A la manera de un gesto doble “El río secreto” parece
decirnos: esto es poesía y al mismo tiempo nos susurra: este es un texto que
opera con elementos de la literatura testimonial, de la oralidad, con retazos
traídos del costumbrismo y a la vez remarca el efecto para
indicarnos también que estamos en el territorio de cierta modalidad de la
ficción: literatura en estado puro. Hay un tributo hacia una línea poética
coloquialista pero este ingrediente forma parte del mismo juego que se realiza con
los géneros literarios en una mezcla integrativa sostenida constantemente en el
guiño, la complicidad con un lector que sabe que ha entrado en un espacio donde
se quiebran las normas establecidas. Si pretendiéramos descubrir un hilo
conductor no sería errado afirmar que es el despertar de la sexualidad, de allí
ese aire de secreto y revelación desplegado insistentemente entre las dos
polaridades con las que se tensa el texto. Hay un asomarse a lo desconocido, un
husmear en lo prohibido. Lo prohibido y lo descubierto o la transgresión como
posibilidad de alcanzar un saber vinculado al cuerpo y a las emociones van
forjando un entramado en el que la interrupción de la voz se tiende sobre
el recorte de las imágenes. La misma actitud en la mirada que despierta el cuerpo
y eso que no se sabe qué es, pero que se supone trascendente opera
cuando el sujeto de la enunciación se enfrenta, entre otras situaciones, al colegio Saleciano, el pensionado de monjas de la calle Piedras o la vida de la empleada doméstica fuera del ámbito de la gran casa. En este cruce de géneros, de voces, de miradas se va
produciendo de alguna manera una plasmación plástica de la escena, es la voz la
que por lo general revela, la imagen, en cambio, funciona como puerta
entreabierta.
Libro pensado como una totalidad con piezas que encajan
unas con otras entre lagunas de vacío, silencio elocuente, espacio infinito. Distintos
escenarios, imágenes parceladas, personajes con estatura dramática que han sido
trazados con rapidez como un lápiz que delinea el contorno, matices de una voz
que habla de sí misma y otras voces que irrumpen en el texto con su carga
emotiva y en más de una ocasión con rasgos naíf. Los personajes suelen
actuar como conectores en su reaparición, están incrustados en el texto
siguiendo en cierto sentido las leyes de la narrativa. Probablemente la
función de estos personajes reafirma el gesto de indagación hacia zonas
misteriosas, desconocidas de la que nos habla esta voz que está en un
espacio fronterizo, en un estado de tránsito entre dos líneas
temporales. Esta sensación de que tanto la voz como la mirada están ubicadas en
zonas intermedias, marca el lenguaje, lo torna huidizo, cercenado, la voz se
interrumpe, crea el espacio blanco que es la parcela de silencio donde todo
parece estar contenido en un punto que puede expandirse, de buenas a primeras,
en cualquier momento. Se percibe un grado de parquedad en el lenguaje,
ese despojamiento que esconde y muestra la vida cotidiana en un esplendor
que oscila intermitentemente entre lo melancólico y lo maravilloso.
Distintas tipografías, la presencia de las bastardillas indican otro
tono, otro matiz, otra voz, otro discurso abriéndose así al abanico de la
diversidad. Hay un desdoblamiento del yo y de las voces en este intento de
captar una totalidad recurriendo increíblemente a su contrario, la ausencia, el
silencio, lo elidido, tal vez por eso se puede rastrear la implosión en el
texto. Un yo que se pronto se transmuta en una tercera persona ocupa el centro
y hace eje para que esa voz que muestra (¿desnuda?) el mundo, tenga cabida. Un
yo en edad de tránsito, entre la infancia y la adolescencia. No casualmente la
cineasta argentina Lucrecia Martel, al hablar del libro, construye una metáfora
que alude a una franja de la conciencia ubicada entre la vigilia y la
ensoñación, en un delicado y riesgoso límite. Se trata entonces de traspasar
ese límite, de cruzar una puerta, la sensación de bordear los
márgenes surge a lo largo del libro con insistencia.
Estamos frente a un texto que
parece apoyarse en la asimetría. No es un signo menor que algunos poemas tengan
sus títulos al final y entre paréntesis. Pero no todos, sólo algunos, esta
voluntad de remarcar la desigualdad entre un poema y otro es un indicio: el
universo construido no se alza en una prolija oposición de pares equivalentes,
el equilibrio es inestable pero de algún sentido perfecto. Así los títulos se
encuentran en un segundo plano en este poemario de planos, de espacios
múltiples, de voces dispersas. Si el título no está encabezando el texto podría
pensarse que se desplazó, que la cabeza cayó, que hay una media decapitación,
que se encuentra entre bastidores pero que, a pesar de eso. El título es la
representación del texto así como la cabeza lo es del cuerpo humano. ¿Se trata
de desestructurar la forma para acercarla acaso al funcionamiento del
recuerdo? La forma intenta desarticularse de un modo predeterminado tal
vez con el propósito de seguir un patrón que armonice más con la vida que con
la tradición literaria. Al parecer algo debe ser recompuesto o desordenado para
que esa sucesiva aparición de imágenes que surge dispersa en la memoria no
traicione su manera de plasmarse cuando alcanza una definición en
términos estrictamente literarios. Pero al mismo
tiempo esos títulos, que por otra parte no son específicamente títulos,
enclaustrados en el paréntesis, se acercan al murmullo, la grafía los ubica en
el lugar más secreto de la confesión. ¿sintetizan al poema? ¿intentan
simplificar una tematización? ¿Orientan al lector? ¿o introducen al lector en
un estado de perpetua vacilación? Me atrevería a decir que están jugando en el
mismo nivel de la propuesta estética, enfatizan el gesto, el guiño, el aire de
secreto compartido a media voz.
Dos citas iniciales que aluden una al cuerpo y
otra a la voz, abren el libro. Estos dos elementos estarán en tensión a lo
largo de todo el texto, sin embargo esa tensión a veces encuentra un momento de
complementariedad, apoyando de esta manera la propuesta estética, todo lo
que en este mundo ha sido desplegado se desintegra un poco, muestra sus
tachaduras, sus pequeños hachazos y aún así la totalidad no deja de mostrar su
idea de perfección, una perfección en ausencia, una perfección lista para ser
devorada por aquello que es capaz de cercenar cualquier cosa. La tangibilidad
del cuerpo y la presencia de la voz con su ingrediente lábil irán estableciendo
una inteligente oposición que se diluye de pronto frente a algún elemento
concluyente, pero concluyente de manera relativa, no hay ninguna clase de
estallido en este texto, todo se resuelve en ese espejear de contrarios en
estado permanente de mutación, tal es así que dan la sensación de
volatilizarse. Por otra parte la versificación que no se estrecha en lo más
mínimo, se extiende hacia los laterales hasta su mayor posibilidad. Una
expansión gráfica que entra en oposición con el recurso de elidir y fragmentar,
rubricando así el procedimiento de tensionar, oponer y complementar a la vez.
De cualquier modo
hay en este presente aquí una cierta controversia con la tradición, con lo que
instituido de los lineamientos poéticos convencionales. La fragmentariedad, por
el criterio con que fueron organizados estos poemas parece hablarnos
mucho más de una totalidad callada de lo que podría suponerse, prodigiosamente
la forma logró esa apariencia de totalidad en ausencia. Podría decirse que
la estructura mosaico tiene este propósito pero aquí el gesto está
remarcado, hay un guiño desde el enfoque que el texto ha adoptado que parece
indicarnos que el todo es tan vasto que sólo puede aludirse a él enfocando lo
mínimo. En esta parcelación de lo mínimo la totalidad tiembla y en inquietante
segundo plano, también vocifera.
"El río secreto", Editorial El jardín de las delicias, Buenos Aires 2016- Obtuvo el Premio Único de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en poesía Inédita (Bienio 2010-2011)
Selección
de algunos poemas del libro
El agua empujó toda la noche… yo la llamaba …
después
entendí que era inútil nombrarla: ella se
llamaba a sí misma
todo esto pensaba cuando observé que el río
detrás de los ojos
empezaba a secarse
ahora no puedo bajar los párpados
qué es esto de estar vigilante todo el
tiempo ayer vinieron
sonidos apacibles y me dormí
este lugar no lo
voy a dejar nunca
(el río secreto)
***********************
Deriva de la
luz el aire en el agua del balde
quedarse
ahí jugar con el espejito y
no pensar
***********************
No sé si lo
dije esta
es una historia que debería estar fuera del
mundo
no pájaro de
suaves alas
cuervo
sobrevolando el ancho espacio del “comedor de lujo”
las cortinas de voile moviéndose al viento en escenario
imperial
bizarro
triste
***********************
Ese día Antonia se levanta y me llama decidida
mamá le ha
ordenado el
almuerzo la noche anterior
habrá que dejar
la habitación bajar la
escalera hacerse la
zonza disimular el malestar que revuelve el
estómago
¿por qué
necesita de mí? ¿por qué? me basta mirarla para
adivinar su
excitación lo sé por los ojos y la
boca esa boca
el espectáculo me recuerda otra cosa y
sé que no podré dejar de
mirar
por eso
cuando la
Antonia agarra el cuchillo de la
cocina para
cortarle el
pescuezo a la paraguaya
me quedo ahí mirando como
una pavota
después quedan
las plumas esparcidas por el patio
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Marta Braier
nació en San Miguel de Tucumán en 1947. Reside en Buenos Aires. Es Profesora en
Letras, egresada de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional
de Tucumán. Desde 2002 a
2015 dirigió el Taller Literario para jóvenes de la Biblioteca Nacional.
Publicó Gestos de minué (1999) y Esta
es la tierra, corazón (2005). El río
secreto obtuvo el Premio Único en Poesía Inédita (bienio 2010-2011),
otorgado por el Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires.
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