Espiral de Saraswati

lunes, 12 de diciembre de 2011

SUSANA SZWARC: UN RELATO



 Conocí la escritura de Susana Szwarc una vez poesía hace ya muchos, muchos años  cuando compré un libro suyo de poesía. Pronto quedé fascinada por ese clima abismal en el que una niña se movía desoladamente en un mundo cautivante y levemente atroz. Poco después me llegaron sus relatos y pacté con ellos, con sus dobleces y la capacidad de demostrarnos que los relatos pueden ir más allá del esquema recortado con que aún se pretende ceñir al cuento.  Descubrí una prosa que se aleja deliberadamente de lo atildado, una prosa salvaje, que oscila entre la crudeza y la inocencia y que nos deja ahí, suspendidos apenas en un hilo gracias a su deslumbrante parquedad. Szwarc es escritora de profundidades, ciertamente exquisita, sabe llevar a la palabra a su expresión más apretada y desde allí volverla vacilante y sugestiva al mismo tiempo. Comparto con ustedes este relato  en el que  su autora se da el lujo de vulnerar la logicidad del relato, llegando casi a la abstracción del acontecimiento.


                                                  

                                                   JABALÍ


Habían llegado los plomeros y miraban la biblioteca. Decían que Borges había tenido en el sótano de su casa un cuerpo de magia. Después vieron el libro “Esma.Fenomenología de la Desaparición” y dijeron que los militares habían hecho lo posible para desprenderse de cuerpos extraños. No les discutí y les ofrecí café. Finalmente eran trabajadores y hacía frío. Pero me puse a llorar. No quería que esa gente estuviera en mi casa. Les pedí que se fueran y me puse a buscar “El dolor” de Vladimir Holan. Necesitaba leerlo, que me abrazara y ese abrazo me hacía llorar más. Pero me distrajo una gillette que estaba como un pétalo entre las páginas.

Cuando era chica me gustaba llevar una gillette en la mano izquierda. Unas amigas me habían enseñado su uso: guardarla en la mano apretada y al acercarse un jabalí, abrir la mano. Era maravilloso llevar esa especie de arma, de adorno, sobre todo porque no había ningún jabalí cerca de mi casa. Sin embargo, una vez me hice una enorme cicatriz en el dedo pulgar. La sangre no dejaba de salir y yo quería ocultarla de los ojos de mis padres. Nunca me gustó dar explicaciones, creo.
Cuerpos extraños no es lo mismo que extraño los cuerpos.
Seguía llorando. Miré el pulgar de la infancia. Había dejado de sangrar y la cicatriz había desaparecido, ¿cuándo? Antes se veía esa línea, ahora la cicatriz estaba sola en la memoria. Sin cuerpo. Sin mancha. A la deriva.

La cabeza sobre la gillete. Me adormecí. Un jabalí gigante se acercaba, era mi oportunidad de usar lo aprendido, pero sabía que estaba en un sueño y que además me había vuelto completamente escéptica como para creer en jabalíes o en la esquelética figura del sentimiento. Sabía -también en el sueño - que este no creer me daba una apariencia de creyente, me volvía bondadosa porque me apiadaba de todos, personas, plantas, animales, piedras. En fin, me apiadaba de mí. Increíblemente la piedad es útil, se puede escuchar todo (todo) con una especie de dulce desdén. En ese “dulce desdén”, el otro se aferra siempre sólo a la dulzura. Entonces, ¿Por qué seguía llorando en el sueño? Dormida, escuché la voz de Holan: “los cementerios crecen y te rebasan debido a la misma muerte”, gritaba muerto y con la botella en la mano. Y dio tres suspiros, se enderezó el cabello. Quería despertarme, ponerme de pie. Estás muerto, le dije, y yo estoy cansada y no me das ninguna pena. Holan se largó a reír: “¿Creés que no soy más mortal que mi cuerpo, querida?” Y agarró una hoja, una lapicera. Escribió: El pensamiento perdido en los ojos del ciervo / reaparece de nuevo en la risa del perro.

Me desperté. Estaba ofendida, me había alejado de mi jabalí.
-¿hay más vino?
-No
Entonces golpearon a la puerta Isa y Lili.
-Pasábamos por aquí. Vimos la luz. Trajimos vino.
Pusimos la casa en penumbras. Ellas caminaban, Holan suspiraba. Extrañábamos los cuerpos.
Mis amigas se fueron cuando se vaciaron las botellas. El último trago fue para Holan que sacó la gillete de mi mano y la pasó en caricias por la piel del jabalí, mientras decía: “nunca hay bastantes lágrimas”.
-Pero igual tengo hambre- y nos fuimos a buscar el pan.



Susana Szwarc  nació en Quitilipi (pcia. del Chaco), Argentina.
Algunos de sus libros son: El artista del sueño, En lo separado, Trenzas, Bailen las estepas, Bárbara dice, El azar cruje, Una Felicidad liviana. Y en literatura infantil: Había una vez una gota, Había una vez un circo,Tres gatos locos. Su obra teatral ha sido representada en diferentes teatros del país así como el kamishibai (teatro de papel).
Obtuvo el  Primer Premio Nacional -Iniciación- de Poesía, Premio Antorchas a la Creación Artística, Premio único de poesía inédita de la Municipalidad de la ciudad de Bs.As., Premio internacional de Cuentos J. Cortázar, entre otros. 
Algunos de sus cuentos y poemas se tradujeron al alemán, inglés, catalán, francés y al chino-mandarín.
El músico Cristian Varela compuso una ópera con el cuento No camines en el barro que se estrenó en Córdoba el agosto de 2011.




    

2 comentarios:

  1. Fascinante la prosa de Susana, me siento plenamente identificada. ES cierto lo que decís, ella escribe el dolor como si se meciera entre la crudeza y la inocencia. Aplausos!

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    1. Agradezco mucho la publicación del cuento y las palabras sobre mi escritura. Un abrazo.

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