La primera acción que se realiza en esta
narración es la de abrir los ojos. Y luego aparece el cuerpo humano
deteriorado como protagonista principal. Las palabras iniciales a las que se aluden son dichas por
un médico y también han sido devaluadas. Cuerpo y
palabra en estado de devaluación en la primera página del libro. Y el cuerpo
sigue siendo el eje cuando la narradora se presenta a sí misma a través de la
propia visión de un fragmento: Sus pies. Todo se transmite, la ley
de continuidad se ha establecido. Del cuerpo de los progenitores al propio, se
transmiten pautas, de la vejez del cuerpo del padre a la de la narradora, patentizada en lo que ocurre
con un simple esmalte de uñas: el tiempo lo degrada. Degrada cuerpos, degrada
las más elementales operaciones culturales.
Resulta interesante observar que el título de la novela
alude al lenguaje y que este lenguaje es caracterizado como justo, pero justo tiene un valor ambiguo: es justo por su justeza, es decir por
su precisión y al mismo tiempo es justo porque es medido, porque es
restringido. El carácter ambiguo del adjetivo que intenta calibrar el sentido,
nos introduce en un juego en el que nada es rotundamente cierto y nada es del
todo mentira. Esa ambigüedad está sostenida por una mirada entre irónica y
desesperanzada, siempre aguda.
La
voz narradora es una voz reflexiva que sopesa los pros y los contras de ese
mundo observado con rigor y lucidez. El tono es
íntimo, confesional y arrastra al lector a un estado de convivencia muy cercano
con lo que se narra allí. La mujer
que habla, la que cuenta la historia está desnuda y tendida, sola, en una cama.
El cuerpo aparece nuevamente en estado de despojamiento y brutalidad, el cuerpo
sometido a la ley del tiempo que es implacable.
El
relato se presenta desde el vamos girando en torno al cuerpo del padre al que es
preciso intervenir quirúrgicamente:
la cultura opera o actúa sobre la naturaleza. Ya sabemos que los cuerpos están
sujetos al deterioro, ¿pero qué pasa
con el lenguaje? ¿El lenguaje
acaso es tan inexorable como esta transmisión ineludible de ADN en cada integrante
que se repite en la línea familiar? ¿Las
palabras logran su función
primordial de comunicar, transmitir? El lenguaje parece operar bajo la
misma ley del tiempo: se vuelve hiriente. El diálogo no es un simple diálogo
sino una cruzada verbal. Pero el lenguaje es antes que nada un taparrabo de la
verdad. Los cuerpos delatan, por el
contrario el lenguaje, encubre. Frente a los cuerpos en evidencia constante, el
lenguaje surge en estado de retaceo. El cuerpo anciano se refugia en
la artimaña, se defiende del lenguaje al no poder, al no querer escuchar.
Lo evidente, lo que a todas luces se ve: el cuerpo mismo afrontado lo que no se puede decir
va construyendo la tensión de un texto que fulgura en su capacidad de acotar
sin aludir, de crear una atmósfera mediante el empleo de elementos elusivos con un lenguaje depurado y una intriga firme.
Lo
que el lenguaje muestra cuando aflora en medio
del relato es el contraste de
interpretaciones y miradas y el absoluto impedimento de una comunicación
genuina. La voz narradora tiene un tono de confesión y testimonio que se va
abriendo cada vez más y sin pausa hacia lo descarnado de situaciones
vinculares. Sin embargo el lenguaje también tiene poder y logra funcionar como
un taladro que modifica las conductas.
El
cuerpo sigue hablando cuando la mujer evoca su juventud. Los cuerpos responden
a su raigambre, a su herencia familiar,
a su pertenencia, a su cultura. Así son presentados. Palabras exclusivas de una
colectividad hacen que los cuerpos se categoricen en un idioma propio. Este
paralelismo entre la densidad de los cuerpos y los artilugios del lenguaje
atraviesa la novela en un juego sutil pero sostenido desde una trama
inteligentemente construida.
Como
los cuerpos son lo importante en esta historia, no podía faltar la presencia de
un espejo. Las palabras sin duda pesan, son calibradas una por una por esta
narradora que tiene la capacidad de auscultar con los ojos y con los oídos en
la misma medida. Es justamente cuando aparece el espejo que la narradora se
pregunta en forma directa por su identidad rubricando de este modo un aspecto
decisivo del relato: su carácter existencial, ya que el planteo no es
sencillamente psicológico, va más allá. Esta encrucijada entre cuerpos y
palabras nos remiten a lo más intrínseco de la condición humana. Pero el relato
tiene la facultad de hacerlo en voz baja y calando hondo a la vez, una cualidad
muy característica de la escritura de Allami. La desnudez del propio cuerpo es
como una sombra constante en el relato. ¿Desnudez, vaciarse de lo conocido?,
¿despojarse, desprenderse de aditamentos?, ¿ir a la fuente o volver a nacer?
Por
otra parte la novela parece ponernos delante del juego de todas las imposibilidades:
la imposibilidad de encontrar una prenda adecuada para una reunión social o, en
otras palabras, la imposibilidad de darle una vestimenta, un perfil, una marca
cultural a un cuerpo que no se reconoce a sí mismo, la imposibilidad de
encontrar en las palabras una de sus funciones, la comunicacional, la imposibilidad
de elegir con libertad. Y por supuesto la de alcanzar la satisfacción del
deseo como la principal imposibilidad. Esa voz en segunda persona
que aflora de pronto y que se va alternando con la voz inicial es como un
testigo pero también opera a la manera de un desdoblamiento de ese yo que se
presentó escindido desde la primera página.
Hacia
el final de la novela el mundo del lenguaje y del cuerpo entran en contacto y
se podría afirmar que esta tensión entre la densidad de los cuerpos y las funciones
de la palabra eclosiona cuando, con el propósito
de quitarle los dientes al padre antes de operarlo dice la enfermera: “Sáqueselos
cuando estemos todos afuera de la pieza. Justo cuando lo estén por llevar,
cuando ya no tenga que dirigirle la palabra a nadie” (pag.
85) y más adelante: “La manera
hiriente de entrarle a las palabras como un cuchillo entrándole a la carne”
(
pag. 90). Que justamente la figura paterna, la voz que enuncia la ley y la verdad
en la tradición cultural occidental tenga la boca vacía de dientes es todo un
símbolo. Los dientes representan la agresividad, el poder, la posibilidad de
autodefensa, una boca vacía ha perdido también el poder de la palabra, lo
que en una novela donde una narradora femenina habla de los hombres en
tanto objetos de seducción tiene un poderoso sentido. De los cuerpos masculinos
de los que se habla en la novela, cuerpos que atraen por su virilidad, se
impone finalmente en el escenario el cuerpo viejo y desvalido del padre
enfermo. Un cuerpo que habla a través de sus síntomas y de sus impedimentos
reales. Las palabras con su eficacia en esta novela ya hicieron lo suyo,
palabras de mujer y de hombre que actuaron sobre los cuerpos y las cosas con su
capacidad destructora. La operatoria posterior de las dos hermanas que intentan
introducir la dentadura postiza en la boca del padre se convierte en un acto
grotesco y piadoso a la vez que posee un alto valor simbólico. Se trata de
alejar ese cuerpo de la muerte, de otorgarle su capacidad perdida y así el
orden familiar donde cada cual ocuparía su lugar, se restituiría. El símbolo se
apoya en el cuerpo, el gran anclaje de este texto. Personajes que fueron
presentados desde sus características biotipológicas, una narradora que
explícitamente afirma que no le gusta su cuerpo, cuerpo que aparece desnudo
como esa boca del padre incapacitada para hablar. Pero es el cuerpo de ese
padre a través de su mirada que desdice las palabras de su madre y de su hermana,
a través de sus ojos los que con su
mirada le otorgan a la narradora una identidad. Las palabras mienten, encubren,
simulan, los cuerpos tienen la palabra. En este sentido toda la novela es
el acto de supervivencia de la identidad de una mujer que intenta reconocerse y
que, mediante un proceso interior de decantación y auscultamiento, va produciendo
cambios en la percepción de sí misma, el camino hacia el encuentro de la propia
identidad halla entonces una vía de acceso. Siguiendo las pautas de la novela
clásica podría afirmarse que el personaje medular y narrador ha evolucionado, el movimiento del
texto que tuvo un ritmo y una tensión ajustadísimos describió su forma y
estimuló sus sentidos. Este texto que nos introdujo en un estado de complicidad
con la voz narradora deja flotando restos de incertidumbre que hacen de un
relato el mejor de sus atributos.
La novela "El
verbo justo" fue editada por Vinciguerra en Buenos Aires 2016 y obtuvo el
Premio Único en su género otorgado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para
el bienio 2010-2011 por un jurado integrado por: Àlvaro Abós, Vicente Battista,
Elsa Osorio, Jorge Paolantonio y Antonio Requeni.
Liliana
Allami nació en Buenos Aires.
Es
licenciada en Química, egresada de la Universidad de Buenos Aires.
Ha
publicado los libros de cuentos "Para mí que fue por eso" (1997),
"Un impulso escondido" (2001), "Eso sin nombre" (2004),
"Novia
que te veamos" (2008) -que recibió dos premios: el de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y el
Internacional de cuentos "Juan José Manauta" - y "La vuelta
del deseo" (2013).
Ha
recibido diversos reconocimientos: Municipal de Literatura "Manuel Mujica
Láinez", Concurso Iberoamericano de Cuentos "Julio Cortázar" en
Cuba. Ha participado en antologías nacionales e internacionales. "El verbo
justo" obtuvo el Premio Único de Novela Inédita, bienio 2010-2011 en el
prestigioso sistema de Premios que otorga el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Excelente esta manera de acercarnos al libro de Liliana Allami, El verbo justo; libro que he leído con mucho interés. Esto último, de algún modo, me da cierto crédito para deicir que, esta reseña es sumamente precisa, entiendo que dará ganas de indagar a quienes la lean ya que vos dejás entreaierta una ranura a esa: "mirada entre irónica y desesperanzada, siempre aguda" que este libro ofrece al lector, desde la primera a la última página.
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