En estos tiempos de cultura licuada o cultura
líquida como ha llamado el filósofo Bauman a al período que nos toca vivir,
donde prevalece la superficialidad y el marketing suele ocupar el lugar del
arte, evocar a Alfonsina Storni implica
hablar de solidez cultural. Alfonsina no fue una artista improvisada sino una
mujer con una formación integral,
conocedora del arte teatral, de la música, de la pintura, no solo de
literatura.
Cada época
suele ser inflexible con quienes se salen de la norma, y Alfonsina fue una
mujer desbordada más allá de los esquemas y convencionalismos y fue a la vez un ser desbordado en sí mismo. Se adelantó,
sin duda, a su época, ella representó lo
que hoy en el siglo XXI llamaríamos una
mujer libre en el mejor sentido de la palabra, como deben ser los artistas si quieren
expresar el momento histórico que les toca vivir. Aunque
parezca paradojal, para poder
simbolizar el espíritu de una sociedad es necesario desprenderse de los preceptos fijos, de los
modelos anquilosados, es decir escaparse de su propio tiempo, solo así es posible la creación. Alfonsina lo entendió mejor que nadie, por eso nos ha
legado una obra literaria única, una
obra que perdura. La vigencia constante de su figura en la
conciencia colectiva argentina se ha ido forjando con mayor contundencia a medida que fueron pasando los años, su figura ha crecido gracias
a la fuerza de su carácter. Ella transmitió con fidelidad en su poesía el mundo de la
mujer de la primera mitad de su siglo
atravesada por contradicciones, limitada por sojuzgamientos, sacó a la luz su
deseo de expansión, su rica interioridad
y supo captar distintas facetas de su entorno y de la coyuntura general, a la vez que radiografió lo disruptivo, con
igual intensidad y determinación. Hay en
su mirada poética una voluntad de desenmascarar todo lo inauténtico y también
una celebración de la vida. La poeta, dramaturga, recitadora, no escondió los
múltiples oficios que desempeñó para sobrevivir: ayudante de costura de su
madre, empleada de oficina, actriz en gira, corresponsal psicológica de firma
exportadora, profesora de arte y declamación del Lenguas Vivas, directora de colegio, columnista de diario,
celadora en una escuela rural de la provincia de Córdoba, cajera en una
farmacia, empleada de tienda,
conferencista y gremialista en la sociedad argentina de Escritores. Fue, por
supuesto, una trabajadora incansable, alguien que comprendió siendo ya una niña que el desafío era construirse a
sí misma.
Desde la frescura o la escritura intuitiva de
“La inquietud del rosal”, su primer libro, al desafío formal de” “Mundo de
siete pozos” y “Mascarilla y trébol en los que Alfonsina nutre su palabra
impregnándose de las propuestas de vanguardia,
su búsqueda estética estuvo
marcada por la audacia y el talento. Y entregó lo que era imprescindible
entregar para perfilar una obra literaria de valor: su propia vida.
Pido perdón anticipadamente
por la autorreferencialidad del episodio que voy a relatar: tendría yo quince años cuando
escuché a cierta gran actriz interpretar poemas de Alfonsina. Quedé conmocionada y le pedí a
mi abuela que me comprara alguno de sus libros. Así es que una tarde nos
vestimos las dos emperifolladamente y
fuimos desde nuestro barrio al centro de
la ciudad. Mi abuela, que no sabía demasiado de poesías, tartamudeó cuando le dijo un poco solemnemente
al vendedor de libros: queremos los poemas de la Storni. Nos vendieron las
obras completas. Aquel fue para mí un acto de iniciación literaria, una escena luminosa que quedó recortada entre
otras escenas. Alfonsina me ha
acompañado desde entonces con su voz mágica e inconfundible capaz de cobijar una conmovedora intimidad. Esa
capacidad de acompañarnos y regocijarnos con la belleza de la palabra que ella ha
logrado producir con su voz es uno de los regalos más valiosos que recibimos
quienes llegamos después a este mundo.
Derechos reservados. En caso de reproducir citar la fuente
Excelente evocación de Alfonsina Storni por otra poeta valiosa,Irma Verolin.
ResponderEliminarUn placer.