí, con Maite Alvarado diseñamos el Taller de Expresión I o Taller de Escritura. 

Fui cofundadora de Sudestada, Asociación de Escritoras Argentinas, junto con Lea Fletcher, Mirta Botta, María del Carmen Colombo, Hilda Rais y Ester Andradi. Participé en la organización del Primer Encuentro Nacional de Escritoras Argentinas, organizado en Buenos Aires por Sudestada en el año 2000, así como en homenajes y seminarios sobre escritoras argentinas y uruguayas. Actualmente además de escritora soy profesora consulta e investigadora de la Universidad de Buenos Aires. 



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