UNA
MUJER ESCRIBE DURANTE LA NOCHE
Quienes nos dedicamos a hacer
literatura de ficción sabemos que no existe nada más distante a nuestro mundo
poético que aquello que está muy cercano a nuestro presente y a nuestras
emociones. De modo que hablar de
Libertad Demitrópulos es para mí como para muchísima otra gente un intento
difícil. Y es difícil justamente porque su presencia entre nosotros ha sido tan
intensa que se mezcló con todo y formó parte de todo. Lo que posiblemente salve este conflicto de
distancias y cercanías sea la naturaleza misma de la palabra poética que logra
su clímax cuando sostiene las ambigüedades.
La primera de todas las imágenes que
tengo de Libertad es la de una mujer que
escribe durante la noche. El silencio de la noche y la escritura. El ruido de
las hijas que crecían, el de las voces entremezcladas de los chicos en el gran
patio de la escuela donde Libertad trabajaba. Los ruidos del mundo. El día y la
noche. Libertad se cobijó en la noche, se acurrucó en la noche para crear el espacio
de silencio imprescindible para escribir. Escribir entonces fue como cavar un túnel en la transparencia negra
de la noche. Así, muy pronto, la
relación entre oscuridad y luz iba a perder su frecuencia ritual. Claro que yo
nada sabía de este asunto de la noche -
de ese apagar los sonidos del mundo para poder indagar sobre él en un papel en blanco- cuando me
animé a llamar a Libertad por teléfono. Mi primer libro me temblaba en las
manos y yo quería pedirle que me lo presentara. Su número me lo habían dado en
el Fondo Nacional de las Artes, ella había sido jurado del premio que se hizo
cargo de la edición del libro. Tenía mucha vergüenza de pedirle a alguien que
no me conocía semejante tarea. Con un susto enorme disqué el número. Era domingo y eran las once de la mañana.
Alguien, una voz masculina - que
después supe era
Joaquín Giannuzzi- me dijo con amabilidad que Libertad dormía. Muerta de
vergüenza colgué el tubo. Me llevó varios días animarme a hacer otro llamado.
Más adelante, con una gran ternura, ella
misma iba a explicarme su relación con el sueño y la noche. Escribir de noche,
pienso ahora, es afirmar oblicuamente que no hay lugar en la vida ni en el
mundo, que es preciso arrebatarle el espacio a alguna dimensión vecina, es como
situarse en un sitio limítrofe, resguardarse, estar al acecho sin ser vista.
Ese desvío, ese camino lateral de la noche le permitió dar vida a María
Muratore. Lo cierto es que en aquel momento fue Libertad quien me vinculó con
una tradición de mujeres escritoras; fundó una especie de patria que me
rescataba de la vacilación y la pérdida de identidad.
Luego de unas cuantas charlas telefónicas
la voz de Libertad tuvo un rostro para mí en la Casa de la Provincia de San Luis en junio de 1988, en un
Primer Encuentro de Mujeres escritoras organizado por Libertad. Fue muy extraño
haberle encontrado un rostro a tantas voces de mujeres en las que resonaban
otras voces: las de mi abuela, de mi bisabuela, de mi tatarabuela.
En aquel Primer Encuentro de Escritoras,
Libertad habló de la mujer cautiva, de ese otro lugar, de ese pasaje a un mundo
fuera del mundo, de un confinamiento del cuerpo y del lenguaje. Y al hablar de
la mujer cautiva habló del país y de nuestra historia reciente.
Un buen día se produjo por fin mi tan
ansiada presentación de primer libro. Libertad dijo, atravesando el sentido de
mis textos, que el poder público había sido siempre ocupado por el
autoritarismo y la violencia y que las mujeres habíamos venido conspirando
secretamente durante siglos, forjando, gracias a la escritura, un espacio desde
el cual nos resistíamos al dominio de ese poder. También dijo que yo era una
muchacha que venía del silencio. Escuchar eso fue absolutamente impresionante
para mí. Mis textos lo habían sospechado antes que yo y Libertad lo desplegaba
frente a mis ojos. Aquellas palabras me fundaron, me explicaron el mundo, me
revelaron mi propio rostro. Luego Libertad
propuso que revisáramos la cultura bajo una mirada femenina, reclamaba entre
otras cosas la necesidad de destacar la existencia de "lo femenino" y
la de crear categorías nuevas para abordar teóricamente, estudiar y profundizar
las producciones literarias hechas por mujeres. Sin duda la cultura ha
sido interpretada desde "lo masculino", es decir sin salirse de los
márgenes del esquema patriarcal, con su rigidez, su dominio de la fuerza, su
enfrentamiento mezquino, su falta de compasión y su feroz lucha por la
competencia. Hoy me doy cuenta de que en aquel momento yo no entendí de verdad,
de verdad qué querían decir aquellas
palabras. Sin embargo esas palabras son
ahora la base de mi filosofía de vida, pero de mi vida cotidiana, en cada
pensamiento y cada acto.
Después Libertad y yo nos encontramos de
diversos modos a lo largo del tiempo en situaciones que, incluso, la razón no
alcanza a explicar. Ella estuvo siempre
allí con la mano extendida, siempre creando, haciendo literatura para
rescatarnos de una visión maniquea del mundo, del blanco y del negro de la
noticia a secas, arrancándole a las cosas y a los seres sus sutilezas para
dejar sentado una vez más que la historia de la cultura no puede ser abolida
por la actualidad, que no pueden aplicarse fríamente las leyes del mercado a una
obra literaria, que una novela no es un objeto en serie que debe impactar, sorprender y
convertirse en una novedad que enseguida se consume para ser de
inmediato reemplazada por otra, igualmente fugaz y transitoria. Cuando pienso
en ella surge la idea de profundidad. Ella despejó un camino, nos hizo tomar
conciencia de que formábamos parte de una cadena de mujeres escritoras. Puso
sobre el tapete la imprescindible urgencia de revalorizar en estos tiempos la
memoria y la tradición. Libertad era una persona que se aproximaba a los hechos
y a los seres con asombro y respeto, para ella cada cosa tenía un valor en sí
misma que debía ser considerado. En momentos como estos en los que muchos
medios de comunicación parecen empecinarse en tratar de persuadirnos que los
escritores salen de la nada, que no tienen historia, que son producto de la
casualidad y que luego se esfuman en honor de
la contabilidad de las editoriales, tomar la imagen de Libertad, su
conducta frente a este gran alarde de
repentismo, sin duda nos ayudará a contrarrestar la idea de que es la ley del mercado la que rige la vida
literaria, de que no existe tradición ni memoria cultural, de que el arte es
una mercancía descartable.
Otra de las imágenes en la
que aparece el recuerdo de Libertad es el de una mujer que estaba en litigio
con su propio cuerpo. Ella había establecido una relación peculiar con él y al
final fue casi inevitable hablar de su cuerpo de un modo parecido al que
solíamos hablar de sus novelas: su cuerpo debía ser descifrado, nombrado
constantemente, atendido en sus mínimos
detalles. Libertad consideró a su cuerpo como a un antagonista de su
poderosísima fuerza interior. Era un cuerpo demasiado imperfecto para una mujer
tan plena, un cuerpo que no pudo ser corregido infinitamente como un texto.
Entonces, quizá con la pretensión de disolver las ambigüedades me queda por
decir que en este momento lo único ausente de Libertad es aquel cuerpo. Hoy,
ahora, así como ella diez años atrás presentó mi primer libro hablando
al mismo tiempo de la situación de todas las mujeres escritoras que trazaban un camino invisible sobre el que nos
era posible transitar, yo intento hablar de Libertad con las limitaciones de
mis palabras y el estorbo de mi emoción. Las palabras apenas me alcanzan y yo
siento que me pierdo en la profundidad de la noche, en la profundidad de la
brecha que sus palabras abrieron, en la intensa hondura de sus relatos. Y es
como si ya no existiera un ella y un nosotras, como si de una vez por todas hubiésemos construido un
puente que permanecer tendido entre nuestras más preciadas utopías y el
mundo.
Homenaje a Libertad Demitrópulos en la Biblioteca Nacional
Ciudad de Buenos Aires - primavera 1997- Demitrópulos en el ángulo
derecho.
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