“Los náufragos”- novela - Susana Aguad- Editorial
Paradiso- Bs As 2015
TRADICIÓN Y RUPTURA
Hace muchos años leí en un
novela un párrafo que juraría fue escrito por Gloria Pampillo en el que se
asociaba a la
Argentina con
un barco, un país que flota en el agua, en la inestabilidad del agua, en lo
imprevisible y cambiante. Lo busqué y no lo encontré, obviamente esta búsqueda
fue originada por la lectura de “Los náufragos” de Susana Aguad que ha escrito
una novela de factura impecable que se inscribe en una cierta tradición
literaria por un lado pero al mismo tiempo plantea una fractura con respecto a
esa tradición.
Ya desde las primeras
líneas de “Los náufragos” aparecen las señales del status y la cultura.
Todo tiene rúbrica, se dice expresamente en el texto a qué marca pertenece tal
o cual producto, sea un coche, un vino o una prenda de vestir. El nombre del
objeto como marca es un indicador de una clase social, de cultura y un
grado de poder. Registros de la palabra, marcas culturales, nombres como
rúbrica de esa exclusiva pertenencia. La marca convierte a la cosa en algo más
de lo que es. Le da un plus que es pura fantasía, ilusión aunque suponga
excelencia en su realización, la marca del producto en la sociedad moderna se
ha convertido en un sello que nos habla de aquello en lo que creemos
convertirnos por el peso de la industrialización. Los nombres de las mercancías
como signos de opulencia y clase social selecta van siendo enumerados a lo
largo de esta novela en medio de un lenguaje terso, estilizado. La carga
irónica está muy por detrás, más que irónica es crítica pero en un plano
lejanísimo o sutil. Se percibe un guiño en este narrador cuando la mano
toma una con un vino que lleva inscripto su nombre como un personaje más.
También desde el principio aparece el río como emblema nacional: el Río
de la
Plata. Es también
una marca de nuestra cultura nacional, pero no surge a través de su
identificación sino simplemente como el río. Curiosamente los objetos tienen nombre
distintivo, el río lo extravió. No es mencionado en forma identificatoria
en ningún momento mientras las marcas de los objetos no dejan de ser
enumeradas continuamente. Las palabras señalan lo que está detrás: poder,
prestigio, status. Son signos de pertenencia a una clase y a una
sociedad mercantilista que de algún modo convierte a las personas en objetos al
subyugarlas con la errónea idea de que la marca exterioriza identidad social.
Los objetos entonces se convierten en trofeos. Como ya dije, de manera
discretísima opera un juicio de valor detrás del texto. La riqueza, la
opulencia crean un clima espectral y sensual alrededor de los personajes. La
proliferación de marcas de los objetos suntuosos, sobresale en el discurso de
la novela incluso gráficamente, son como llamadas en el texto que
producen escozor al punto de transformar a las personas en una suma de
etiquetas. Resultaba inevitable citar el famoso libro “No logo” o “El Fin
de las marcas” como se editó en castellano. Detrás de un objeto suntuoso hoy
sabemos que se esconde la contratacara de la explotación del trabajo, el saqueo
al planeta o la profundización de un mundo estigmatizado por la desigualdad en
todas sus formas.
¿Qué ocurre con las palabras
en esta novela? La mesura del narrador en su lirismo establece una compulsa
distendida con la ampulosidad de la mirada del personaje central: Rodolfo
Bodino (su nombre tiene cinco letras o, la letra o espesa, compacta, corpórea),
todo en torno a él tiende a la exteriorización del poder a través de los
objetos que lo rodean y con los que se identifica. De un modo correlativo
el narrador valoriza las palabras, las hace casi corpóreas, sensoriales en el
discurso de la novela. A ese mundo de objetos se le corresponden las palabras
del narrador, intensas, valorizadas, bien escogidas y precisas con su cuota de
lirismo, cargadas de sensorialidad. Podríamos afirmar que estamos frente
a un universo de percepciones, la sensualidad de ver y poseer el mundo entero
al alcance de la mano. Lo que llama la atención en las primeras páginas es lo
grande, lo fastuoso, lo inconmensurable contado con tanta mesura y placidez que
nos deja casi sin aliento. Este trabajo sobre el lenguaje alcanza mayor brillo
cuando se trata de dar cuenta de la atmósfera de los personajes
directamente ligados a su nivel social.
Podría afirmarse que la
novela “Los náufragos” se apoya en la construcción de la metáfora.
Navegar la vida es una metáfora de origen medieval: el correr de la vida
equiparada al río que fluye y cambia, de allí que naufragar sea el equivalente
a fracasar, de sucumbir en el seno de la vida. Las aguas de la vida que en el
siglo XIX fueron sustituidas por el viaje en tren como sinónimo de avanzar y
trazar una ruta personal de la existencia, en este sentido Aguad vincula al
texto con en una tradición más arcaica o más ancestral. Quizá tenía que
aparecer el agua en tanto contraste con la tecnificación y los artículos
suntuarios con que está plagada la novela1 para sostener el relato y no
alisarlo. Los escenarios son el agua y la tierra y un recorte de la ciudad el
novísimo barrio de Puerto Madero ligado al agua por su ubicación. Volvemos a la
metáfora inicial de esta aproximación: La
Argentina como
país que flota en el agua y por lo tanto sujeta a cambios imprevistos e
inmanejables. Sin embargo siguiendo esta línea simbólica de análisis, podemos
considerar que agua y tierra son energía femeninas en oposición a las
masculinas: fuego y aire. Si bien estamos frente a una obra de carácter
realista y que incluso roza cierto grado de costumbrismo, hay por parte del
narrador una voluntad de mostrar hábitos y costumbres, pintar el perfil del
país, por esa tendencia a insistir sobre rutinas, modos de relación humana y
empleo de artículos relacionados con una clase social acomodada, no escapa el
vuelo metafórica que se enfatiza en el desenlace. La novela está construida
sobre la metáfora del país agroexportador y el país que se aventura en el juego
financiero internacional. Esta tensión entre los dos países se metaforiza en la
imagen de los dos amigos que rivalizan Rodolfo Bodino y César Forni.
Sucumbe lo segundo. De alguna manera no pude dejar de pensar en filiaciones
literarias, la primera de carácter nacional: La novela “La
Bolsa ” de Julián
Martel, a fines del siglo XIX que panea la situación económica cultural de una
Argentina devorada por la pasión de la especulación monetaria y
está emparentada con “Los náufragos” por el planteo de la crisis
económica como eje del relato, por el tratamiento simbólico y por los personajes
que se salvan y los que lo pierden todo ante el desastre. Y la otra “El
número uno” de John Dos Passos por su develar los entretejidos del poder en
este caso de la clase política en ascenso pero podría relacionársela con una
serie de obras inscriptas en cierta tradición de narrativa norteamericana en
varios registros que cuestiona el consumismo especialmente a partir de los años
cincuenta, que encuentra después en el hipismo la expresión social de ese
desencanto y en el Beatnik más específicamente su cuestionamiento mayor.
Por otra parte y siguiendo
este juego de tensiones que le otorgan ritmo y movimiento a la novela, podría
afirmarse que la historia fluctúa entre lo macro y lo micro. Lo pequeño del detalle en la
ropa, la ornamentación, la comida, la vida diaria juega su tensión con la
coyuntura político económica del país, los tejes y manejes del mundo
financiero que actúan como un macro. La escena donde César expresa que
los diseños de sillas de Laura son una pequeñez sintetizan esta tensión. Lo pequeño
se elije, se moldea. Lo macro domina y forja la vida pequeña, no es tan
controlable, aunque siguiendo el planteo de la novela cierta clase
pudiente también logra moldear lo macro. Especialmente focalizada
la historia en torno a una determinada clase social, hay sólo una mención del
pueblo en plena crisis del 2001
a través
de la mirada de uno de los personajes que sale de su fundo, su zona de
protección, el barrio de Puerto Madero y se aventura a ir al microcentro en la
zona bancaria y ve los rostros de los sumergidos en pleno exteriorización de
protesta e ira. El país se asoma como un flash, y también en los peones que
hacen en asado en El rodeo, el campo de Rodolfo. Estos flashes son funcionales
a la novela y permiten un trazado del marco donde se desarrolla esta acción a
la que podríamos llamar no estrictamente de historia amorosa, el personaje de
Rodolfo enamorado de Laura aspira a algo más que encuentra en Laura una
expresión de esa suerte de hambre, encuentra en esta relación un lirismo que no
había en su vida. Pero el nivel metafórico de la novela trasciende la historia
amorosa. Encapsulados en su propia clase social, veremos que en el desenlace
de la historia que unos son expulsados de esa burbuja por la crisis y
otros, por la muerte.
Más allá
del nivel simbólico planteado en la novela encuentro claves los espacios del
relato: río- Campo-Puerto Madero. Buenos Aires se caracteriza por estar de
espaldas al río. En esta novela el río es un escenario importante de la acción,
aparece al principio en el Tigre, en el disfrute del personaje durante la
navegación aunque ahí también está la marca del estatus al hablar de las
embarcaciones. El título metafórico también nos remite al agua. La tradición
literaria argentina tomó este rasgo como una marca y construyó un tópico
literario, en esta novela encuentro confluencias y divergencias con esa
tradición. El Río de la
Plata , no es referido
por su nombre se liga al del país: Argentina por argentum, plata. De modo que
ese río ha venido siendo en nuestra cultura un emblema en tanto boca de
la ciudad puerto, eje del contrabando en sus inicios y conexión con la
sobrevalorada Europa, el río a su vez conecta con la inmigración que configuró
un perfil de país. Al no ser nombrado pierde su tradición, su seño, su fuste,
su envergadura. Sin duda ese río se vincula fuertemente con nuestra
argentinidad. Al omitir el nombre, se omite su identidad como símbolo de una
Argentina tragada por la voracidad de la especulación, la de fines de los
noventa. Aún así Buenos Aires se ha devorado todo. En ese sitio del
devorar se instala el nudo de la acción de la novela. Aguad invierte así esta
tradición y hace mirar a la ciudad al río y viceversa. Hasta podría decirse que
la ciudad está ausente, no es la megalópolis, la ciudad de los sueños vista por
escritores de provincia que dejaron su huella en la literatura nacional.
No sólo se revierte en esta novela la tradición río -ciudad sino que también
desaparece el protagonismo de esta ciudad luz equiparada con Paris. Puerto Madero
es como una especie de recorte irreal. Ciudad ausente ya no de espaldas al río
que adquiere protagonismo. El río es también descripto con majestuosidad igual
que los objetos (pag 84) pensemos en la larga tradición de la literatura
nacional que habla sobre ese río apodado por Borges como el que tiene color de
león. Pero además este río tan particular lo es por ser una orilla. No
atraviesa un territorio, es río que se confunde con el mar, no describe una
línea como el Paraná o el Pilcomayo. Es un afuera del mundo, una especie de no
mundo. El río aquí parece desempeñar el rol de un personaje testigo,
de esta manera los objetos suntuarios por el valor que
los personajes le confieren a través de la voz del narrador también alcanzan un
alto grado de corporeidad. Al invertirse la relación ciudad -río, se revierte
la tradición literaria con respecto a estos espacios. Esta pugna entre la
presencia del río y los objetos se fusiona en el anhelo de Rodolfo de comprar
una lancha de lujo para transitarlo. Y esa fusión es la que finalmente
desencadena el desenlace, con eficacia Aguad une el espacio fundamental del
relato con el otro leit motiv: la enumeración de objetos. La lancha comprada es
el objeto por antonomasia, la síntesis final del pináculo imaginado por Rodolfo
como aquello que lo ubicará en lugar destacado ante los ojos de los demás. De
la suntuosidad de los sentidos: saborear, palpar, oler, el de la vista ha sido
el privilegiado. Cabe señalar que aunque se mueven entre tres espacios: el
campo, el río y un recorte de la ciudad, Puerto Madero, la sensación de
encierro es muy notoria, todo lo que ocurre lleva al movimiento centrípeto,
hacia ese centro que es el origen del poder económico.
Naufragan los hombres, los que tienen ambiciones. Y paralelamente naufraga un
proyecto de país y la pérdida del trabajo de tantos, la energía masculina es la
que se hunde con la crisis. Agua y tierra: lo femenino permanecen. De esa
suerte de atemporalidad que es el éxito, con su cuota de adrenalina
anestesiadota y embriagadora, la falta de matices del éxito, planicie en
lo alto, lo rígido y lo fijo, la muerte transforma a los personajes, en este
sentido la novela en una línea clásica. Con la irrupción de la muerte
aparece el tiempo y su capacidad de transformar, la idea del tiempo conlleva el
cambio, en el cambio está replegada la noción de la muerte que implica
sabiduría o conocimiento de las leyes de la vida. De esta forma la historia se
liga a la de los grandes mitos: la muerte del héroe que transforma a los
testigos. Cristianismo y budismo por citar los más relevantes de una serie de
relatos en los que la novela decimónica alcanzó su máxima expresión con el
personaje que sufre la transformación profunda y realiza un acto de contrición,
característica que fue asociada con el discurso y la teología católica. El
descubrimiento de la muerte, de la destrucción, el quiebre, o la vejez son los
tamices de esta transmutación. Hasta el personaje de Laura dice: Yo no
pensé que iba a envejecer. (pag 140-141)
Entonces estamos
frente al naufragio como metáfora de toda vida y también como metáfora de un
país. Saber que la muerte es inevitable tarde o temprano instala en la
conciencia humana la certeza de un final. Para las culturas antiguas este
conocimiento fue un salto evolutivo que está indicado en el surgimiento de los
ritos funerarios, para la conciencia de las personas modernas implica salirse
del esquema publicitario apoyado en la venta de manufacturas que es la base del
capitalismo. Aceptar la muerte, el deterioro, el cambio es lo que se expresa en la
India en
la figura de Shiva, el destructor. Sin el conocimiento de esa fuerza la persona
desconoce la verdad del funcionamiento de las energías fundamentales que rigen
al Universo. En esta novela se llega a ese saber gracias a la
presencia inesperada de la muerte, una muerte ligada a la crisis económica
también. En esta línea de pensamiento la novela tiene un profundo sentido
filosófico. En un plano social lo que naufragó fue un modelo artificial de país
sostenido en la idea de una pertenencia a un mundo consumidor y superficial, al
apogeo del capitalismo como tal. La impresión que se tiene desde el
principio al leer esta novela es la de cohabitar, ser partícipe, dejarse
envolver por el clima, no sólo por sus marcas culturales sino por su
confección, el buen ritmo, el armado impecable, el perfil de los personajes, el
planteo de la historia. Formalmente la novela se inscribe en una tradición de
la que reconocemos el trazo y eso nos permite sumergirnos sin conflictos en la
trama bien planteada para disfrutar en todo momento de una historia atrapante.
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