Espiral de Saraswati

miércoles, 28 de octubre de 2015

IRMA VEROLÍN: TEXTO SOBRE LIBERTAD DEMITRÓPULOS


  
                              UNA MUJER ESCRIBE DURANTE LA NOCHE

Quienes nos dedicamos a hacer literatura de ficción sabemos que no existe nada más distante a nuestro mundo poético que aquello que está  muy cercano a nuestro presente y a nuestras emociones.  De modo que hablar de Libertad Demitrópulos es para mí como para muchísima otra gente un intento difícil. Y es difícil justamente porque su presencia entre nosotros ha sido tan intensa que se mezcló con todo y formó parte de todo.  Lo que posiblemente salve este conflicto de distancias y cercanías sea la naturaleza misma de la palabra poética que logra su clímax cuando sostiene las ambigüedades.
       La primera de todas las imágenes que tengo de Libertad  es la de una mujer que escribe durante la noche. El silencio de la noche y la escritura. El ruido de las hijas que crecían, el de las voces entremezcladas de los chicos en el gran patio de la escuela donde Libertad trabajaba. Los ruidos del mundo. El día y la noche. Libertad se cobijó en la noche, se acurrucó en la noche para crear  el espacio  de silencio imprescindible para escribir. Escribir entonces fue  como cavar un túnel en la transparencia negra de la noche. Así, muy pronto,  la relación entre oscuridad y luz iba a perder su frecuencia ritual. Claro que yo nada sabía de este asunto de la noche  - de ese apagar los sonidos del mundo para poder indagar  sobre él en un papel en blanco- cuando me animé a llamar a Libertad por teléfono. Mi primer libro me temblaba en las manos y yo quería pedirle que me lo presentara. Su número me lo habían dado en el Fondo Nacional de las Artes, ella había sido jurado del premio que se hizo cargo de la edición del libro. Tenía mucha vergüenza de pedirle a alguien que no me conocía semejante tarea. Con un susto enorme disqué el número.  Era domingo y eran las once de la mañana. Alguien, una voz  masculina - que después  supe  era  Joaquín Giannuzzi- me dijo con amabilidad que Libertad dormía. Muerta de vergüenza colgué el tubo. Me llevó varios días animarme a hacer otro llamado.
     Más adelante, con una gran ternura, ella misma iba a explicarme su relación con el sueño y la noche. Escribir de noche, pienso ahora, es afirmar oblicuamente que no hay lugar en la vida ni en el mundo, que es preciso arrebatarle el espacio a alguna dimensión vecina, es como situarse en un sitio limítrofe, resguardarse, estar al acecho sin ser vista. Ese desvío, ese camino lateral de la noche le permitió dar vida a María Muratore. Lo cierto es que en aquel momento fue Libertad quien me vinculó con una tradición de mujeres escritoras; fundó una especie de patria que me rescataba de la vacilación y la pérdida de identidad.
      Luego de unas cuantas charlas telefónicas la voz de Libertad tuvo un rostro para mí en la Casa de la Provincia de San Luis en junio de 1988, en un Primer Encuentro de Mujeres escritoras organizado por Libertad. Fue muy extraño haberle encontrado un rostro a tantas voces de mujeres en las que resonaban otras voces: las de mi abuela, de mi bisabuela, de mi tatarabuela.
      En aquel Primer Encuentro de Escritoras, Libertad habló de la mujer cautiva, de ese otro lugar, de ese pasaje a un mundo fuera del mundo, de un confinamiento del cuerpo y del lenguaje. Y al hablar de la mujer cautiva habló del país y de nuestra historia reciente.
       Un buen día se produjo por fin mi tan ansiada presentación de primer libro. Libertad dijo, atravesando el sentido de mis textos, que el poder público había sido siempre ocupado por el autoritarismo y la violencia y que las mujeres habíamos venido conspirando secretamente durante siglos, forjando, gracias a la escritura, un espacio desde el cual nos resistíamos al dominio de ese poder. También dijo que yo era una muchacha que venía del silencio. Escuchar eso fue absolutamente impresionante para mí. Mis textos lo habían sospechado antes que yo y Libertad lo desplegaba frente a mis ojos. Aquellas palabras me fundaron, me explicaron el mundo, me revelaron mi propio  rostro. Luego Libertad propuso que revisáramos la cultura bajo una mirada femenina, reclamaba entre otras cosas la necesidad de destacar la existencia de "lo femenino" y la de crear categorías nuevas para abordar teóricamente, estudiar y  profundizar  las producciones literarias hechas por mujeres. Sin duda la cultura ha sido interpretada desde "lo masculino", es decir sin salirse de los márgenes del esquema patriarcal, con su rigidez, su dominio de la fuerza, su enfrentamiento mezquino, su falta de compasión y su feroz lucha por la competencia. Hoy me doy cuenta de que en aquel momento yo no entendí de verdad, de verdad qué querían  decir aquellas palabras. Sin embargo  esas palabras son ahora la base de mi filosofía de vida, pero de mi vida cotidiana, en cada pensamiento y cada acto. 
    Después Libertad y yo nos encontramos de diversos modos a lo largo del tiempo en situaciones que, incluso, la razón no alcanza a explicar.  Ella estuvo siempre allí con la mano extendida, siempre creando, haciendo literatura para rescatarnos de una visión maniquea del mundo, del blanco y del negro de la noticia a secas, arrancándole a las cosas y a los seres sus sutilezas para dejar sentado una vez más que la historia de la cultura no puede ser abolida por la actualidad, que no pueden aplicarse fríamente las leyes del mercado a una obra literaria, que una novela no es un objeto en serie que debe impactar,  sorprender y  convertirse en una novedad que enseguida se consume para ser de inmediato reemplazada por otra, igualmente fugaz y transitoria. Cuando pienso en ella surge la idea de profundidad. Ella despejó un camino, nos hizo tomar conciencia de que formábamos parte de una cadena de mujeres escritoras. Puso sobre el tapete la imprescindible urgencia de revalorizar en estos tiempos la memoria y la tradición. Libertad era una persona que se aproximaba a los hechos y a los seres con asombro y respeto, para ella cada cosa tenía un valor en sí misma que debía ser considerado. En momentos como estos en los que muchos medios de comunicación parecen empecinarse en tratar de persuadirnos que los escritores salen de la nada, que no tienen historia, que son producto de la casualidad y que luego se esfuman en honor de  la contabilidad de las editoriales, tomar la imagen de Libertad, su conducta frente a  este gran alarde de repentismo, sin duda nos ayudará  a contrarrestar la idea de que  es la ley del mercado la que rige la vida literaria, de que no existe tradición ni memoria cultural, de que el arte es una mercancía descartable.

        Otra de las imágenes en la que aparece el recuerdo de Libertad es el de una mujer que estaba en litigio con su propio cuerpo. Ella había establecido una relación peculiar con él y al final fue casi inevitable hablar de su cuerpo de un modo parecido al que solíamos hablar de sus novelas: su cuerpo debía ser descifrado, nombrado constantemente,  atendido en sus mínimos detalles. Libertad consideró a su cuerpo como a un antagonista de su poderosísima fuerza interior. Era un cuerpo demasiado imperfecto para una mujer tan plena, un cuerpo que no pudo ser corregido infinitamente como un texto. Entonces, quizá con la pretensión de disolver las ambigüedades me queda por decir que en este momento lo único ausente de Libertad es aquel cuerpo.  Hoy,  ahora, así como ella diez años atrás presentó mi primer libro hablando al mismo tiempo de la situación de todas las mujeres escritoras que  trazaban un camino invisible sobre el que nos era posible transitar, yo intento hablar de Libertad con las limitaciones de mis palabras y el estorbo de mi emoción. Las palabras apenas me alcanzan y yo siento que me pierdo en la profundidad de la noche, en la profundidad de la brecha que sus palabras abrieron, en la intensa hondura de sus relatos. Y es como si ya no existiera  un ella y un nosotras, como si de una vez por todas hubiésemos construido un puente que permanecer  tendido entre nuestras más preciadas utopías y el mundo.


                         

Homenaje a Libertad Demitrópulos en la Biblioteca Nacional
Ciudad de Buenos Aires - primavera 1997- Demitrópulos en el ángulo
derecho.
         
Leí este texto en un homenaje que se le hiciera a Libertad Demitrópulos en el que  también participaron Nora Domínguez, Mónica Sifrim,  y Teresa Parodi en la Biblioteca Nacional en el año 1997. El mismo fue publicado en la Revista "La marea"  1998 en su número 12.
    


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