Sobre
la lectura de textos de Irma Verolín:
En los últimos días Carolina
Repetto y yo venimos leyendo con placer una serie de textos -tanto antiguos como recientes- de Irma Verolín. Nos referimos al libro de
relatos “Hay una nena que gira”, a poemas y relatos a los que es posible acceder a
través del blog:
(https://irmaverolin.blogspot.com.ar/), y a otros
textos que pudimos recabar vía navegación por Internet. Esas lecturas nos
sumergen en un mundo en el que en especial Irma y las mujeres de su familia
parecen arremolinarse junto a nuestra piel y revivir todo el tiempo,
precisamente por la eficaz insistencia de esos textos en darles vida para
siempre. Con un procedimiento aparentemente simple: Afilar la memoria como si se le sacara punta a un lápiz, día tras día,
noche tras noche. A fuerza de no contar con otra cosa, de acercarse a la muerte
sin demasiado cuidado, es preciso avivar lo acontecido.
Si uno acordara que una de las
más esenciales dimensiones que define las condiciones de posibilidad de la
escritura literaria es la dialéctica entre la pérdida y la recuperación,
siempre mediada por el olvido y la memoria (esas ingratas proles del tiempo),
en estos textos esa dialéctica está expuesta sin miramientos y con gran
despliegue: todo es pérdida aquí, y todo aquello a lo que accedemos en la
dimensión de esta palabra, es improbable y dolorosa recuperación de esa
pérdida. En los fragmentos de Irma accedemos a la escenificación siempre
repetida de una transformación del pasado (incluso del presente que sólo como
pasado puede recuperarse) en un acontecimiento presente y encarnado, en el que
vienen a nosotros, fundamentalmente, las mujeres de la familia y del barrio,
que se asoman al abismo, comparecen ante
el gran agujero de este patio que se columpia en el aire, por eso sus cabezas
cuelgan del aire sobre la cima de la pared medianera. En esta fuerte dimensión
“familiar y barrial” de su literatura, Irma parece escribir a cuatro manos con
sus muertas queridas. Desesperanza, miedo, tristeza, desamparo, humor, grotesco
y piedad son convocados pero a la manera de equívocos mimos que el mundo
paradójicamente nos hace para alimentar nuestra lucidez (una fuerza machacaba para que
yo tomara conciencia, escribe
Irma), lucidez acerca de que
en la vida –y en la lectura- sólo nos llegan de las cosas y de los seres
cintiladas fugaces, reflejos indirectos, refracciones mínimas: Claridades,
en el fondo de la calle unos revoltijos de luz, parece que una mano invisible
estuviera oscilando y oscilando, lejos, allá adelante.
Los momentos más altos de la poesía de Irma están,
como sucede también en sus relatos, en la intimidad de las cosas cotidianas.
Hay una forma de ver –una mirada a la vez inocente y rebelde, y muchas veces
lindando con lo absurdo- que es siempre pequeña, cercana, atenta, sobre
objetos, mascotas, humanos. Pero sobre todo en relación con los discursos que
en esa cercanía se distorsionan para mirarlos mejor. Hay un engarce
voluntario de ciertos lugares comunes, de los dichos, del lunfardo porteño, en
boca de mujeres que observan las idas y vueltas de un destino previsible
munidas de la coraza que lo heredado forma. Lo heredado en forma de discurso,
de palabras que protegen contra la angustia o la soledad.
Esas características van conformando una suerte de
lúcido "realismo íntimo", donde lo íntimo está relacionado con las
cosas y situaciones que viven al alcance de la mano y de la escucha, y que son
resignificadas e intensificadas en su escritura. Irma camina en un filo de
acero. De este lado, el hecho estético, del otro lado todo aquello que tiene la
apariencia de lo banal. Pero el de la banalidad es un espacio con el que los
textos de Irma coquetean pero nunca caen. (El mismo equilibrio que Verolín
mantiene en otro de los filos por los cuales transita, el de las experiencias
más densas de la saga familiar: la fuerte carga tanto autobiográfica como
dramática de estos textos jamás se despeña en el abismo de un “narcisismo
familiar”). La presencia de la banalidad, en vez de ser una desventaja, un
disvalor, se vuelve un valor agregado, porque configura un riesgo de caída que
vamos percibiendo, y que sin embargo no se produce. Se trata de una escritura
que guarda este secreto y allí tiene su atractivo: el juego con la materia
explorada es peligroso, porque podría contagiarse del terrorífico lugar común.
Sin embargo, las palabras se sostienen, como decíamos, engarzadas en una
inefable ironía, en un humor que juega, que hace juego, con la melancolía, que
es explorada en los rincones más cotidianos, porque allí se esconde.
Así desfila ante nosotros
–entre nosotros- la bisabuela que, aterrada, a los ocho años tuvo que degollar su
primera gallina, y después para ella el mundo se convirtió en una larga marcha
hacia la temida meta final, una especie de proliferación infinita de cabezas de
animales degollados, maldición que se convierte en familiar: la vida de cada uno de nosotros avanza hacia
alguna parte, la de las mujeres de mi familia ha ido en una sola dirección:
hacia ese sitio que intentamos esquivar. Y esa abuela que repite y repite
lo que todos ya saben porque necesita
convencerse de que tuvo una vida, y
que luego, en su locura final, pregunta obsesivamente “qué día es hoy”, y con
ese gesto mínimo pero que repiquetea en las cabezas de las mujeres presentes,
las demuele: Y la idea del tiempo que
arrasa con nuestra vida volvió a arrasarnos los pensamientos.
Y la madre, muerta tan a
destiempo como el padre, con su vestido amplio, lujurioso, que usaba para disimular la distancia enorme que la
separaba del mundo, y ese ruedo vibrante que volaba al viento, la madre que
se asegura de dejarle a la narradora unos zapatos nuevos, gracias a los que nada malo podría pasarle en la vida cuando ella ya no
estuviera, y a la que el simple hecho de vivir fue enflaqueciendo, la convirtió en una pequeñez que titila en una lejanía inmensa. Por eso, dice la narradora, la palabra “madre” es
demasiado grandota para alguien así. Eso
no obsta para que, cuando muera, la felicidad deje de estar viva y se convierta
de una vez por todas en una triste palabra
Y el padre, sola su alma entre
todas las mujeres, que vivía preparado para la guerra, y al que parado en el
patio el cielo lo llamaba. Y que, observado desde arriba, papá ha debido
parecer un pequeño punto blanco encerrado en un cuadrado que, siguiendo la ley
primordial del Universo, da vueltas o gira, gira, gira.
Y
finalmente la narradora/poeta, ésa que ya se trajo a sí misma ante nosotros
junto con todas las otras mujeres. En ella, a la manera de otra escritora que
para Verolín es casi de la familia, Alejandra Pizarnik, conviven en la mirada,
por una parte una inocencia siempre dispuesta a mirar como por primera vez
(como reza el texto de Pizarnik utilizado como epígrafe por Verolín en su
primer libro de relatos: Y sobre todo
mirar con inocencia, Como si no / pasara nada, lo cual es cierto.), y por
la otra una disposición a mirar con penetración e insistencia, enarbolando un
proyecto de rebelión frente a la inasibilidad del mundo, a su absurdo. Como
también lo deseó Pizarnik: Una mirada
desde la alcantarilla / puede ser una visión del mundo / la rebelión consiste
en mirar una rosa / hasta pulverizarse los ojos. Es así que los textos de
Irma Verolín nos colocan todo el tiempo con maestría, tanto en su lúcida
inocencia como en su rebeldía cósmica, frente a la inminencia -diría Borges- de
una revelación que jamás se produce.
Osvaldo Mazal- Carolina Repetto
Osvaldo Mazal: nació en Posadas,
Misiones. Argentina, el 20 de abril de 1955. Se recibió de ingeniero civil en la UBA
y de licenciado en letras y magíster en semiótica discursiva en
la Universidad Nacional de
Misiones. Actualmente es Profesor de Teoría Literaria en la Unam. Publicó “Mundos- Diálogos-Silencios”
(Coedición Libros de Tierra firme y Editorial Universitaria de Misiones),
mereció el 2º Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes en 1993, y participó
en varias antologías de poesía. En 1993 y 1996 le fue otorgado por la ciudad de
Posadas el Premio Municipal de Letras “Arandú”, primero como autor inédito y
luego por la obra editada. Como productor y conductor de programas radiales,
entre los años 1994 y 1998 ganó cuatro premios Martín Fierro, otorgados por
APTRA en el rubro cultural-educativo para el interior del país, por su programa
literario De Cronopios. “Darwin
poeta” es su primera novela.
Carolina Repetto: Licenciada en Letras (UNaM), Magister en Literaturas Española y Latinoamericana (UBA) y Doctoranda en Letras (UNLP), con un proyecto sobre el devenir teatro en la obra de Leónidas Lamborghini a partir de manuscritos de Trento.
Es profesora titular de
Literaturas Europeas y de Introducción a la Literatura en la Universidad Nacional
de Misiones, donde dicta un seminario de Crítica Genética. Ha obtenido la Beca Saint Exupery y la Beca de la Región de Vienne (Francia)
como investigadora invitada en el CRLA/Archivos, Poitiers (Francia). Dirige desde 2012 el
proyecto de investigación “Un Mundo Escrito: Construcción de un espacio
virtual-institucional para archivos de escritores de Misiones” (UNaM) y es la
responsable científica por la
UNaM del Proyecto “Teoría, metodología y práctica de los
archivos digitales: adaptación y aplicación a los archivos literarios
latinoamericanos”, en conjunto con el CRLA (Universidad de Poitiers).
No hay comentarios:
Publicar un comentario