LENGUAJE Y PERCEPCIÓN
"Lumbre" Hernán Ronsino. Eterna Cadencia editora. Buenos Aires 2013
Ir adentrándose en la espesura de “Lumbre” supone,
acaso exige una voluntad de indagación que se vuelve fascinante en
virtud de un lenguaje que deslumbra y un modo de narrar que disgrega y dispersa
la línea argumental en un sistema de superposiciones y cajas chinas. Las historias referidas son traídas hacia esa
espesura del lenguaje con un ritmo ágil, van emergiendo y se diluyen para volver a emerger e ir
componiendo, al modo de un mosaico, la gran historia. A la agilidad en la manera de relatar se le contrapone una pulsación morosa, un ir y venir que envuelve las escenas y las va contorneando y completando. Puede entreverse la
reescritura de un Saer, de un Onetti y hasta un Piglia pero el resultado final
no impone filiación con ninguno de ellos particularmente. La historia está compuesta de muchas
historias, algunas presupuestas, otras elididas, otras sugeridas, otras
contadas al sesgo en la voz de un narrador que
parece ensimismado, tragado por su propia percepción, imbuido en la
conciencia de sí mismo y que a la vez no pierde detalle del alrededor. Muy
hacia adentro y muy hacia fuera a la vez. Frente a las precisiones dadas por
sentado en un mundo cerrado de este pueblo ciudad en el que todos saben todo y
se mueven con confianza en un espacio reconocido y de fisonomía constante, delimitado con
claridad, lo que cambia es la ubicación del narrador. Se trata de un narrador
minucioso en el que prevalece un gesto que intenta profundizar en lo ya percibido. Hay un
volver a mirar lo ya mirado y ese mecanismo del narrador el que invita a la
relectura, da la impresión de que necesita objetivar lo
percibido y así surge la metáfora. La metáfora entonces patentiza ese afán
totalizador que pugna con persistencia en enfocar el detalle. Si bien hay
un trabajo sobre lo episódico, en el detalle y la percepción fragmentaria que
hace fulgurar los hechos, se detecta una voluntad de captación de la globalidad. La tensión entre el segmento o lo
fragmentario y esa búsqueda abarcativa impone en su juego de polaridades la marca
de un estilo, el sello de una voz literaria única. Por otra parte en esta
inocultable confrontación con el cine y sus recursos (marcas, citas, guiños,
nombres de cineastas y títulos de películas
reales y apócrifos) es frecuente el equivalente a un traveling de trescientos
sesenta grados en el recorrido de la mirada detallada por esa voz que oscila en detenerse en el detalle o darle un
zarpazo al conjunto. Esta historia narrada sin cordón umbilical, con este
narrador absolutamente permeable y omnívoro que todo lo atrapa a través de
imágenes visuales, sonoras, olfativas y táctiles, el mundo cerrado parece
necesitar de un afuera contundente, que tiene la marca de la belleza y del arte
y que gira en torno a una figura femenina: Hèléne quien no casualmente es
fotógrafa. La fotografía en tanto imagen detenida puede funcionar como metáfora
de un modo de percepción, ya que definitivamente la imagen ha sido por fin atrapada. Ese afuera y el personaje
de Hèléne son funcionales al relato en
tanto y en cuanto remarcan la existencia de lo
hermético de este mundo, ciudad pueblo: Chivilcoy, una suerte de emblema
de lo nacional donde la realidad se encapsula con sus código compartidos, sus
señales comunes, sus historias conocidas. Hèléne es la mujer distante que
personifica no sólo el afuera sino
también el sexo y el arte. En esta confrontación continua del narrador
con el cine y la fotografía, Hèléne sintetiza las dos variantes. Hèléne también
como otros espacios y momentos parece necesitar de la actitud fundamental de
este narrador: la de descubrir, la desenterrar lo oculto.
A la confrontación con el cine y la
fotografía, se le agrega la compulsa con el lenguaje.
Lo que parece no
alcanzar es la mirada, el modo de percepción, no el lenguaje. Si hay algo que se pone en tela de juicio en
este juego legendario de relaciones no es la vinculación entre lenguaje y referente, no
es el lenguaje el que carece de eficacia sino el instrumento de percepción de
ese narrador que de manera implícita no deja de "acariciar los detalles". El concepto de realidad es absoluto y la palabra alcanza, con nombrar
basta, sin embargo la continua persecución de la imagen, ese volver y volver
sobre lo ya visto indica una necesidad de agotar la experiencia.
El trabajo sobre
el lenguaje se presenta como insuperable, al punto de enturbiar deliberadamente
la trama, el énfasis está puesto allí, si la espesura del lenguaje
enturbia la trama porque el lenguaje es el protagonista, la historia se deja
atravesar por ese lenguaje. Podría decirse que los sucesos se difuminan detrás
de la contundencia del lenguaje. Volver a mirar, volver a leer, hacer de la
vida y de la lectura un acto único, irrepetible a través del acto inagotable de
la repetición.
Hernán Ronsino es una de las voces más originales de la Argentina actual, nació en Chivilcoy (provincia de Buenos
Aires) en 1975. Desde 1994 reside en Capital Federal. Es sociólogo y docente de
la Universidad
de Buenos Aires y de Flacso. Ha publicado un libro de relatos. Y las novelas La
descomposición, Glaxo y Lumbre, las tres editadas en Eterna Cadencia. Ha sido
traducido al francés,italiano y alemán.
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