Espiral de Saraswati

martes, 17 de junio de 2014

HÉCTOR FREIRE: TRES POEMAS


                               VIAJE AL INTERIOR DE LAS COSAS

  En los poemas de “Satori” e incluso  en “Voces en el interior del sueño de la piedra” de Héctor Freire se experimenta la inagotabilidad del sentido. La vida se escabulle y la contingencia de este devenir es pura ilusión. Aunque se evidencia un retaceo de la figura humana, la presencia de la mirada profundiza todo aquello que aparece y que deslumbra y que a la vez invita a continuar la búsqueda incesante de ese sentido   que el mundo otorga a cuenta gotas pero que promete seguir regalándose si la pasión de mirar no claudica. Héctor Freire aceptó el  reto de no abrigarse en el yo lírico, hay algo de templanza y de desafío en esta voz que hurga y encuentra la belleza incluso en la aridez, en lo inesperado. El gesto de sorpresa apenas se asoma pero la fascinación ante lo visto estalla dentro del poema. Y lo curioso es que la escritura no  siempre suele encontrar su disparador en la tridimensionalidad de la vida sino en la bidimensionalidad de la fotografía y del cine, el buceo entonces es un desafío mayor. La belleza rescatada como el resultado de un auscultar exquisito se muestra en su desnudez. Tomar el perfil exacto, sin merodeo, de un zarpazo pero a la vez con delicadeza.  Poesía de la interioridad, de sentido apretado. Se trata de franquear una puerta que entreabre otras puertas en una infinita búsqueda. Cierta parquedad de esta voz vuelve al poema en una zona misteriosa, misteriosa incluso en las franjas de sus descubrimientos.  Lo desplegado, lo visto, lo hallado en este buceo, en este peregrinaje muestra sólo un perfil,  suficiente y deslumbrante, pero el viaje de descubrimiento es una promesa  que  la escritura apenas deja soslayar. Leer estos poemas supone aproximarse a las cosas del mundo sabiendo que  lo que queda afuera  del acto de conocimiento es inmensamente mayor y majestuoso. El poema se propone así como una aproximación, una aventura que opaca  el ego. Textos epifánicos, la literatura en su mejor expresión.

                  


Claridad sin sol
(Contemplación de una vieja fotografía)

                                                                         Lo real debería ayudar a vivir los sueños
                                                                                                                                                   Para Tito
La boyita blanca se hundió de golpe y sin avisar,
y un pez plateado iluminó el agua como el follaje
encendido de los árboles en las tardes de otoño.
En ese "instante vacío" los tiempos sen entrecruzan
y nuestra relación con el paisaje se invierte:
más que recordar sentimos que el pasado nos recuerda.

-Pero la memoria es aquello que a medida
 que nos acercamos nos alej.-

Ahora el viento persiste con su  presencia sin cuerpo
y barre las hojas ante la claridad que muere:

-Paciencia y lentitud.-

La luz se ha comprimido en el rincón 
más oscuro de la fotografía,
tiene miedo de estar perdida:
el peso de las sombras cierra todas las puertas,
y finalmente desaparece , como el recuerdo
de aquella escena junto al lago e la que mi padre
me habló   de los  misterios de la pesca.

A veces, se tiene la impresión de habitar una imagen,
el sentimiento de que el tiempo, al igual que aquel pez,
súbitamente está fuera del cuadro.
Y en silencio avanza, y a medida que crece su presencia
disminuye la del que la contempla.

Sin movernos , la memoria nos cambia de lugar,
nos da y quita realidad.
                                            "Satori" Ediciones en Danza, Bs. As. 2010.

                                                              *****

Paradoja

La araña hila
una oscura plegaria
alrededor del insecto paralizado,
armoniza su apetito
con pequeños gestos
bajo la lluvia.
Mientras, los pájaros
ensayan su canto vespertino.
Así de simple:
en el instante de máximo equilibrio,
la destrucción sucede.
                                                "Satori" Ediciones en Danza, Bs. As. 2010.


                                             ***** 

Jardín zen*

El tiempo ancló ahí su punzante trabajo de cirugía. 
Sin embargo, esa piedra simple, irregular, austera,
parece restituir al jardín la luz lunar almacenada.
Su escrupulosa exactitud hace que el grano de arena
más ínfimo se convierta en infinitos destellos.

De tanto ser mirada, esa "piedra de sol"
se ha vuelto transparente, su realidad innata
hace del ritmo  del cielo un mar sin espesura.
El instante que brilla  y se abisma en sí mismo,
y nunca desaparece por completo.

Hay momentos imposibles de medir y contener:
son bendiciones inmerecidas e imprevistas.
Semillas que estallan y describen
la naturaleza inmóvil del tiempo.
Ahora la luz, en el centro del jardín,
se vacía de su sombra:
un pájaro se ha detenido en el aire.
Es como un sueño que no encuentra cuerpo para soñar
un agua muerta de tanto estar despierta.

*  En el templo Ryoanyi de Kyoto, hay   un jardín zen de arena blanca y grano grueso que tiene la virtud de reflejar los rayos de la luna. Esta arena, rastrillada por los monjes en rectos surcos paralelos o en círculos concéntricos, forma una "pintura abstracta " en torno a rocas irregulares.
                                                                   "Satori" Ediciones en Danza, Bs. As. 2010.


Héctor Freire nació en Buenos Aires en 1953. Poeta. Profesor de Letras, crítico literario y de cine. Fundador de la Primera escuela Literaria del Teatro IFT. Fue Jurado del Fondo Nacional de las Artes (género ensayo). Director de la revista Rizoma. Forma parte del Consejo de Redacción de la revista Topia  (Psicoanálsis, sociedad y cultura) . Jefe de la revista de poesía Barataria, y feje de Eidción de la revista cultural La Pecera (Mar del Plata).  Fue guionista del programa televisivo DNI. Publicó los libros: "Literatura y cine"  (1996),  " Sostiene Tabucchi"  (1999), "De cine somos; críticas y miradas desde el arte" (2007). Coeditor de "Insignificancia y autonomía "  -debate a partir de Cornelius Castoriadis- (2007), "El cine y su laberinto -  literatura, pintura y sociedad" (2009).
En Poesía: "Quipus"  (1981) "Des-nudos"  (1984). "Voces en el interior del sueño de la piedra" (1991), "Poética del tiempo" (1997) y "Motivos en color de perecer" (2003), que obtuvo el Premio del Fondo Nacional de las artes. Integra la antología "La poesía del siglo XX en Argentina  (Colección Visor de Poesía, Madrid 2010).  Uno de sus libros ha sido traducido recientemente al francés.



miércoles, 21 de mayo de 2014

MARÍA GRANATA: fragmento de novela


En los textos narrativos de María Granata se combina la presencia de un imaginario rico, nutrido, desbordante con el trabajo de una prosa impecable,  trabajada hasta en sus más mínimos detalles y el agregado de un lirismo sin desbordes. Nos encontramos frente al registro de la cultura popular estilizado a través del lenguaje. Hay un predomino de un mundo festivo, celebratorio de la vida con una clase de un humor fresco como basamento de todo.  El lirismo mantiene una tensión equilibrada con el humor, un humor que combina sorpresa e ingenuidad y una dosis de picardía. Desde su primer libro narrativo “Los viernes de la eternidad” su obra en este género se desarrolló sin altibajos manteniendo la calidad narrativa, no se encuentran las llamadas obras menores. Tramas hilvanadas con la justa tensión y la imprescindible intriga. Sus personajes tienen relevancia  en el trazado de sus perfiles. Suele inscribirse su escritura en la llamada corriente del realismo mágico, lo que, de alguna manera, no deja de ser una fórmula simplificadora. Es notable un rasgo particular en el tratamiento del cuerpo humano que suele vivir transmutaciones de toda índole y que con frecuencia  pierden su corporeidad, su densidad pasando a un estado  gaseoso, terroso, volátil, acuoso  a veces hasta llegar a la desintegración. Cuerpos fragmentados,  que desaparecen o son absorbidos por la respiración de otros o que se reducen a su mitad. Cuerpos que levitan o que tienen una mitad demoníaca y la otra santificada. Es frecuente el entrelazamiento de los personajes humanos con el mundo vegetal y animal e incluso mineral.  Podría afirmarse que la operación predominante es la de continuidad. Continuidad entre los reinos animal, vegetal y humano, continuidad del mundo tridimensional con sus cuerpos vivos y con el mundo de lo intangible, con sus espíritus, entidades y aparecidos. Los límites entre los mundos son lábiles, difusos y sumamente  franqueables.
    Se observa en toda su producción  que abarca  además la poesía y la literatura infantil, una coherencia en el trazado del universo y en el tratamiento de los temas. Puede señalarse una orientación mítica  ajena a cualquier predisposición ilustrativa, una tendencia a reelaborar y hasta jugar  con un tono paródico las grandes escenas bíblicas. Hay   en cierta manera una actitud jocosa, juguetona en el narrador que le da a los relatos frescura y vigor aunque surjan situaciones tremendas tales como la guerra o la muerte. Al recorrer la vasta producción de María Granata se experimenta el goce de la escritura, la riqueza del lenguaje, se vive la sensación de transitar una obra en el sentido cabal de la palabra.
 El párrafo que sigue a continuación  pertenece a la novela “Los tumultos”- Emecé, Buenos Aires 1974.

“Cuánta luz”- pensó. Es que nunca había imaginado que el mundo podía ser tan radiante. Y después se incorporó, siempre extasiado, y reanudó un andar que en pocos instantes lo trasladaba de un paisaje a otro. “Lástima que todavía no he encontrado a nadie”- se dijo. Ahora quería ver el paisaje de los rostros humanos, llevar a cabo ese antiguo deseo suyo, el de conocer a cada uno de los habitantes de la tierra, es decir, a sus contemporáneos, porque siempre le pareció una impiedad ignorar las otras vidas simultáneas, estar de espaldas a los que comparten los propios días o pavorosamente lejos de ellos. Quería estrechar infinidad de manos. Miró su diestra. La mano que bendice es la que más manos debe estrechar, y en ese momento le pareció un colgajo inservible. Pero se reanimó en seguida. Tal vez todo consistía en seguir caminando ya que hay que admitir  que hay zonas despobladas; seguramente encontraría a alguien.
“El mundo es caliente”-pensó. No tenía hambre ni sueño y estaba convencido de que su exploración llevaba, por lo menos, ocho o diez días. Lo que le llamó la atención fue que en todo ese tiempo ni una sola vez se hubiese hecho de noche. Tampoco había visto el sol. Acaso había estado caminando sobre un sol enterrado y de ahí la continuidad del fulgor. “Es que uno no sabe qué hay debajo de la tierra. No están solamente los difuntos. Puede haber de todo. También un sol”- se dijo. Lo malo era que no se le había ocurrido llevar un pico porque entonces se hubiese puesto a excavar. “Siempre hay que proveerse de una buena herramienta, por lo menos de una pala”- pensó.
Había lugares en que la luminosidad se volvía intermitente, y otros en que la luz estallaba. Sí; estaba seguro de que allí estaba enterrado un sol, y eso explicaba el calor abrasante y también la falta de poblaciones. Era, sin duda, una zona tórrida preferible a las vastedades heladas en donde el cielo se solidificaba.
Su vida le pareció tan alejada de él que ya le resultaba inapresable aunque hubo un momento en que pudo pensar en Dionisio, y después en Lucas, un momento en que trató de estrecharse a sí mismo con los brazos repentinamente agobiados para sentir que la cabeza de Crisanto yacía sobre su pecho. Y la recordó a Cenobia como a alguien que había estado en su ser y lo había traspasado para no permanecer allí sino afuera, en el convulso y a la vez fijo centro de la casa. Y tuvo un pensamiento para la Sudario. ¿Lo vería a Dios? Tal vez él también lo vería, quién sabe si en un desierto luciente o en un suelo de carbones brillantes, es decir, el suelo donde estaba ahora. O tal vez en el sol sepulto que debía de haber allí. Pero siempre para descubrir las cosas hace falta algo que excave, un pico, una pala, y él no había llevado nada consigo. Sólo que se había puesto a andar porque de pronto se encontró ante un paisaje nuevo y ahora no podía precisar si había sido cerca de su casa o a una gran distancia puesto que los pasos no miden nada, ni siquiera son lineales sino profundos porque no es verdad que se suceden sobre las superficies sino dentro de uno y a la vez dentro del mundo y también penetran la carne de otros seres. Porque caminar es siempre algo misterioso, no como se suele creer, una simple traslación. Es  un  acto reverente y, al mismo tiempo, un desencadenamiento.
                               ("Los tumultos" - Ed. Emecé, Buenos Aires, 1974- pag 222-223-224)








María Granata nació el 03/09/1923. Poeta y narradora. En 1942 publicó Umbral de tierra, su primer libro de poemas con el que ganó el Premio Municipal y el Premio Martín Fierro. Forma parte de la llamada Generación del ‘40. Su obra más notoria, Los viernes de la eternidad, obtuvo el Premio Emecé y fue llevada al cine en 1971 por Héctor Olivera (PK). Narradora, entre otros, de “Color humano”, “Muerte del adolescente”, “Corazón cavado” y “Los tumultos”. Entre 1984 y 1993 escribió las novelas “La escapada” y “El sol de los tiempos”. .En 2010 publicó la novela “El éxodo” y  un año más tarde los libros de relatos "Pretéritas palomas" Y "Un lodazal heroico". Escribió más de 30 libros de literatura infantil, entre los que se destacan, “El ángel que perdió un ala”, “El perro sin terminar”, “Los niños que bajaron del cielo” y “El bichito de luz sin luz”. Recibió, entre otras distinciones, el Premio Consagración de la Provincia de Buenos Aires, el Premio Nacional de Literatura, el Premio Conex y el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores.





viernes, 14 de marzo de 2014

JORGE PAOLANTONIO: UN RELATO




 La narrativa de Paolantonio se caracteriza por la presencia de un narrador ubicado en un lugar bastante particular debido que proyecta hacia los personajes una mirada que fluctúa entre la  fina ironía y la compasión, pero ambas son difusas, casi en estado de disolución. En este  estilo narrativo resulta ineludible rastrear las marcas de la oralidad pero no de una oralidad pura sino atravesada por el preciosismo del lenguaje. En sus obras teatrales Paolantonio desgranó esa voz  desnuda de los personajes, con todos sus matices. Resulta difícil pensar esta narrativa sin el sostén de las muchas obras de teatro escritas y representadas del autor. En Paolantonio hay un cruce entre lo popular y lo culto que encuentra  en el relato su punto justo, en un equilibrio inconstante, un claroscuro, ironía y lirismo, crítica y humor, cierta melancolía y un vigor a veces punzante. Y sin embargo  los textos dejan traslucir una suerte de luminosidad, resultado quizá de la ubicación de ese narrador cercano a la situación y a los personajes y al aporte del manejo de la  imagen que  sin duda proviene del prolongado ejercicio del oficio de poeta. En el relato que sigue a continuación se perciben economía de recursos y síntesis. Detrás de cada frase hay una historia que evoca todo un entorno cultural, social e histórico.

Noventa y siete almohadones

     Taira mira ya sin ver el retrato de Toshimitsu. Lo conoce de memoria. Ve más bien cómo se marchitó el ramito de tréboles frescos junto a la enorme mandarina. Los puso anoche con la tercera ofrenda del día cuarenta y ocho, pero ya se ven mustios. Han perdido la frescura como la perdió su marido, de un día para el otro, casi siete semanas atrás.
      La mujercita de rostro lavado deja altar y ofrendas y se dirige hasta su cocina. Es una mañana superlativa. La espera un enorme bollo de pasta de arroz con el que tiene que armar cuarenta y nueve pasteles. Cuarenta y ocho por cada hueso y uno más grande por su cabeza. Aunque el finado no la tenía ni grande ni brillante. Cada mochi será producto de su destreza. Años cocinando para un marido que nunca olía del todo bien pero exigía en cambio los perfumes y colores y sabores exactos de una gastronomía nacida en alguna isla mayor del viejo reino de Ryukyu.
       Toshi, hijo menor del clan Oniduka, tuvo  que dejar su pueblo tras los estragos de la guerra y la prepotencia violadora de los marines. Con veinte años y en un  caserío sin futuro a la vista, lo mejor era subirse a un barco y poner toda la distancia posible entre esas parvas de muertos enterrados en zanjones y una tierra nueva que ofrecía paz y trabajo a quienes quisieran habitarla.                
       Taira, hija única de los Matsu, tenía su misma edad e iba en el mismo barco. Su viaje la pondría a salvo de violaciones consentidas a cambio de una barra de chocolate amargo.
       El joven Oniduka, a diferencia de sus paisanos okinawenses, tuvo siempre rechazo por la costumbre tradicional que los hacía reunirse y consultarse todo el tiempo, como si aún fuesen habitantes del archipiélago. Su relación con Taira estaba hecha de silencios prolongados y siestas interminables donde el sexo era diario en un hecho sudado y con quejidos. Taira se dejaba hacer. Cada vez que la penetraba y gruñía, ella pensaba en qué flores silvestres podría esta vez conseguir en los jardines del parque público para sazonar su delicada mermelada.
       El hijo de los Oniduka no quería hijos. Puntualmente, con un gruñido final, dejaba su semen sobre el vientre de la hija de Matsu.
       Taira, que siempre había dormido frente  al aire del Mar de la China, gradualmente comenzó a reconocer cada aroma tóxico exhalado por solventes y pastas quitamanchas. White Spirit, se limitó a contestar Toshi cuando ella, a la hora de la cena, preguntó por el nuevo e inconfundible olor apestoso que ya había comenzado a impregnarlo todo. El hombre, con oficio aprendido de un pariente de su madre, parecía no percibir cómo sus poros ya eran presa de esas nubes de vapor, palancas y válvulas de todo aquel proceso que significaba lavar a seco y tener una buena clientela. Guardaba las ganancias en un cofre de laca al que Taira accedía libremente aunque dando debida cuenta de cada centavo gastado. 
         Cada año, cuando el Día de las Niñas, Taira iba a la fiesta donde comer brotes de bambú simboliza la fortaleza de las mujeres en desarrollo. No tenía una hija, pero llevaba a su muñeca. Cada año, cuando el Día de los Varones, Taira iba sin su marido pero llevaba en cambio a su muñeco samurái. Para ambas festividades la mujer del tintorero portaba su propia versión de sushi y un besugo que marinaba tres días: ambas preparaciones tenían fama de premiar el gusto y alargar la buena vida. Los participantes festejaban la calidad de los manjares que Taira compartía. Toshi jamás salía de su entorno inmediato.  Y solo conocía la visita de sus proveedores y la sonrisa complacida de sus clientes del barrio.      
         Trascurrieron dos décadas. La serena belleza de la mujer de Oniduka se convirtió en un dibujo borroso donde los ojos rasgados y el pelo recogido por una traba de madreperla eran los únicos detalles a divisar. El resto se había ido con los diluyentes y los tambores de las centrífugas del tintorero.  Cuando no cocinaba, Taira hacía largas caminatas para conseguir los productos más frescos y de las ferias más alejadas. Y cada tarde, luego de la insoslayable siesta a la que su marido la obligaba, se dedicaba a su tejido de telar. Todas las mujeres de su pueblo habían aprendido a hacer bashofu. En cientos de tardes, concentrada en una sola forma y trama, llegó a tejer noventa y siete almohadones, el número impar más acertado para alcanzar la felicidad y la paz. Una vez que los terminaba, no los regalaba –como sí lo hacía con su dulce de flores o sus pescados escabechados-,  simplemente los apilaba en un cuarto desprovisto de muebles.      
         Un cadáver se descompone en cuarenta y nueve días, según la creencia del reino de Ryukyu. Hasta entonces, el alma del muerto no finaliza su estadía en esta tierra. Taira hubiese necesitado que alguien iniciado condujese el ritual de despedida. Pero dadas las circunstancias, no tenía caso. El muerto no contaría con un funebrero en trance a quien transmitir su último deseo. Taira, acompañada por sus muñecos, era la única encargada de que el espíritu descarnado de Toshi partiese al otro mundo ya para siempre.
          La mujer verificó que sus pasteles de arroz, los cuarenta y ocho pequeños y el mayor, estuvieran armoniosamente distribuidos en derredor del tanque de la tintorería. Estaba segura que, siguiendo al pie de la letra la costumbre de su pueblo y religión, a los cuarenta y nueve días exactos, la carne de su marido ya se habría separado de sus huesos, allí en el tanque de White Spirit hasta donde lo había llevado a rastras y luego arrojado. Antes había sonreído para sí misma mientras él degustaba sin delicadeza y hasta con hipo la exquisitez del besugo envenenado.
           Más tarde quemaría la ropa inservible, las sandalias de caucho con las que él pedaleaba frente a la máquina de planchar, la tablilla en la que llevaba sus cálculos, la última y única ofrenda del día cuarenta y nueve: los pasteles y los manojitos de trébol fresco. También el local completo con toda su parafernalia. Quedaría sellada así la definitiva partida del alma de Oniduka Toshimitsu hacia el otro mundo. Eso sí, Taira se llevaría consigo el cofre de laca y los noventa y siete almohadones.   



    Jorge Paolantonio  es un escritor nacido en Catamarca que ha publicado volúmenes de poemas, obras de teatro, novelas y cuentos. Sus obras teatralas han sido representadas en distintos espacios. Es además traductor y profesor licenciado en lengua  Inglesa por la Escuela Superior de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba. Posgrado en literatura contemporánea, Stockwell College, Kent. Cursó doctorado en Lenguas Modernas, Universidad del Salvador. Docente universitario [1972-2008].  También ha realizado la crítica teatral.
   Su obra ha sido parcialmente traducida al inglés, al catalán, al francés y al italiano.
  Publicó en poesía: Clave [1973]; Imagen y Semejanza; Extraña Manera de Asomarse; Estaba la muerte sentada,;  Resplandor de los Días Inusados; Lengua devorada; Huaco; Favor del Viento [antología] Peso Muerto; Del orden y la dicha, Obra Selecta [antología, 2011].
Producción teatral: 17 obras/ monólogos reunidos en Rosas de Sal, Teatro I, Teatro II, Un dios menor [2013].
   En novela sus obras editadas son:  Año de serpientes [1995]; Ceniza de orquídeas [2003]; Algo en el aire, [2004]; La Fiamma [2009]; Traje de Lirio [2014],
    Entre los premios obtenidos pueden citarse: Premio Regional-Nacional de Poesía (Zona NOA); Primer Premio Casa de Poesía “E. Carriego”; Primer Premio Municipal de Poesía,Ciudad de Catamarca; Premio Letras de Oro, Honorarte; Primer Premio Municipal de Novela de Buenos Aires; Internacional de Dramaturgia “Garzón Céspedes”, España; Nacional “Esteban Echeverría”: Trayectoria en Narrativa, Gente de Letras; Nacional 'Micaela Bastidas' [cuento], INADI.



 


 


  

martes, 28 de enero de 2014

MARTA ORTIZ: COLECCIÓN DE ARENA




                                             LA ESPESURA DEL LENGUAJE
Colección de Arena”- Marta Ortiz. Editorial Fundación Ross- Rosario 2013- Argentina.


   Marta Ortiz, que publicó su primer libro de cuentos en Puerto Rico gracias a un importante premio internacional,  ensayista además de narradora, poeta, coordinadora de talleres literarios, investigadora de la literatura escrita por mujeres, ha publicado en la Editorial Fundación Ross, “Colección de arena”, un libro de relatos que desde sus primeras páginas sumerge al lector en la hondura, en la espesura  en la que la riqueza del lenguaje se impone. Lenta, suavemente las historias van emergiendo desde esa profundidad.  La percepción del narrador,   que por su ubicación imprecisa sólo puede hablar desde la incertidumbre, es difusa, apretada, indecodificable como si la realidad estuviera compuesta de capas y capas y capas  indefinidamente, capas que es preciso ir quitando para no llegar nunca al centro. Pero a esta “imprecisión” tiene como contrapartida una minuciosidad en la descripción, un detallismo, impecabilidad y aún así la sensación es de inabarcabilidad no desaparece. Frases que crean  nuevos espacios y circunvoluciones dentro del espacio del relato. Textos que se encriptan y dejan resonando la voz que sigue hilvanando profundidades. Se detecta cierta morosidad o detenimiento en el peso de cada palabra, como si a las palabras  Ortiz quisiera extraerles su luz,  de esta manera el texto resplandece una y otra vez.
 Llama la atención la mirada sobre el mundo, un mundo de perfiles abultados a veces ampuloso, cargado de contenidos y presencia,  que muestra sus contornos, olores, superficies, matices,  ricas texturas y  variaciones de toda clase.  Cada elemento percibido por el narrador tiene prestancia, es suntuoso, posee un rasgo de exquisitez y, entre ellos, los árboles, su follaje, las plantas tienen un sitio privilegiado. Los hechos, las cosas no son sólo nombradas: son vestidas y ornamentadas. El ojo de quien narra le encuentra algo más, alguna suntuosidad que no pudo dejar de ser pasada por alto. Y el lenguaje está ahí, codo a codo, peleando la posibilidad de alcanzar completamente lo que  se captura con la mirada, el olfato, el tacto, el oído, más que minucioso, el lenguaje busca ser certero. La palabra es precisa pero el movimiento de búsqueda continúa en esa suerte de envolturas y circunvalaciones.
  Generalmente los relatos no pueden encuadrarse en la clásica modalidad edípica del cuento que plantea un asunto en torno a un eje vertical. Sin carecer de tensión y con la ineludible intensidad que imprime su estilo, se vuelve un poco vago. Esa cuota de vaguedad combinada con la intensidad le confiere al texto su singularidad.
  Los sucesos suelen aparecer traídos desde otra situación como si la vida fuese un entramado complejo, difícil de predecir y desmontar, todo fluye en su intrincada red y la vida después sigue sucediendo una vez concluido el relato en una continuidad que el relato no puede contener. De esta manera lo narrado  va deshojando sus capas y capas que  han engrosado las posibilidades de percibir, de comprender, de descifrar, quizá por eso se experimenta la sensación de que lo que ocurre es impreciso e inabarcable, que el texto sólo puede dar cuenta de uno o de algunos perfiles de la realidad porque la realidad es mucho más extensa que lo que el texto abarca.
  La evocación   con relativa frecuencia integra o le da forma al relato. Un antes de opulencia perdida o un pasado significativo que potencia el presente del relato. El acto de leer suele ser la materia del relato, asimismo como lo es el relato enmarcado o referido: reproducir otro texto, recrear otro texto. Los textos en sí mismos constituyen un valor en su carácter de objetos preciosos,   suelen tener la envergadura de esa superficie opulenta del mundo, pero son los objetos preciosos por excelencia (“El cofre verde”). El texto enmarcado, referido o recreado, entonces forma parte de la belleza del mundo, de un mundo exponencial y el objeto que a su vez lo contiene, el libro,  es lo que posee un alto valor, incluso el recurso de la evocación  podría ser considerado con la misma función de un intertexto. El cuento recordado de la infancia o el argumento de un libro que se leyó parecen tener el mismo rango de la escena recordada: nutren las   surtidas posibilidades que el mundo ofrece. Del mismo modo los tiempos -el antes y el después- son  dos aspectos más del rico  mundo que ahora desborda y cautiva  la atención del narrador. En el cuento “El hundimiento”, el mundo tal como lo conocemos ha dejado de ser y en él  el libro es el alimento que se busca, que se pesca. El acto de leer, de contar o de evocar se convierte en fetiche dentro del relato  acrecentando aún más el nutrido mundo que se muestra como imposible de ser explorado en su totalidad.  ¿Pero cuál es la diferencia entre los  múltiples objetos de ese mundo que brilla, atrayente, lleno de texturas, olores y espesuras y el texto que a su vez contiene un mundo equivalente con cualidades semejantes? El sistema de cajas chinas entre el texto y el mundo del relato se corresponde con el juego de duplicidades que suele presentarse con frecuencia en la trama de estos cuentos, por ejemplo en “Muñecas”. El texto, los libros, las historias contenidas tal vez sean dentro de la lógica de este universo creado por Ortiz la piedra de toque que metamorfosea la multiplicidad del mundo real. A su vez la vida y el arte están por un lado vinculados o integrados y por otro, en contrapunto como en el cuento “Pámpanos” donde una mujer va a un museo pictórico posponiendo de esta forma la ineludible visita a un velatorio familiar; la vida y la personalidad del muerto reciente han sido vacuos, sin embargo las obras de arte son  soberbias. 
  “Colección de arena” es un volumen extenso que permite muchas entradas e interpretaciones, una serie de reseñas con enfoques diferentes que han sido publicadas en la red y en diarios  impresos demuestra por su variedad de enfoque que este es un libro que promete muchos lectores y muchas lecturas.




Marta Ortiz nació en Rosario, Argentina. Licenciada en Letras graduada en la U N R.
Publicó El vuelo de la noche (cuentos, La Editorial, Univ. de Puerto Rico, 2006); Diario de la plaza y otros desvíos (poesía, El Mono Armado, Bs. As, 2009); Colección de arena (cuentos, Editorial Fundación Ross, col. Narrativas Contemporáneas, Rosario, 2013). En antologías, entre otras: Los cuentos (Ed. Fundación V. Ocampo, Bs As, 2007); Los poemas (Ed. Fundación V. Ocampo, Bs As, 2009); El río en catorce cuentos (Editorial Fundación Ross, Col. Narrativas Contemporáneas, Rosario, 2011); Cuando el río suena (poesía, Vinciguerra, Bs Aires, 2012). Poemas y cuentos suyos se incluyen en publicaciones en soporte papel y digital
Es miembro fundador del grupo de gestión cultural Cuando el río suena. Edita libros de narrativa. Desde 2003 coordina el taller de Lectura y Escritura Ópera Prima y un taller de lectura crítica. Colabora en medios culturales de su país y del extranjero. Coordina la sección Literatura de REPLAY WEB, Revista Digital de Periodismo Cultural: 
http://www.replayrevista.com/literatura/  Fue jurado en concursos literarios. Edita el blog “Vuelo de noche”:
http://www.marta-ortiz.blogspot.com/


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miércoles, 1 de enero de 2014

ENRIQUE BUTTI: DOS FRAGMENTOS DE NOVELA


                                    

Si hay un rasgo sobresaliente en la obra de Enrique Butti es el de la singularidad. Su novela “Aiaiay” publicada por  Editorial Sudamericana en 1986 y ganadora del Premio del Fondo Nacional de las Artes parece entroncarse con la lejana tradición de Gargantúa y Pantagruel de Rabelais por su humor, su irreverencia, su trabajo sobre el lenguaje que entronca lo popular con lo culto. Su novela posterior “Indí”, publicada por Losada en 1998 fortalece y desarrolla más esta línea estética en la que Macedonio Fernández y Juan Filloy podrían citarse como antecedentes nacionales, al tiempo que podría establecerse un cierto paralelismo con “Karaí, el héroe” de Adolfo Colombres, aunque desde la perspectiva del tratamiento del lenguaje y la espesura del discurso tiene puntos en común con la novelística de Jorge Paolantonio, no es casual que estos tres autores – Paolantonio, Colombres y Butti - hayan nacido en provincias argentinas con un rico bagaje cultural, las del noroeste en los dos primeros autores y Santa Fe  para Butti donde la influencia de la inmigración italiana pautó el ritmo del habla local y nutrió su lenguaje de una riqueza particular que está presente en la escritura de Butti. Y, para no quedarme corta con las asociaciones, le encuentro además un parentesco con Dürenmatt por su lirismo socarrón y en parte porque roza la estructura teatral, sin embargo todos estos vínculos, tradiciones o contrapuntos con la herencia literaria dieron lugar a una propuesta nueva. Hay en “Indí una marca explícita de este juego con el lenguaje y es ese el espacio en el que el humor encuentra su terreno. Lo indio se mezcla con lo italiano configurando lo que el autor subtitula “pasticciaccio argentino” y parafraseando y parodiando al mismo tiempo el porteño cocoliche en torno a la figura de un personaje displicente y candoroso. De esta manera la novela opera sobre varios niveles en sus desopilantes situaciones. Entre las muchas funciones que tiene el humor en este caso cabría citar la de desarticulación de las pautas sociales establecidas o desestructuración de las normas éticas, lo que presupone a su vez un aspecto crítico del que no está nunca ajeno el empleo del humor. Por la espesura del lenguaje, su carácter barroco, su tono a veces burlón y la pintura costumbrista resulta inevitable citar a Paolantonio. Pero en Butti las situaciones suelen rozar el absurdo y profundizar la fanfarria lingüística acercándolo más a la narrativa barroca centroamericana. El costumbrismo está presente esencialmente en el lenguaje, en frases, expresiones locales, interjecciones, giros idiomáticos  y un refranero trastocado. El trabajo sobre el habla coloquial en la obra de Butti merece una mención aparte.
Ahora bien, esta tradición estética desarrollada y profundizada incluso en obras de teatro como “La fruta de la perdición” da un giro o mejor aún un paso al costado con la publicación de su última novela en Palabrava- Santa Fe 2012: “El centro de la gravedad” en la que la tradición borgeana e incluso el universo de Bioy Casares abren una brecha para que esta historia peculiar se desarrolle. Es una novela cargada de silencio y, como su título lo indica, muestra un movimiento desde la expansión anterior, de la profusión de hechos y lenguajes a una contención que se sostiene a partir de un eje vertical. Si en las dos novelas citadas el tiempo se explaya a sus anchas y se desborda en situaciones delirantes, aquí aparece comprimido y alterado. “El centro de  la gravedad” tiene la belleza de lo parco, es una novela desnuda, un poco alucinante por todo eso que deja entrever con una arquitectura impecable. Podría afirmarse que no es un cambio drástico en el concepto de lenguaje sino un buceo más, una búsqueda en el desarrollo de una estética que desde el vamos se perfiló original en el marco de una producción nacional que no siempre  se ha caracterizado por dar cabida a la diversidad de discursos. Debo decir que no leí sus novelas de aventuras,  habría que ver de qué modo se insertan en este   somero cuadro. La sensación que se tiene frente a una obra como la de Butti es la de continuidad, es una obra que se abre a nuevas propuestas, a una rica la multiplicidad de voces que nos hace bien a todos en un país que  no suele estrechar sus horizontes en el terreno  de la producción   literaria  pero que a la vez , lamentablemente, no encuentra su debido relevamiento por parte del sistema editorial.  Sin embargo ya sabemos que el arte va por un lado y el negocio por otro, quizá nuestro país sea en esto también una expresión muy acabada de las dicotomías. Y no lo digo exclusivamente por Butti que se ha desarrollado y publicado en varios espacios, lo digo porque es lo que no puedo evitar decir al reconocer la existencia de autores excelentes en la ciudad de Buenos Aires y en las distintas provincias que realizan un trabajo paralelo y profundo al  relevado por un reducido grupo que se apiñó en la ciudad de Buenos Aires y que parece hacer un recorte de la producción nacional.  El tiempo, lo sabemos muy bien, es el aliado de las genuinas producciones artísticas como la de Butti, entre otras tantas.


CADETE INDÍ E INGENIERO EN CLAROSCUROS

Cruzó en la oscuridad un rayo, un relámpago milagroso en el cielo estrellado, y el ingeniero pudo atisbar los perfiles de una gran mole, destacada del resto de las modestas construcciones del lugar. Debía ser sin embargo un barrio de tradición señorial; el rayo sólo insinuó la presencia de las otras Vilas, como Rembrandt insinúa, con una cagarruta amarilla, un casco o un escudo alejado de la fogata, es decir, un soldado, como lo había sido el ingeniero antes de caer en manos de los puercos austríacos.
Se detuvo ante la puerta cancel del jardín, pero el cadete le dio un tirón a la manga de su saco. El ingeniero recordó que, después de todo, ésta era la casa-habitación del indiecito, donde él vivía a pesar de las patás nel culo, ahí en esa mansión, y se dejó arrastrar.
La construcción no tenía nada que envidiarle a Villa Borghese, ni siquiera las estatuas inmensas y la amplia terraza vacía delante del jardín.
Entraron. Cruzaron el jardín, la terraza, subieron la escalinata, e ingresaron en la húmeda oscuridad.
El cadete lo tomó de la mano.
Mirá vo` el Virgilio que me encontré, se sonrió el ingeniero, aunque temblando de miedo.
El indí le decía palabra incomprensibles, para tranquilizarlo, animarlo o indicarle que doblara, que empezara a subir una larga escalera. No sonaba a ¡Papé Satán, papé Satán aleppe!, pero por ahí andaban.
La escalera giraba dos veces en amplios rellanos, y allá arriba había una débil luz, una vela. La llamita ayudaba más de lo que dejaba ver. El paredón que limitaba el hueco de la escalera, y la pared del corredor superior, estaban cubiertos de murales.
El ingeniero coligió, ató cabos, recordó lo que en un momento del vermouth, o del paseo público, el víscido o el destripador boloñés le habían contado, de un avilla que era orgullo de la ciudad, en la que su dueño había hecho pintar, en cada pedazo libre de pared, una copia de las pinturas que estaban en el Museo de Lourdes (el ingeniero cachó: del Louvre querían decir). Los parientes franceses le mandaban postales con reproducciones del San Francisco y los pájaros, de Giotto, pero también  la muerte de Sandanápolos, del Delacroix, a juzgar por las descripciones libidinosas del víscido y del destripador.
Los murales habían sido pintados por un enano borrachín que se tambaleaba en los andamios. El pobre no sólo tenía que reproducir a gran escala sino también inventar los colores, porque las estampas que enviaban los galos eran en blanco y negro.
Después el enano salpicaba de mica las pinturas para darle brillo a los ojos, a los brocatos, a las aureolas de los santos, o en la culminación de los senos. El mecenas, su familia y los invitados juzgaban a cada nueva pintura con un dictamen categórico:
-Tiene mucha (o poca) mica- decían.
Un cuajo de mica, una montaña de mica, con un pectoral de momia egipcia, se enfervorizó el ingeniero recordando a cierto personaje de su edad, que ya publicaba poemas y novelas, con gran beneplácito general, allá, en la Vaticana, con ciertos favores de las revistas y los periódicos, favores que él devolvía con otros, prevalentemente de índole política y sexual, el inmundo.
Pero esta cueva en medio de pantanos no era Villa d´Este, y con el tiempo, en pocos años, los grumos de cristales fueron los primeros en caer, y los detalles que antes se habían destacado por su centelleo pasaron a ser agujeros en el rostro, en el pecho de los retratados, como puertas del infinito, o bocas del infierno. Y el ingeniero, ahí, como si nada.
                                                     De “Indí”, Sudamericana –Buenos Aires 1998-


“Designio extraño el suyo: mirar de frente al sol, desde el alba hasta el crepúsculo.
Eligió la esquina del Mudo como lugar de ejecución de su voto, así que durante las horas más frescas de los tres días que duró esa menopausia nos rodeaba una multitud: desocupados del bajo, sardónicas mucamas y jubilados babosos. Por momento el gentío llenaba las bocacalles.
-¡Ah, qué vivo! ¡Mirá cómo parpadea! ¡Así cualquiera es capaz de mirar al sol todo el día…!- se oía murmurar malignamente.
-Sí, ahora mira al sol de frente porque estamos nosotros, pero esperá que nos vayamos a comer y vas a ver como baja enseguida la cabeza- decía otro.
Esas estúpidas voces (y no porque me lo hubiera pedido Don Rolo) me decidieron a quedarme junto a él todo el tiempo que durara la promesa; más por los otros que por él o por mí mismo, más por significarles que si de locura se trataba, dos eran los locos, que por controlar lo que yo no dudaba; ¿de qué podía servirle a Don Rolo usar estratagemas idiotas?
Además, podía tener necesidad de mí, aunque durante los tres días nunca me llamó, y sólo una vez al día aceptó que le acercara un vaso de agua a los labios.
-Se habrá puesto lentes de contacto ahumados.
-Todo para broncearse la cara, viejo presumido.
-Se le va a achicharrar el cerebro.
-¿Por qué en vez de mirar al sol no va a mirar la pared que me pintó hace dos meses y que va está llena de hongos y manchas de humedad?
Las mismas personas a quienes yo había conocido pidiéndole favores y consejos ahora se burlaban, sin considerar que pudiese haber alguna grandeza en lo incomprensible. Se murmuraba que esta menopausia a de Don Rolo era definitiva, que todos los menstruos que ya no tendría le envenenarían cada vez más lo pensamientos, y que ahora sí había llegado la hora de insistir en la petición de un sacerdote permanente para el pueblo.
 En ésas estábamos: Don Rolo mirando al sol y yo mirando las lunas de Don Rolo, cuando pasó la estrella anunciando el Circo.”
                                       Páginas 66-67-68 de “Aiaiay”- Editorial Sudamericana- Bs. As. 1986

  Enrique Butti (Santa Fe, 1949) autor de basta producción en distintos géneros, ha obtenidos importantes reconocimientos, ha sido traducido a otras lenguas, creador de novelas  (“Indí”, “El novio”), cuentos (“La daga latente”, “Santos y desacrosantos”) obras de teatro y de cinco novelas de aventuras (“No me digan que no”, “Carnavalito”, “El fantasma del Teatro Municipal”, “Sin cabeza y encapuchados” y “Cada casa, un mundo”). 






             
 
   

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lunes, 23 de diciembre de 2013

LILIANA ALLAMI: "LA VUELTA DEL DESEO"- LIBRO DE CUENTOS


                                      
                            


                                             ENTRE LO PROFUNDO Y LO TRIVIAL

                                      “La vuelta del deseo” Liliana Allami, Editorial Vinciguerra. Buenos Aires 2013.



            “La vuelta del deseo”, el nuevo libro de cuentos de Liliana Allami sostiene el tono de su anterior obra “Novia que te veamos” en el que el trabajo sobre el clima alcanzó su mayor desafío, sin embargo aquí hay un  leve viraje, el acento parece estar puesto en el desarrollo de la historia, en la estructura cuentística en sí misma sin que el hallazgo del tono haya mermado en su aporte. Una voz honda que habla al pasar de cosas en apariencia intrascendentes pero que a lo largo del relato van  perdiendo la cáscara de la superficie. De esta manera el  juego entre lo profundo y lo trivial tiene cabida y el conflicto ser hace presente,  siempre de un modo tenue en la voz de un narrador que parece parapetarse en el filo entre  un extraño asombro y el miedo.
   El  espacio estrecho de cuatro paredes  es de pronto  irrumpido por el afuera y del impacto entre esos dos mundos, surge el conflicto y se desarrolla la trama. El constante contrapunto entre la interioridad y las  acaso crudas pautas mundanas, un enfrentamiento entre ilusión y decepción, el contraste entre el antes y el ahora así como entre el adentro y el afuera marcan el ritmo de estas historias que se desarrollan sin que los opuestos logren enfrentarse cabalmente gracias a una ambigüedad que pulsa el entretejido de los acontecimientos.
   Otro de los rasgos que diferencia este libro de cuentos del anterior es el empleo de un fino  humor que a veces roza la sorna: Una mujer que tiene problemas en su lengua y no puede pronunciar correctamente en una reunión social de fonoaudiólogos,  un padre que no hace otra cosa que dormir  es observado con ironía, un marido que sufre porque no gana River, las mangas de un vestido,  último recurso para ocultar la gordura,  que se ensucian con la comida de una mesa estupendamente servida, una melena de canas rebeldes en situaciones tratadas con sentido del ridículo.
    Personajes atrapados en su pequeño universo, mujeres balbuceantes, opacadas, que deletrean historias relatadas con un tono que elude  el desborde cuyo desenlace se resuelve en el desaliento, la decepción. Aunque la ambigüedad  es un rasgo bastante destacado en la producción de la autora, se detecta una voz más vibrante, la atmósfera evanescente de su producción anterior ha dado lugar a situaciones menos difusas que suelen tener un grado mayor de contundencia. Hay un  característica que parecer ser el común denominador de estos personajes y es la percepción de la propia existencia, captada en un momento de vacilación, de quiebre, de evaluación o riesgo. Mujeres y hombres en un recodo de la vida, asediados por una sensación de  vacío que no encuentra su representación.  Estos relatos van más allá de una pintura social, de un perfil de género,  mediante un discurso sutil ahondan en la condición humana con sus matices, sus claros y oscuros y su trágica y en parte paródica manera de ser en el mundo actual que nos toca vivir.





Liliana Allami nació en Buenos Aires. Es Licenciada en Química, egresada de la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado los libros de cuentos "Para mí que fue por eso" (1997); "Un impulso escondido" (2001), "Eso sin nombre" (2004), "Novia que te veamos" (2008) distinguido por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y finlista del Premio Internacional de Cuento "Juan José Manauta"-
Sus cuentos han sido premiados en el Concurso Municipal de Literatura Manuel Mujica Lainez (2011) y en el Certament Internacional Toledano Casco Histórico (2013, España). También han sido incluidos en distintas antologías

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