“Rumbos del viento”: Un texto que parece
brotar de la esfera planetaria, apoyado en
los cuatro puntos cardinales: Este, sur, oeste, norte. Desde la tradición
numerológica pitagórica el número cuatro es la representación del mundo,
soporte, sostén, anclaje, enraizamiento. El cuatro: la casa del mundo, sin
embargo aquí esa solidez del número cuatro es antes que nada la mutación en aire y viento, un mundo que se
despliega horizontalmente. Desde el este hacia el norte, el libro finaliza con
el norte, como brújula que indica un camino. Sin duda hay una trayectoria, un
bucear que manifiesta una búsqueda: “Voy hacia la poesía/ como quien camina
hacia la noche constelada:/ una telaraña viscosa/ donde: la letra me devore”,
búsqueda que en medio de lo brumoso intenta establecer alguna clase de límites
recurriendo a establecer parámetros, pero el espacio no tiene bordes, ni límites,
no hay certezas. Estamos frente al cuerpo de una geografía terrenal, una
geografía que se prolonga hacia lugares inciertos o simbólicos en grado
superlativo. Lo cierto es que hay un espacio que circunscribe el recorrido de
la voz poética, un espacio que se transfigura y migra hasta llegar a
convertirse en una prenda de vestir : “Puntada tras puntada/ mi madre zurce/
las medias rotas./Con cuanta precisión/ la aguja toma un punto, otro,/ y la
herida se obtura”. Pero es un espacio que da la impresión de socavar su propio
escenario a medida que la voz avanza. Lo interesante es que estamos frente a un
libro que aunque intentó precisar la delimitación de un territorio, a lo largo de sus páginas no hace más que
disolverse, perder presencia, lo sólido cede su contextura a lo que se
encuentra en estado permanente de desintegración una y otra vez.
Una geografía terrenal nacida para el
recorrido de los espacios interiores o una interioridad volcada hacia un
territorio donde reina el fragmento. Hay un orden pero es un orden que aunque
parezca sólido se vuelve volátil como si la materia mostrada sus otras
condiciones y rompiera así con viejos
conceptos. A una interioridad cercenada, hecha de huecos y silencios, le corresponde un espacio geográfico que no
sigue trazados rígidos aunque se escude en sus nombres, el territorio por
momentos se deshace haciéndole eco a las voces de esas hondas interioridades.
La voz de estos poemas se debate entre la
intensidad y la ambigüedad. La continua indagación deja traslucir, de tanto en
tanto, alguna verdad que surge al sesgo. Una voz con un contenido tono
confesional que busca aquello que necesita ser dilucidado en medio de ese clima
tenue y acaso brumoso en el que relumbran los poemas. El libro se cierra con un
intertexto de Italo Calvino sugestivamente integrado a “Las ciudades
invisibles”, esa cualidad del viento y del aire que le dio carnadura a estos
poemas sólo puede ser clausurado -si es que existe alguna forma de clausura-
con la intrusión de otra voz que nos evoca otras intangibilidades, quizá porque
nada puede ser cerrado en un conjunto de poemas que se abre y se abre a la
fuerza de una marca misteriosa que continúa operando antes y después de todo.
Selección de
poemas:
Origen de la
historia:
la hija
pide al padre
una manzana
Dan vuelta cada
rincón
y no hallan
ni migas de pan
En el hambre no
hay paraíso
Eva,
distraída,
se paseaba
desnuda
*********
Entra oblicua la
luz
por la ventana
a las dos de la
tarde
y despliega
su temprano
abanico de sombras
En la tenue
opacidad
una vida se
instala
taza de café
sobre la mesa
mansa,
esperando
que en el calor
del rayo
alguien la
consuma
*********
En los días de abril
preferí la intemperie
de la lluvia
Su canto, sobre el cuerpo
caló mis huesos
buscó unirse al latido
de mi corazón
para elevarlo al mundo
en el ciclo continuo de las aguas.
*********
El miedo
nos ha llevado
a temblar
como hojas en el viento
Temblemos
corazón
hasta que
nuestras corazas
se derrumben
*********
Soy una mujer
que envejece
aquí, frente al
papel
Los años
pasan
y arrebatan
aquello que no
quiero perder
Enhebro
la última
palabra pronunciada,
retomo desde ahí
el discurso,
pero la vista
falla
El ojo de la
aguja
no es el mío
por eso veo
al mundo deforme
Debería
ajustar la
mirada
a la esencia de
las cosas
atrapar su
belleza
y serenarme
Nancy Montemurro nació el 7 de
julio de 1961 en Provincia de Buenos Aires. Es docente y traductora. Fue
miembro fundador de la Cooperativa Editorial
Nusud. Actualmente integra el staff de la Galería de Arte Contemporáneo Torres Barthe como
coordinadora de prensa y redacción. Publicó su poesía en la plaquette A doncella (Nusud 1988) y en los
libros Craquelage (Nusud 1993), Arcanos
mayores (Edición Artesanal para Bibliófilos, 1999 y Ediciones del Citrino,
2011). Rumbos del viento (Ediciones
del Dock, 2016)
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