LUCES DEL ANONIMATO
Probablemente este mundo de la
novela “Shopping” de Gloria Lenardón,
marcado por lo indiferenciado de un espacio estridente y en continua aunque tramposa modificación,
tenga su antecedente en la primera novela de la autora, que obtuvo el premio
Emecé 1987: “La reina mora” que
comienza con un entierro narrado por un yo plural y culmina en un club social,
marcando así una preferencia por ubicar
los personajes en situaciones comunitarias. Por otra parte su segunda novela “A corta distancia” transcurre mayormente
en un afuera, la calle, que también tiene el sello de lo común. “Shopping” es ante todo mundo cerrado, móvil, inquietante
por el que se desplaza la narradora, apenas perpleja algunas veces y casi
siempre reconociendo sus leyes estables, inmodificables. Un mundo dentro del
mundo, una voz que se deja cautivar por el espectáculo para formar parte de él.
Aquí en el shopping los acontecimientos son presenciados por mucha gente y lo que lo caracteriza es la fugacidad, en
cierto sentido puede inscribirse en la serie de novelas de aeropuerto, espacio
equivalente por ser un lugar de paso. Nada permanece, el transcurrir es la
pauta determinante. La narradora, testigo y participante, combina este mundo con
el de su oficina donde trabaja y su
departamento en el que una gata, Lu,
ocupa un sitio preferencial. La mirada tiene algo de la que se registra desde
un panóptico, el gran ojo que mira, pero
aquí hay movimiento, la voz narradora se desplaza, es rozada por lo que
ocurre aunque de un modo casi onírico podría decirse, como si este vivir se
asimilara a un ver. Ver y vivir entonces se convierten en una tramposa
equivalencia.
Los personajes carecen de nombre. Son identificados o señalados
por algún elemento que los distingue: “la de las rastras” “el de los galones”,
“el tallador”, “los repositores” esto patentiza
su anonimato en un mundo despersonalizado, pero a la vez su pertenencia a un
tramo de ese pequeño mundo que es el shopping, un lugar abarrotado,
repleto de cosas y seres sin rostro en
constante tránsito, donde nadie tiene nombre y apenas se diferencian unos de
otros por alguna seña o un elemento de su vestimenta. Paráfrasis de la falta de
identidad en un mundo globalizado, narrado con tono ligero ubica al texto en un
lugar de modernidad. Las características
de este peculiar espacio se combinan con la agilidad en la manera de narrar, el
repentismo, la frescura, discurso secuencial compuesto por segmentos
relativamente breves que opera como un correlato del modo en que actualmente
percibimos el mundo influidos por la
estética de los medios de comunicación de masas. Aunque en cierto momento el
posicionamiento de un ángel decorativo y el nacimiento apresurado de un bebé en
el ascensor van pulsando el ritmo del relato, la sucesión de hechos es
desplegada deliberadamente en forma acumulativa, un rasgo más que hace espejo
con el mundo actual. El texto pone en escena el movimiento, color y uniformidad
encubierta detrás de ese juego de abalorios que oculta su aparente
variabilidad. Lo difuso del mundo en el que hoy vivimos encuentra su mejor simbolización en esta
novela en la que todo sucede sin
solución de continuidad, con mucha
estridencia pero sin demasiado contraste y donde lo en apariencia diverso termina
igualado por efecto de la estridencia. Beatriz Sarlo en un ensayo equiparó la
arquitectura de los modernos shopping con la del laberinto. En cierto sentido,
Lenardón nos introduce en una trama de la que no es fácil salir, laberíntica, encandiladora, y siempre un poco extraña.
Pienso en el Renault 12 y en la puerta
oxidada, más vale que le hace falta el taller, ya siento el olor a pintura
fresca. A lo mejor con un par de horas sirviendo a los Estévez pero con la
tarjeta de habilitación puedo acercarme a “chapa y pintura”.
No recuerdo cuántas playas de
estacionamiento necesito cruzar apara llegar hasta el 12, el color de los
banderines va a ayudarme, doy gracias que están, pero para qué tantos.
Tranquilidad.
El Renault se pone melancólico, no sé cómo
estará ahora tan lejos del estacionamiento vecino a mi casa, seguro que no
acomodó la trompa como lo hace en la
cochera número veinte. Lejos se desinfla.
-¿Pero
qué te pesa? – lo palmeo, en ocasiones lo palmeo.
No
quiero que su esfuerzo por cumplir se vea mal coronado, que pierda materia, no
está débil lo aliento, cuando lo dejé
aquí su aspecto de gato de la calle soportaba demasiados vecinos de raza muy
diferente.
Cuando
llegamos tosió, el motor tosió mientras avanzaba por entre las trompas
lustradas, “me voy a estampar contra algo ¿a quién no ciegan semejantes
luces?”, hice señas: luz baja, luz alta, “él es gaucho, minga con desmoronarse
fácil”, por supuesto, enfiló derecho. Adelante, hay que largarse, si no nos
encandilamos a lo mejor evitamos el ruido a chapa.
Hasta
no hace tanto íbamos los tres, un veraneo era una buena ocasión para hacerlo
marchar todo lo que aguantaba, con el 12 nuestras vacaciones adquirieron el
gusto por la aventura, podíamos incluir la montaña, subir sobre nuestras
propias ruedas.
Aquella
vez partimos silbando la música del programa de radio, nos gustaba.
-No
las desconoce, se porta- dije refiriéndome a su desenvoltura, a su solvencia en
las curvas de esa ruta que subía, que se perdía entre los árboles en lucha con
el viento, los caracoles no le daban vértigo, aunque se ahogara seguido.
Lo
aplaudimos.
“No
te ahogues”, Lu se ahogó recordando la última vez que lo palmeó. Anduvo,
anduvo, de paso se lo dije, lo resalté. ¡Audaz 12!
El
Renault me deposita en la oficina, por la mañana lo abro siempre con el mismo
pensamiento: limpieza. ¿Dónde meto el plumero, el trapo? Así como si nada me
espera, con su linda traza.
Por
algo será lo que siento, reconozco ese calor de hogar, la mara que dejé en el
tapizado, el olor familiar.
-Tratá
de moverte sin él- bromean mis compañeros de oficina.
-¿A
ver qué día vamos a tener hoy?, eso se lo pregunto, cuidado, me aclaro la voz,
lo saco del garaje siempre con la misma pregunta, en realidad no puedo hacer
otra cosa, abro el paraguas para que no me traiga sorpresas.
Pero
el 12 arranca. Ojo que no le falta el reproche, va todavía más allá, hay
ocasiones en que le aflora el rencor.
Esa
tarde se acabó.
Volvíamos
de la oficina en una tarde de calor, apareció aquel humito a un costado, en vez
de alertarme me dormía, cuando se paró nos miramos los dos un rato sin saber
qué hacer.
-¿Pero
nadie? ¿A tu edad?
-A
la oficina traigo buena cara. Sé para qué tengo cuerda.
En
ese aspecto no me quedo con los brazos cruzados, tengo toda la intención, los
domingos me intereso más, vamos con el 12 campaneando, hay que ver cómo, sin
hacernos mala sangre arrastramos nuestro peso por la calle de la misma manera
que Lola, gracias a ella vamos así, le copiamos punto por punto.
Conmigo
no va a haber problemas, sobrellevo bien lo que me pasa, por supuesto Lola no
evita mostrar las razones mezquinas, con qué derecho el entusiasmo la lleva a
cortar el paso al que va tranquilamente
por su vida, pobre gato.
De
todas maneras mi entusiasmo no selecciona bien, desde hace un tiempo está así,
mientras le dura esa actitud va a tener de qué quejarse, para colmo insiste, no
atina a mucho.
Empiezo
con esa expresión que no me gusta, a veces soy como la heladera de mi casa, no
tiro más que frío a la cara.
Paseo
con el 12 los domingos, la gente pasea, en los parques hay olor a manzana con
pororó, a azúcar que hierve. Al Shopping no me lo pierdo, en algún momento del
día estaciono y me meto, y el baile empieza, por donde camino y en las
pantallas de televisión el baile es el mismo, los domingos me muevo en el
Shopping, eso ya lo sé.
Toqué
todos los botones, levanté la tapa del motor, el calor salía en oleadas, entre
ese calor y el del sol mi cabeza se aplastaba como una suela.
Bonito
día, comenté. Él tuvo el buen gusto de no contestar. Después los dos entramos
en un largo silencio.
El
aceite no es eterno me dijo el de “urgencias mecánicas” cuando por fin llegó y
metió manos a la obra. Hay que llevarlo. Me puse a gritar. Cuando me calmé vi
el Renault alejarse a la rastra, vi el espectáculo que daba en la calle. Alguna
vez vamos a tener que separarnos, me dije, ahora me acuerdo, pero no sé cuándo
va a llegar ese momento.
“Shopping” - Gloria Lenardón- Editorial Ross
-Rosario. Santa Fe. 2013 - Paginas 157-158-159-160
Gloria Lenardón es santafesina, vive
en Rosario, edita narrativa y colabora en distintos medios. Novelas publicadas:
“La reina mora” (premio Emecé 1987), “A corta distancia” (editorial
Sudamericana 1994), “Eva maravillosa” (Editorial Alción 2006)
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